Existen muchos tipos diferentes de torturas y para mí la peor , sin lugar a dudas, es saludar a la gente dándole dos besos. Para que os hagáis una idea cuando se extendió la pandemia de Covid-19 agradecí a los cielos que la gente se saludase con un ridículo choque de codo y mira que era una situación humillante.

Este gesto tan mediterráneo que le encanta a mi abuela me ha traído por la calle de la amargura desde que tengo uso de razón.

Por ejemplo, cuando era niña, no estaba tan de moda el tema de la crianza respetuosa y los límites. Así que, si una persona absolutamente desconocida quería besuquearte y frotarte los mofletes como si fueses tú la mismísima lámpara de Aladín, no te quedaba otra que joderte. Recuerdo huir físicamente de una vecina cada vez que nos la encontrábamos en la escalera para evitar que me plantase dos besos que me dejaban la cara llena del peor carmín comercializado en la historia de España.

Mi adolescencia no fue mejor en este aspecto. Cada vez que quedaba con mi grupo de amigos (unas 13 personas) tenía que ir dando besos UNO POR UNO. Se que si el infierno existe mi castigo va a ser despedirme individualmente de mis colegas por toda la eternidad.

Visto en perspectiva sólo me cabe preguntarme cómo sólo pillamos la mononucleosis una vez, si estábamos continuamente frotarnos la jeta. A todo esto, sumad el maquillaje de los años 2000, que no era precisamente una tendencia de base ligera. En definitiva, que después de terminar la ronda de saludos te quedaba la cara con textura de filete de pollo empanado.

Cuando fui algo más mayor y viaje por otros países lo que más disfrutaba a parte de la comida era poder presentarme con un apretón de mano. Tanta elegancia y distinción en un solo gesto, sin diferenciación entre chicos y chicas. Además, no tienes que preocuparte sobre si la gente que se lava la cara una vez a la semana va a arruinar tu Skincare coreana de doce pasos.

Pero como todo lo bueno se acaba, al regresar a España se me hizo el doble de duro volver a acostumbrarme a saludar con dos besos. Un día en el trabajo llegó un compañero nuevo, el tío era el típico Don Juan insoportable y, no sólo me saludó con dos besos si no que puso sus labios EN ABSOLUTO CONTACTO con mi cara. El típico beso baboso que te esperarías de tu sobrino de 6 años, pero no de un tío hecho y derecho que acabas de conocer.

 En ese momento se me pasaron por la cabeza todos los besos forzados e incómodos que he dado a lo largo de mi vida en plan flashback de protagonista justo antes de morir y dije ¡hasta aquí he llegado!

A partir de ese día decidí que voy a saludar dando la mano, voy a poner mis límites y voy a mandar a paseo las convenciones sociales. Y vosotras, ¿sois equipo besos?

Barby.