Por su noveno aniversario, a pesar de no estar en su mejor momento, el novio de Belén le regaló la matrícula de la autoescuela. Llevaba años poniendo excusas para no sacar el carnet de conducir, el trabajo, el dinero… Así que él se adelantó a esas excusas y eligió una autoescuela que había en el mismo edificio en el que ella trabajaba y tenía un horario amplio que le permitía perfectamente acudir al salir de trabajar o antes de entrar.

Ella al principio no se lo tomó muy en serio pero, al aprobar tan pronto el examen teórico, enseguida empezó a tener ganas de conducir de verdad y solicitó empezar cuanto antes las prácticas. Ella quería que le tocase una instructora que conocía de vista, parecía más o menos de su edad y, si iban a pasar horas en un coche, mejor tener afinidad con quien te acompañe, pero ella estaba a tope de alumnos y Belén se sintió un poco incómoda al ver que quien le enseñaría a conducir era un profesor bastante más mayor que ella. Concretamente 30 años le lleva, y lo sabe porque al poco tiempo de entrar por primera vez en el coche empezaron a contarse sus vidas. Al principio fue extraño ver lo cómoda que estaba hablando con aquel señor al que no conocía de nada, pero en cuanto entraba en aquel coche, todos los prejuicios se escapaban por la ventana y empezaban sus sesiones de aparcamiento en batería y terapia emocional. Él le contó que estaba casado, pero que hacía unos meses había alquilado una habitación porque su relación no tenía ya sentido. No sabía si lo haría o no oficial, estaba en un momento personal muy difícil, no se atrevía a quedarse solo, pero con ella no estaba bien.

Ella le contó que su novio y ella habían tenido una gran crisis el año anterior. Ella desconfiaba de él y él se agobiaba muy pronto, discutían mucho y, aunque ahora las aguas estaban calmadas, nada había vuelto a ser lo mismo. Estaban juntos y se llevaban mejor, pero ella tenía la sensación de estar con él por costumbre, de que en realidad ya no había amor en aquel piso tan pequeño, solamente el cariño de los años anteriores y el miedo a la incertidumbre si se separaban. Él la escuchaba y consolaba, siempre la animaba a buscar la felicidad, le decía que, a su edad y con sus capacidades, podría llegar a donde quisiese y que no debía conformarse, que no debía dejar la vida pasar como había hecho él. “Aprovecha ahora, que eres joven y guapa”. Aquel extraño piropo le hizo sentir algo en la boca del estómago, como un golpe, pero agradable.

La siguiente práctica de coche la hizo al salir de trabajar. Antes de cerrar la puerta de su trabajo se sorprendió a sí misma retocándose los labios en el espejo de la entrada. Entró en el coche con una ilusión extraña, como cuando esperas abrir los regalos la mañana de reyes, sea lo que sea, será algo bueno. Y efectivamente, nada más entrar en el coche, aquel hombre la miró sonriente y le dio las buenas tardes con un “¡Qué guapa vienes hoy!”. Ella se puso colorada y arrancó el coche con dificultad por el temblor de sus piernas. Al día siguiente recordó que él le había dicho que siempre le regalaba perfumes a su mujer pero que ella jamás los usaba y que a él siempre le había atraído mucho el olor dulce de los perfumes de mujer, así que antes de salir de casa eligió meticulosamente el perfume que usaría ese día, que tenían práctica doble, porque ella salía antes de trabajar. Como es lógico, él elogió el olor que desprendía su cuello e incluso parecía haberse acercado un poco para olerlo bien. Él le dijo que los perfumes no tienen todo el mérito, que no a todas las personas le sientan igual de bien.

Su emoción fue en aumento, al igual que las discusiones en casa. Cuanto más apreciada se sentía por aquel hombre, más defectos veía en su novio y en su relación.

Un día, al acabar la práctica, el instructor le dijo que debía apuntarse al examen ese viernes, que no tuviese miedo, que todavía tenía otra oportunidad, pero debía probar ya, puesto que, por agenda, no podría presentarse hasta bastante tiempo después. Ella, convencida de que lo hacía para que tuviera que hacer más prácticas después, se apuntó.

Nunca habría pensado en llorar tanto cuando le llegó al móvil el SMS con el aprobado. Sus sesiones de charla con aquel hombre tan atractivo se habían terminado. Pero ella sabía que había una conexión especial entre ellos, sabía que a él le gustaba estar con ella y era obvio que sentía cierta atracción. Así que, tras discutir con su novio cuando él la felicitó por aprobar a la primera, sin saber muy bien el motivo de la discusión, se puso su falda más bonita para ir a trabajar y, de paso, a recoger la documentación de la autoescuela. Entró en la oficina y, al fondo, pudo ver a su profesor, ayudando a un alumno con los ordenadores. Ella habló con la chica que estaba en el mostrador. Ésta la felicitó y le dio un sobre con los papeles. Al ver que no quitaba la vista de él, le preguntó si quería que lo avisase. Ella dudó por un momento, pero recordó sus consejos y decidió echarse hacia delante, a donde le llevase aquella situación. Él la vio a lo lejos y la saludó con una sonrisa, vocalizó un “enhorabuena”. Entonces su compañera se acercó para pedirle que saliera a hablar con Belén. Él, extrañado, salió disculpándose con el alumno al que estaba atendiendo. Ella, muy nerviosa, le dijo que venía a despedirse. Él le dijo que estaba muy contento, que en ese examen habían aprobado todos los alumnos que él había enseñado. Ella lo miró sonriente a la espera de algo más. Hubo un silencio bastante incómodo, entonces ella le dijo que echaría de menos sus charlas, pero él le dijo que le sobraría gente con quien hablar, sonrió amablemente y se fue sin más.

Belén estaba muy desconcertada. Estaba segura de haber sentido aquella conexión, de que ella le atraía… Pero su comportamiento fue como el de cualquier profesor de autoescuela con cualquier alumna.

Ella mira entre las líneas opacas del vinilo de la puerta cada vez que entra o sale del trabajo, esperando verle. Sale a acompañar a sus compañeras de trabajo cuando van a fumar, a pesar de que ella no fuma y hace frío, pero necesita verlo. Ella necesita comprobar lo que siente al verlo de verdad y ver que él simplemente estaba siendo amable. Aquel flirteo posiblemente no fuese más que su cerebro intentando decirle que la relación con su novio había pasado a la historia hasta tal punto que confundía amabilidad con amor, con un hombre al que, en otras circunstancias, jamás habría ni mirado.

Se siente confusa, frustrada y, sin darse cuenta, sigue culpando a su novio de su malestar. A fin de cuentas fue él quien la llevó a aquel lugar, fue el culpable de haberse enamorado de un hombre 30 años mayor, que ahora no le hacía caso.

Luna Purple. Adaptación de una historia real de una seguidora.

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