Quizás la culpa sea en general de todo lo que nos rodea. De ese mundo que siempre nos ha hecho creer que cada paso que demos en nuestra vida debe ser idílico y prácticamente de cuento. Si es que encima entre nosotras también idealizamos esos momentos, y cuando decidimos contarles a nuestras colegas cómo nos han ido las cosas tendemos a dulcificarlo todo. ¿Cómo vamos a ser realistas y decir que ese primer beso fue una auténtica mierda? ¿En qué momento se nos puede ocurrir contar la verdad y nada más que la verdad sobre lo terrible que ha sido ese primer acercamiento sexual? Y lo cierto es que de esos polvos llegan estos lodos, y cuando nos toca a las demás vivir alguna primera vez y nos sentimos decepcionadas por supuesto tendemos a culparnos por no saber disfrutar de lo bueno.

Una de mis amigas estuvo muchos meses huyendo de darse besos con ningún tío porque su primer morreo había sido con uno de esos tíos con complejo de taladro. Ella pensaba que aquello era lo que había y que el problema era suyo por no soportar que un tío le metiese la lengua a lo tirabuzón hasta la campanilla. Bendijo el día en el que fue consciente de que, por suerte, no todo el mundo se da a las excavaciones petrolíferas mientras besa.

Con el paso del tiempo nos hemos ido abriendo a una realidad mucho más transparente. De repente somos capaces de decir las cosas como son y de poner sobre la mesa todas esas primeras veces que vendimos como una maravilla pero que realmente nos dejaron un sabor de boca amargo. Es hora ya de dejar de vender las cosas coloreándolas con tonos pastel y purpurinas. Nadie nace aprendido, y las primeras veces por supuesto son esa primera toma de contacto.

Valentina y el amor de su vida

‘Tenía 15 años y llevaba uno saliendo con un chico al que quería sobre todas las cosas. Estaba segurísima que ese chico y yo estábamos destinados a estar juntos de por vida así que el día de San Valentín, madre mía qué original, le propuse que nos acostáramos por primera vez. Él también era virgen pero siempre me vendía el sexo como algo natural que sabríamos hacer con los ojos cerrados. Yo apenas sabía nada de mi propio cuerpo, creo que ni siquiera me había masturbado nunca, con eso lo digo todo. Quedamos en mi casa por la tarde me acuerdo que puse un cd con canciones que yo consideraba sensuales tipo las Destiny’s Child y Carlos Baute (qué horror de momento). Estuvimos besándonos un rato hasta que él dijo que podíamos tocarnos un poco. Recuerdo agarrarle el pene como quien coge un pepino y no tener ni puta idea de qué hacer con aquello. Él me guio la mano hasta que se corrió poniéndome la mano perdida. Se quedó tan extasiado que se tumbó y se quedó frito. No hicimos nada más y yo no tenía nada claro de qué iba aquella historia. Solo quería despertarlo y que se largara de mi casa. ¿Pudo considerarse esto mi primera vez? Quizás la primera paja que le hice un tío, y de verdad que fue de lo más terrible.’

Marta la besadora de sapos

‘Me pasé buena parte de mi adolescencia obsesionada con dar mi primer beso. Y me pasó un poco eso de que cuanto más deseas una cosa más tarda en llegar. Yo lo único que veía era que mis amigas tenían líos con chavales y que yo allí seguía sin gustarle a nadie o sin lanzarme a dar mi primer beso. Como veis una adolescencia marcada por películas como ‘Nunca me han besado’ o ‘Alguien como tú’, todo muy de finales de los 90. Cuando teníamos 16 años nos llevaron de excursión a Barcelona y aquello fue una debacle de italianos y portugueses con ganas de fiesta. La primera noche que salimos me quedé sola en medio de la pista de baile mientras todas mis amigas pillaban cacho con auténticos desconocidos. Me pasé toda la noche pensando en qué podía ir mal conmigo, sin comprender por qué me pasaba aquello a mí. Me propuse de manera interna que la siguiente noche sería la mía e hice el gilipollas como la más idiota del reino. Según entramos en la discoteca, repleta de gente, me lancé a los brazos del primer tipo que se me cruzó acercándome sin cortarme un pelo y obviamente el tío me planto un morreo que me gustó entre nada y nadísima. Esa noche me enrollé por lo menos con 6 tipos de los que no sabía ni el nombre. El resultado de aquella tremenda tontería fue una mononucleosis que me tuvo encamada un par de semanas.’

Irene y su primer cunnilingus

‘Yo me creía la más hetero del mundo, pero con 20 años conocí a una chica en la universidad que me empezó a llamar la atención y una noche terminamos enrollándonos locamente en su portal. Ella sí que había tenido relaciones con otras chicas así que me sentí un poco a salvo dejándome llevar por sus expertas manos. Decidimos posponer un poco el tema sexo, al menos hasta que yo me viese preparada y una noche, después de tomarnos unas copas con unos amigos, le dije al oído que estaba caliente como un fuegote y que tenía ganas comerme todo su cuerpo. Así que nos fuimos a su casa y para empezar yo me dejé querer por ella. Una auténtica pasada, en la vida había sentido algo igual. El problema llegó cuando me animé a ser yo la que bajase al pilón. Hasta entonces me había dejado llevar pero fue encontrarme justo con su coño delante de la cara y no saber muy bien por dónde tirar, me vi perdidísima. Entonces, creo que un poco llevaba por el alcohol que tenía en las venas, recordé aquel post de vuestra web en el que una chica contaba que le habían soplado en el chirri y algo me dijo que sería una buena idea. Así que allí que me puse a soplar primero tímidamente y después ya con más ganas. Así hasta que aquella mujer se incorporó partiéndose la caja de la risa y me dijo que iba a coger complejo de colchoneta como siguiera pretendiendo meterle aire. Ella se lo tomó con mucho humor, pero yo no sabía dónde meterme.’

Matilda y el tampón que fue río arriba

‘Si tengo que hablar de una primera vez traumática tengo que recordar aquel primer tampón que me puse el verano en el que cumplí los 13 años. Hacía un calor de mil demonios y aunque nunca me había animado a usarlos tenía tantas ganar de ir a la piscina que me encerré en el cuarto de baño hasta que conseguí ponerme uno. Gasté media caja hasta que comprendí de qué iba aquella película y para cuando conseguí que uno de ellos se mantuviese dentro de mí me sentí de lo más orgullosa. ¿Qué pasó entonces? Pues que soy una idiota y mi preocupación se centró en el dichoso hilillo. No entendía cómo podía yo irme por ahí con un hilo saliéndome del chichi y que menuda vergüenza si se me salía por la braga del bikini, así que dando por hecho que aquello era lo correcto cogí una tijera y lo corté. Me largué a la piscina y toda la tarde feliz como una perdiz. El problema llegó cuando volví a casa y me vi en la situación de tener que quitarme el tampón sin hilo del que tirar, porque había dejado tan poca longitud que era imposible. A día de hoy me hubiera metido la mano entera si era necesario para poder sacarlo, pero por aquel entonces solo de pensarlo me mareaba. Después de una hora llorando en el cuarto de baño tuve que pedir ayuda a mi madre, que no se pudo creer aquello.’

Fotografía de portada