Esta va a ser la primera vez que cuente mi historia completa, sobre lo que es existir en una espiral de autodestrucción y desprecio por uno mismo. El infierno que desde muy joven he vivido y que ahora estoy orgullosa de haberlo superado. Pero mi dolor y mi esfuerzo me ha costado.

Pertenezco a la típica familia de guapos y guapas: altos, delgados y con tipazo. Yo fui una niña normal tirando a gordita, aunque dependía del año y de si pegaba algún estirón o no. Ahora veo mis fotos y veo una niña normal, no me consideraría gorda con la mirada de ahora, pero toda la vida he pensado o me han hecho creer que tenía una obesidad terrible y más valía que me metieran en algún campamento para gordos o algo así para ahorrarse el desagradable espectáculo de verme. Con este sentimiento de inferioridad conseguido a base de humillarme en mí más tierna infancia, mi autoestima se volvió inexistente. De ser la típica niña simpaticona, salerosa que hablaba con todo el mundo, la que más amigas tenía en el cole, la que sacaban en la función del colegio por el desparpajo, pase a ser huraña, tímida, miedosa de los desconocidos y sobretodo avergonzada de todo lo que yo era o tenía. Hay que añadir que mis padres se divorciaron cuando tenía 10 años y fue muy traumático y el principio del fin.

Más o menos en esta edad empecé a darme atracones, a no poder estar en casa sin estar haciendo viajes a la nevera constantemente, a comprarme en el kiosko kilos de frutos secos o estar soñando con la siguiente hora de comer. Aún así, vuelvo a ver fotos de esa época y tampoco era como para que en las reuniones familiares se oyeran las frases de: “no le des de comer más que ya tiene reservas de sobra” mientras los demás se ponen “como el tenazas” o después de una comilona de reyes, más que opípara, todos fueran a tomar chocolate con churros a casa de mi abuela pero a mí no dejaran ir porque yo ya estaba bastante gorda, y en el caso de ir, ya se encargarían de humillarme para que se me quitaran las ganas y acabara llorando. Ante estas humillaciones mi táctica era evitar ir a las reuniones familiares de todas las formas inimaginables y en el caso de ir, esconderme en cuanto tuviera la oportunidad y rezar porque nos fuéramos cuanto antes. Cuando tenía alrededor de los 14 años, los atracones iban a peor. Bajaba al supermercado y por ejemplo, compraba kilos de pasta y cuando me quedaba sola en casa la cocía y con tomate me pegaba el atracón. Al principio lo hacía de vez en cuando, especialmente cuando tenía algún disgusto con mis padres o cualquier circunstancia que me superara. Después se me ocurrió la genial idea de vomitar mis atracones. Me parecía la solución perfecta. Me consolaba de mis problemas (los malos tratos de mi padre, los malos tratos del novio de mi madre, el acoso que sufrí por parte de un profesor , entre otros menos graves que para una adolescente son un mundo) pero era como una droga: cada vez necesitaba hacerlo más a menudo.

Pegué el estirón de la adolescencia que me llegó algo tarde y adelgacé. La gente empezó a decirme de forma machacona que no engordase y que podía aprovechar para adelgazar incluso más (medía 1,80 y pesaba unos 70 kg). Además cambié de pandilla de amigas, y estas eran por así decirlo las “guapas de la zona”, yo era el patito feo, la amiga gorda simpática que todo el mundo decía que era encantadora, divertida, una tía genial pero era la gorda del grupo. Así que empecé a vomitar la comida y a hacer dietas absurdamente estrictas. Por ejemplo para comer tomaba el primer plato y el segundo lo tomaba para cenar. Si durante el día tenía hambre, me pegaba un atracón y luego lo vomitaba. Además empecé a hacer ejercicio de forma compulsiva, andar 15 km y correr durante 1 hora, nadar durante 2 horas y saltarme las comidas que podía. Mi sentimiento era de ser la gorda del grupo, mejor dicho, la supergorda de la ciudad y mi obsesión apenas me permitía hacer nada más. He de decir que pesar de todo esto, no llegué a ser nunca un “esqueleto andante” si no que era una chica adolescente con un cuerpo muy torneado, por el que ahora me cambiaría sin dudarlo. He visto fotos de esa época y tuve que preguntar quién era esa persona, y resultaba ser yo. ¡Me ha supuesto un shock!. Era una chica monísima con un cuerpazo, pero en esa época yo me veía como un vulgar ogro.

Lo peor llegó cuando me fui a estudiar a la universidad fuera de casa. Ahí los ayunos no eran de un día o de saltarme una comida. Podía estarme semanas enteras sin comer y luego estar otras vomitando atracones hasta 17 veces en el mismo día que fue mi record y utilizar laxantes como si fueran caramelos. Empezaron los problemas de salud: pérdida de la menstruación, infecciones de todo tipo algunas de ellas bastante serias, rendimiento académico nulo por mucho que yo me pasara las horas estudiando, calvas en la cabeza, pérdida de esmalte en los dientes y un sinfín de trastornos más.

En esa época conocí al que ahora es mi marido y sin saberlo, me ayudó a salir de ese círculo de autodestrucción con el simple hecho de valorarme. Parece mentira que lo único que me sacó de pozo tan hondo y solitario fuese el cariño de alguien que me veía más allá de mi físico. Me daba mucha envidia la relación sana que tenía él con la comida yo quería algo así. Además en la universidad me iba muy mal y ya me estaban dando ultimátum en mi casa de que o sacaba algo o me cortaban el grifo. Yo no quería volver a mi casa ni por todo el oro del mundo, así que sacando fuerzas de flaqueza y siendo consciente de dónde radicaban mis problemas empecé a cambiar mis prioridades y a apoyarme en la única persona que sin ser consciente de ello me ayudaba. De esto han pasado 15 años. He tenido muchas recaídas tanto en crisis de anorexia como en crisis de bulimia, pero cada vez he sido más fuerte que ellas y he sido capaz de dominarlas. Mi prueba de fuego fue ir a una dietista y empezar una dieta después de un desarreglo hormonal que me hizo engordar a pesar de cuidar mi alimentación y conseguí superarlo sin recaer en los atracones y en los ayunos.

A día de hoy soy muy consciente de que soy una “ex-yonki” de la comida. Que en cualquier momento puedo recaer y volver a ese sentimiento sucio y avergonzante que me consolaba del hambre atenazador después de días  sin comer o del dolor y los temblores de todo el cuerpo de tanto provocarme el vómito. He tenido que trabajar mucho en mi autoestima y hacer auténticos esfuerzos para que las opiniones de los demás no me hagan daño, especialmente de la familia o de la gente cercana. Opté porque cada vez que alguien siquiera hiciese cualquier comentario sobre mi peso o mi físico “saldría escaldado” y se llevaría otro comentario hiriente. He optado porque la mejor defensa es el ataque y no correr a llorar y volver a recaer.

Muchas gracias por dejarme compartir mis miserias y mis logros, que al fin y cabo, es compartir la historia de una parte muy importante de mi vida. Gracias.

Autor: Alicia GH