Cuando echamos la vista atrás, nos damos cuenta que hemos superado más metas de las que creíamos.

Ser la gorda de la clase te da el superpoder de que luego te resbalen comentarios, miradas o cuchicheos, pero es un trabajo costoso que comienza al enfrentarse a miles de torturas en el colegio.
Paso a enumerarlas para que no quepa duda que lo que no te mata, te hace más fuerte.
1.- Las clases de gimnasia. No sé qué era mayor tortura, si el que no pudieras saltar el potro o la actitud del o de la profe que dirigía la clase. En lugar de darte ánimos, comentarte que podías intentarlo o enseñarte cómo superar tus miedos, hacía comentarios de lo importante que era una buena condición física, mientras te miraba juzgando tus hábitos sin saber que muchas noches te ibas a la cama sin cenar por el sentimiento de culpa.
2.- Las madres de otras niñas y tu talla de pantalón. «¿Le has cogido una XL con la edad que tiene? ¿Y encima le queda justa? Deberías estar más pendiente de lo que come tu hija».
Sí, señora, siempre he sido de culazo, ¿algún problema? Este suplicio lo compartías con tu madre. Ella se sentía juzgada por el resto de progenitores, que, al verte con el chándal o el uniforme del colegio, se volvían expertas nutricionistas. Mi mayor placer sería subirme a un Delorian, viajar a mi infancia y decirles que solo es una talla, pero su comportamiento sí que era una vergüenza.

3.- Los grados del adjetivo y las clases de inglés. Igual tú contabas con una persona docente con dos dedicos de frente más que la mía. Todos los años y cuando digo todos es todos, tenía que usarme para decir que era la más gorda de toda la clase o más gorda que otra. ¿Solo se sabía el adjetivo fat? ¿No vio claro que yo era the most beautiful in the World? ¡Hay que joderse! Lo peor de todo era estar en la libreta de tus compañeros todo el año, por si se les olvidaba que eras la gorda.

4.- La amiga guapa que no era tan amiga. En series y películas hemos visto reflejado este momento. ‘La guapa y su amiga la gorda’, todo un clásico en el que la agraciada se juntaba contigo porque le caías medianamente bien, pero también le servías para aumentar atributos. El problema venía cuando te gustaba un chico, a él le gustaba ella y se liaban en tu face. La mayor tortura llegaba cuando ella se hacía la víctima: ‘perdona, tía, no sabía nada’. ¡Dejarás de saberlo!
Seguro que viviste otros tormentos que ahora recuerdas con un toque de humor negro, pero piensa que esa niña aprendió una enseñanza muy importante y es que nada ni nadie puede contigo.