¿Quién me iba a decir a mí que un buen día por la mañana recibiría de mi crush de toda la vida una fotopolla por whatsapp? Para mí Diego ha sido desde siempre la perfección.

Nos conocemos desde que éramos críos y siempre he estado pilladísima por él, desde mi más tierna infancia. Si la cosa hubiera sido correspondida no estaría hablando así de él, claro. Él me considera su mejor amiga y consecuentemente me cuenta todos sus ligues, sus amores y desamores, sus follamigas y sus escarceos de fin de semana; todo me lo cuenta a mí.

Yo, después de mil años ya estoy acostumbrada, y aunque si él me dijera “ven” yo lo dejaría todo, le escucho como amiga, no como pretendiente obsesionada con él desde la guardería. Le doy consejos y me alegro cuando le va bien con alguna tía, sin dejar que mis sentimientos interfieran en nuestra amistad, que la valoro muchísimo.

La cosa es que un día, sin venir a cuento, un día entre semana, me despierto y cuando miro el móvil veo que Diego me ha mandado una foto temporal y cuando la abro, me encuentro un primer planazo de su p…

Supe seguro que era la suya porque salía agarrándosela y reconocí su mano (son muchos años observándole de cerca, claro que puedo reconocer su mano). Os juro que mordí la almohada del subidón que me dio.

La foto era de la noche anterior y yo me había despertado prontísimo, así que no quise reaccionar tan pronto, quería pensar muy muy bien cómo responder, si mandarle yo otra foto, o comentarle solo, de verdad que llevaba toda una vida deseando que él me viera de esa manera y no como amiga sin derecho a roce ni a nada.

A mis amigas sí que las bombardeé. Se lo conté a muchas, así por privado, y todas reaccionaron casi igual de locas que yo, vamos, ¡saboreé aquello tanto! Pero no sabía cómo responder, quería estar a la altura del mito en el que lo había convertido en mi cabeza, menuda presión me estaba poniendo a mí misma.

Mientras tanto, iba pasando el día y yo no quería contestar nada, ¿qué estaría pensando él? La idea de que sufriera un poquito me ponía muchísimo.

Así que por la tarde me encerré en mi cuarto con la foto y mis juguetes y cuando había terminado, con la cara sonrojada y guapa guapa, como se queda una después de un buen orgasmo, le envié yo también una foto temporal.

Él no tardó nada en responder lo siguiente: WTF. Todas sabemos lo que significa WTF pero decidí tomármelo como un “madre mía”, como un “estás de locos”. Y le envié otra. Su siguiente mensaje fue más claro: Carol, para. Yo, ilusa de mí, le respondí con un emoji de sonrisa pícara, y entonces él desarrolló, y me preguntó a ver qué foto me había mandado él la noche anterior (porque las temporales no puedes verlas cuando ya las has enviado). Le dije que me había mandado una fotopolla como dios manda, y al instante me llamó.

No sabría deciros quién lo pasó peor en aquella conversación, sinceramente.

Él muerto de vergüenza, pidiendo perdón por la equivocación y por no haber sido consciente de la equivocación hasta que yo ya la había cagado pero bien. Yo pidiendo perdón (¿por qué coño?) por haber sido tan inocente de pensar que sí era para mí, que por fin las cosas habían cambiado… Horroroso todo. Pero bueno, esa especie de igualdad de condiciones en la vergüenza que estábamos pasando los dos hizo que pudiéramos actuar con más normalidad después de colgar el teléfono, y seguir con nuestras vidas.

No ha cambiado nada en la relación entre Diego y yo, y la verdad es que, de alguna manera, después de aquello ya no lo tengo tan idolatrado. Eso sí, el mal rato ¡no me lo quita nadie!

Carolina.