Si os digo que en una primera cita el chico terminó con toda la cara manchada de sangre, ¿cómo pensaríais que fue? Supongo que lo que se os viene a la cabeza es una pelea, quizás un golpe fortuito… Nada de eso, la situación fue bastante peculiar y algo que, por supuesto, le contaré a mis nietos. Porque, otra cosa no sé, pero citas curiosas he tenido para aburrir. Y ya que no creo que pueda contarles ninguna hazaña interesante o trascendental, al menos se reirán un rato con las historias de los ligues de su abuela.

Vamos a contextualizar la cita. Yo llevaba muy poco tiempo separada, después de 10 años de matrimonio. Como me considero tímida y tampoco tenía muchas opciones para conocer a gente nueva de otra forma, por supuesto caí en las redes de Tinder en seguida. Después de una primera experiencia (digamos agradable), empecé a hablar con un chico de ensueño. Alto, guapo, bombero, educado y directo. Quedamos ese mismo día, sin muchos rodeos, ¡y fue puntual! Cuando llegué al sitio acordado no me lo podía creer… No resultó ser un catfish ni nada de eso, era tal y como había visto en las fotos. 

Fuimos a tomar unas cervezas ante una puesta de sol preciosa. Charlamos durante un buen rato, contándonos nuestras vidas. Todo fluía sorprendentemente bien. A mí cada vez me gustaba más, y él parecía estar muy cómodo también. Seguimos con la cita yendo a cenar y como queríamos tomar unas copas, pero había que conducir después, decidimos ir a su casa. Yo estaba alucinada, no me podía creer que la cosa fuese tan bien y que esa aplicación me fuera a dar la posibilidad de conocer a chicos tan apañados. (Spoiler: NO. Fue la suerte de la principiante supongo, después llegaron muchas historias que hundirían en el pesimismo, en cuanto a citas, a cualquiera).

Llegamos a su casa y nos servimos unas copas mientras seguíamos hablando en el sofá. Poco a poco nos acercamos más e inevitablemente acabamos besándonos. De los besos pasamos a los roces, a quitarnos la ropa y yo me puse encima para que me penetrara (protección previa, por supuesto). Llevábamos unos minutos gozándolo en semioscuridad, entre besos y lametones, cuando noté una humedad en la cara que no me pareció saliva.

Lo primero que creí es que tenía mocos y me empecé a tocar la nariz para intentar limpiarme ¿disimuladamente? Me pone un poco nerviosa pensar que con tanto roce de nariz se escape alguno y nos lo estemos pasando por la cara. Él seguía devorándome la boca como si nada. Pero en ese momento me vino un olor a metal extraño, me alejé un poco y, en la penumbra, por fin mis pupilas acertaron a enfocar.

Mi cara debió ser un poema cuando vi que él tenía las mejillas como un indio apache. Luego me miré las manos, y también las llevaba llenas de sangre. Obviamente paramos, nos despegamos y encendimos las luces. Desconcertados, tardamos unos segundos en dar con la explicación a lo que había ocurrido. Mi nariz había decidido que era el momento más oportuno para empezar a sangrar de repente, sin golpes ni nada. Nunca me había pasado, por lo que no estaba acostumbrada y la verdad es que me agobié un poquito. Además él se había llevado la peor parte: estaba lleno de sangre de una muchacha que hacía solamente unas horas que había conocido. Apurada, y entre risas nerviosas, me limpié y le ofrecí ayuda para limpiarse. Me disculpé, pero él también se reía y le restó importancia. Se la quitó por completo, ya que unos minutos después, y tras comprobar que no sangraba más, continuamos donde lo habíamos dejado. ¡Y nos quedamos muy a gustito los dos! 

Termino como dato, para las que siempre nos preguntamos al leer estas historias qué pasó después. Cuando llegó la hora de marcharme me preguntó cómo tenía el resto de la semana de planes y me adelantó los días que él trabajaba, asegurando que me llamaría para volver a quedar. Lo hizo, sí, pero un mes y pico después. ¿Por qué la mayoría de los tíos se hacen los interesados en volver a vernos pronto en el momento despedida, pero después nada de nada? Eso da para otro largo post…

 

AROH