Al principio mi intención era escribir este artículo desde el enfoque de las anécdotas de la (más) gorda del gimnasio. Porque realmente yo, con mi talla 42, soy con diferencia la chica más grande que me he encontrado allí.

No sé si es por la franja horaria en la que voy o por qué, pero lo que está clarísimo es que la más gorda soy yo. Y no es que me importe mucho, qué queréis que os diga.

Pero luego pensando en las cosas que quería mencionar, me he dado cuenta de que al final, son anécdotas que todas (independientemente de nuestro peso) vivimos cuando nos aficionamos al gimnasio. (O no, y simplemente quiero pensarlo así para sentirme mejor). Pero el caso es que hace 6 meses que voy al gimnasio a diario, y hace como 4 que además voy a muuuuchas clases de gimnasio (GAP, Bodypump, A.F.G, spinning, Corebar… y mil nombres que antes me sonaban a chino mandarín de las aldeas más recónditas y que incluso ahora me da algo de cosica pronunciar) pues me ha dado por pensar en ciertas situaciones que vivo a diario y me he dicho: “Las voy a compartir a ver si no estoy sola en este mundo tan cruel y a alguien le pasa lo que a mí”. Así que allá vamos:

  1. El estirar. Puedo afirmar a día de hoy que soy la única persona en las clases del gimnasio (señoras de 70 años incluidas) que no se llega a los pies a la hora de estirar. Es más, no es solo que no llegue a los pies, sino que apenas llego a pasar de las rodillas. Mi flexibilidad es la de un playmobil reumático. Y tengo 23 años. A tal punto hemos llegado que la monitora antes decía “Si no llegáis a los pies, por lo menos llegaréis a los cordones de las zapatillas”, y ahora dice “Si no llegáis a los pies… bueno aunque sea hasta la rodilla está bien”. Y es por mí. Creo que he hecho que la pobre vea un mundo más triste en el que hay pobres chicas que tienen la flexibilidad de una columna de garaje. photofunky
  2. Las mallas. No sé por qué, y lo he estado pensando últimamente, me he empeñado en llevar mallas al gimnasio. Aparte de en según qué días parecer una morcillita adorable, desde una vez que se me hizo un roto en la costura de la rodilla, vivo con la constante angustia de que de repente, en medio de una sentadilla, suene un “CRACK” que retumbe en nuestros corazones y se me vea hasta la partida de nacimiento.
  3. Las planchas. Yo dije el primer día que pisé una clase de GAP (Glúteos, Abdominales y Piernas… te enumeran lo que te va a doler como si se estuvieras muriendo al día siguiente), ya dije que yo no plancho desde 2013. Pero se empeñan en hacer planchas, y venga para el suelo, y ahora mantienes y abres las piernas, y ahora levantas una, y ahora con el dedo pulgar tocas una sinfonía de Mozart mientras con el pie haces círculos. Y “venga chicas, diez segundos”. Y nunca son diez segundos. Lo que me recuerda:
  4. Las mentiras. No sé exactamente qué les enseñan a los monitores y monitoras de gimnasio, que aparte de ser las personas más simpáticas del mundo, son también las más mentirosas. “Venga chicas, diez segundos más” que acaban siendo 30, y tú con tus ilusiones ahí en el mismo sitio que la dignidad (la basurita). “16 repeticiones” y tú cuando ya vas en tu cuenta mental por las 16, la monitora grita “DOOOOCEEE” y claro, te replanteas a cuál de las dos no deberían haberle aprobado las matemáticas de primaria. tumblr_nk18x5y17T1shdtkfo1_500
  5. Los pedos. Yo lo siento mucho, pero la mayor heroicidad, el mayor acto de bondad que una puede hacer por la humanidad, es no tirarse pedos en una clase de gimnasio uno de esos días que has comido lentejas de lata del Mercadona y además te ponen a estirar boca abajo abrazándote las rodillas. Yo si no salgo propulsada automáticamente hacia la puerta, gritando “me voy a mi planeta”, es porque tengo una fuerza de voluntad mucho mayor que mi fuerza física.
  6. Los vestuarios. Mi primer pensamiento en el vestuario es “No mires, tú como si nada”. Y me lo voy repitiendo como un mantra. Porque oye, nos han implantado desde pequeñas un desconocimiento tan grande del cuerpo desnudo que tú en cuanto ves un pezón no puedes evitar fijarte, porque es así. Y no es porque te interese la persona ni mucho menos, sino por pura curiosidad o por mero tabú. Que sabes que no puedes mirar, pero miras. Y cuando alguien empieza a conversar contigo estando completamente en bolingas, a mí esos momentos me fascinan. Conexión mística de gimnasio.

No sé si alguien se sentirá reflejada con algo de lo que he dicho. Yo personalmente me he convertido en una gran aficionada del gimnasio, voy como a dos clases al día, 5 días a la semana, así que paso más tiempo con mis señoras del gimnasio (sólo me hago amiga de las señoras más mayores, y de verdad que no puedo ser más feliz) que con mi propia familia. Por tanto al final, buena parte de tu vida se pasa o bien en el gimnasio, o pensando en cosas que te han pasado en él.

El gimnasio es un sitio maravilloso, con una fauna muy curiosa. Y yo me siento muy orgullosa de formar parte de esa fauna.

Y lo peor de todo es que al final, no parece que vaya tanto al gimnasio, porque tampoco he adelgazado mucho y sigo siendo la más gordis de allí, pero me ha ayudado mucho a mandar las opiniones de la gente allí donde la espalda pierde su digno nombre.

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Kandreonita