Lo reconozco: soy una romántica. Me he llevado palos por todos lados —muchos ya los he compartido por aquí—, muchas decepciones, me han rechazado en innumerables ocasiones por estar gorda, porque «me prefieren como amiga»… Ya conocéis este tipo de historias. Tengo mal ojo y, como dice Camilo Sesto: siempre me voy a enamorar de quien de mí no se enamora.

Y aun así, es que soy una enamorada del amor. Y no lo digo solo porque me beba como agua novelas románticas y las disfrute, viva y sufra como si me estuviera pasando todo a mí —que también—, sino porque una parte de mí sigue montándose esas películas súper dulces y maravillosas en su cabeza. Ojo, soy realista, en la vida nada es bonito todo el tiempo, pero sí que sueño con esos momentos que lo significan todo. Soy una soñadora, una romántica, ¿qué le vamos a hacer?

¿Sabéis qué pasa? Que además yo recreo esas escenas en mi cabeza cuando me voy a ir a dormir. Me imagino dando con un tío que merece la pena de verdad —reconozco que, a veces, me imagino a Henry Cavill, no me juzguéis por ello—, que nos conocemos por casualidad y salta la chispa. Esa chispa que es el comienzo de un todo: de empezar a hablar por WhatsApp hasta las tantas de la noche y despertar con un mensaje del otro; de contarnos cualquier tontería como si fuera lo más grande del mundo; de compartir las aficiones con el otro.

Pienso en esa primera cita, en los nervios, en las miradas furtivas. El modo en el que, casi sin querer nos cogemos de la mano, la reacción de la piel, el estremecimiento que nos recorre al hacerlo. El modo en el que nuestros dedos se entrelazan de manera perfecta, como hechos el uno para el otro. Y, por supuesto, el primer beso. Ese que llega tras unos segundos eternos de miradas, que sabe a nervios, a impaciencia, a lo que hayamos tomado de beber o comer justo antes. Ese primer beso que te hace temblar, suspirar mientras te abrazas a él, mientras sientes sus manos recorrer tu espalda… ¡Ayyyy, es que, de verdad, lo pienso y ya me pongo tontísima!

Hasta ahora no he tenido ninguna experiencia así de romántica, a pesar de que candidatos con los que soñar no me han faltado —Henry Cavill, lo siento, eres uno de los primeros—, pero sigo manteniendo la esperanza. ¿Quién dice que, por ahí, no está el tío que me haga sentir todo eso? ¿Que haga que el comienzo sea tan alucinante que solo desee saber cómo continuar? Ese que, pese a los problemas de la vida, a que no todo es tan bonito, siempre esté al lado para decirme que todo va a ir bien. O que recurra a mí cuando sea quien flaquee de los dos, quien necesite una mano que le agarre. Yo sigo esperando esa historia de amor, enamorarme y sentirlo hasta en lo más hondo de mi ser.

Quizá llegue, o quizá no. Pero, lo que sí sé, es que nunca voy a dejar de soñar con ello, que es gratis.