Acabo de cumplir 40 y mi novio, Iker, todavía no ha hecho 25. Sé que no somos los primeros en tener una relación intergeneracional, pero para nosotros sí es la primera vez, y, aunque ya llevamos dos años y medio, lo cierto es que la diferencia de edad hace que nuestra relación siga siendo de todo menos aburrida. 

Nos conocimos en el trabajo. Nos caímos muy bien nada más presentarnos el uno al otro, pero entonces yo tenía pareja, y además, alguien tan joven jamás habría estado en mi radar. Al poco tiempo rompimos mi ex y yo y comenzó una de las etapas más duras de mi vida, no únicamente por la ruptura, sino por la muerte de un familiar muy querido a la vez que a mi madre le detectaron un tumor. Todo muy seguido. Aquellos fueron días muy tristes, muy oscuros, y en el curro mi cara lo decía todo. Iker se dio cuenta y empezó a estar encima mía. Me llamaba y me mandaba whatsapps para preguntarme cómo estaba, pero sobre todo para distraerme y hacerme reír, porque él sabía de sobra que yo estaba bastante mal y que me faltaban ganas para todo. En gustos no coincidíamos ni de lejos: en cuanto a música, él era de reggaeton y yo de indie, yo de bares y él de discotecas, él de nuevas tecnologías y yo más de libros… Pero en el humor, eso sí, almas gemelas. Ahí no cabía ninguna brecha generacional, ni cultural, ni nada de nada. Nos reíamos con las mismas gilipolleces, veíamos las mismas series, compartíamos los mismos memes… Creo que puedo decir que fue aquello lo que me salvó de caer en un agujero muy profundo del que me hubiera costado salir muchísimo tiempo, y que también fue lo que me enamoró de él, incluso cuando me empeñaba en negármelo a mí misma. Porque una cosa he de admitir, y es que, desde el principio, mi mayor censora he sido yo misma. 

Al comenzar a tener sentimientos por él, yo quería autoconvencerme de que era un capricho y de que liarme con él sería un error enorme que no haría más que desequilibrarme todavía más. El tenía 22 años y yo no paraba de repetirme a mí misma esa cifra en la cabeza, recordando cómo era yo a los 22, todo lo que había cambiado en 15 años, y empeñada en que sería imposible que nos entendiéramos más allá de un polvo (que era algo que me tentaba un montón, por qué no admitirlo). Sin embargo fue él, el crío, el yogurín, el que trabajó duro para que yo confiara en él y en la posibilidad de que pudiéramos tener algo que mereciera la pena. Se lo curró un montón porque estaba ahí de verdad y con todas las consecuencias.

En este asunto mi cabeza iba de lado a lado como una veleta y él decidió poner toda la carne en el asador y apostar por mí hasta que llegó el momento en el que yo me pregunté “¿Por qué iba a estar él insistiendo tanto por una persona con tantas “dificultades” como yo si no estuviera realmente interesado en mí?” Aun así, el miedo no era solo a ser yo demasiado mayor para él, sino también al revés, a que él fuera demasiado joven. ¡Si cuando nació él, yo ya fumaba! 

Por fin accedí porque no me quedó otro remedio, y no hablo de su insistencia (porque por ese lado no se me gana fácil, creo), sino de que tuvo que pasar. Dos años y medio después, puedo decir que es la pareja con la que mejor me entiendo de todas las que he tenido, y he tenido varias y mucho más cercanas a mí en edad). Me siento super afortunada de haberle encontrado en un camino de relaciones sentimentales donde, por una cosa o por la otra, me he sentido insatisfecha con frecuencia y en un momento en que quizá ya iba haciéndome a la idea de que las relaciones largas no eran para mí ni yo para ellas. 

Hay un precio, o varios, a pagar, claro: he tenido que aclarar 100 veces que no soy su hermana mayor (de momento nadie me ha confundido con su madre); cuando vamos a un hotel y nos cogen los datos del DNI yo aparto la mirada de la persona de recepción para evitar la cara de sorpresa; en el espejo yo voy viendo cómo la cosa decae en mí pero florece en él… Hay mil cosas, pero todas tienen que ver con lo que piensa, dice, y hace el resto de la gente. Siempre he caído en las redes del “qué dirán” con mucha facilidad pero, por suerte, Iker me gana también en madurez y me ayuda a pensar solo en lo que importa. Y bueno, hablando de lo que realmente importa, estamos esperando un bebé para finales de año, así que tranquis que ya voy preparándome para la cara de la matrona. 

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora