Hace tres años mi vida dio un vuelco. De esos vuelcos que dejan todo patas para arriba. Un vuelco sentimental, profesional y sobre todo, SOBRE TODO, personal.

Un día hace tres años me encontré recordando una escena de una película chorra. Es sorprendente como llegamos a guardar información en el cerebro que un día, de la nada, ¿de la nada?, vuelve. El caso es que estaba ahí, recordando como Richard Gere le preguntaba a una Julia Roberts si sabía cómo le gustaban los huevos. Al parecer, la pobre chica se había adaptado a comer sus huevos de desayuno al gusto de cada uno de los muchachos con los que estaba, pero la infeliz no sabía cómo le gustaban a ella. NUNCA había elegido ella. (N. del A.: la peli es “Novia a la fuga”, solo recomiendo la escena de los huevos…).

Y aunque no era mi caso, ni parecido, ese día me pregunté: ¿sabía yo cómo me gustaban los huevos? Y me respondí un rotundo NO.

Lo mío es un lugar común. Y lo cierto es que es un cliché que todos estamos influenciados por la sociedad en que crecimos o vivimos. Pero todos (y si no todos, la mayoría), en algún momento, tenemos o tendremos una epifanía, y nos preguntamos si quizá, y solo quizá, ese concepto que llevamos tan marcado a fuego, haríamos bien en cuestionarlo, porque quizá, y solo quizá, no es del todo cierto.

Aquel día comenzó mi desintegración. De pronto me di cuenta de que llevaba todos y cada uno de mis años viviendo una vida sin elegirla. No me malinterpreten. Soy una privilegiada. Porque en su momento pude escoger mi profesión, mi grupo de amigos, mi lugar para vivir, mi pareja. Pude amueblar mi vida con lo que creía que eran mis elecciones.

Pero en realidad nunca había elegido desde el querer, sino desde lo que se suponía que quería. ¡No sabía cómo me gustaban los huevos! No tenía ni puta idea de quien era yo.

Y no existe peor descubrimiento que el no saber quién te habita. Quien ha mandado en tu vida durante tantos años. A quien le reclamas por los errores, a quien te lamentas por los dolores, a quien consuelas por las tristezas.

Hace 3 años inicié el camino de conocerme y de (¿re?)descubrirme. Aún me cuesta, ¡incluso!,  definirme en el perfil de Tinder. He hecho descubrimientos asombrosos. Hay días en que me encanto y me enamoro de mí misma. Y otros en que me cuesta mucho muchísimo perdonarme y aceptarme.

Pero he entendido que lo que importa es el camino, el viaje. Transitarlo con los ojos abiertos y el corazón dispuesto. Y que nunca acaba.

¡Ah!  Eso sí, ahora ya sé cómo me gustan los huevos. Revueltos, con queso, y con setas ;)

Lu1975