Allá por mayo de 2020, justo después de que finalizara la cuarentena como tal y estando yo opositando para un proceso selectivo que se había paralizado totalmente por el Covid-19 (oh, el escalofrío que me entra por el cuerpo solo de recordar esos momentos que parece que nuestras cabecitas han olvidado ya) y sin saber cuándo volvería a reanudarse la cosa, me puse a echar CV como una auténtica loca. Sin ningún tipo de filtro ni criterio. Me daba igual repartir publicidad, ser reponedora en Mercadona o servir montaditos de gambioli. Todo con tal de volver un poco al mercado laboral que había abandonado meses antes para dedicarme en exclusiva a la oposición.

Como os imagináis, las ansias y las prisas no son muy buenas consejeras en estos asuntos, así que decidí ir poco a poco buscando algo de lo mío. El único problemilla es que las ofertas en Infojobs  en aquellos momentos de todo lo relacionado con mi carrera (y te diría que con cualquiera en España) eran nulas. Así que tuve que hacer uso de la proactividad que me caracteriza y presentar mi CV empresa por empresa.

Mandaba una copia con todos mis datos a toda aquella empresa que yo consideraba que pudiera parecer interesante. Al principio el criterio era más estricto, pero conforme iban pasando los meses y las ofertas no llegaban, el nivelito fue descendiendo (al más puro estilo de señor desesperado en una discoteca un sábado a las 5 de la mañana que no se quiere volver a casa sin pillar cacho) y empecé a enviar mails con mi currículum a absolutamente cualquier empresa del sector (y no tan del sector, seamos honestos) que me apareciera en Google. Pobrecita mía, lo que me esperaba.

Un buen día recibí una llamada de una tal Ana María que me hizo una oferta de trabajo absolutamente irrechazable. Un trabajo que ya sabía hacer porque tenía experiencia anterior, trabajando por mi cuenta y que me permitía seguir estudiando. Primera red flag. Nada en aquellos momentos de incertidumbre podía ser tan fácil y bueno.  Y, aunque mi subconsciente la veía, quise pensar que ¿por qué no?

Lo siguiente que debió parecerme extraño es que en esa misma llamada me dijo “pero bueno, ya mismo es tu cumpleaños, habrá que regalarte algo, que 24 años no se cumplen todos los días”. Ahí la cosa empezó a sonar rara, rara. Pero allá que iba yo, toda emocionada y con necesidad de pagar el alquiler y las facturas a por mi siguiente red flag.

La mujer me preguntó por mi disponibilidad para tener una entrevista por zoom al día siguiente. Esto me pareció normal dentro del contexto del Covid-19, así que acepté y me preparé como si fuese presencial. Ropa y maquillaje y mi camarita conectada 5 minutos antes.

Cuál es mi sorpresa cuando llegada la hora acordada veo que empiezan a conectarse una camarita detrás de otra. Al principio eran 3, 4, 5…hasta que era imposible llevar la cuenta de cuánta gente había allí. Empecé a agobiarme. No entendía nada. Una señora puso unas diapositivas y empezó a hablar de venta de servicios. A los 10 minutos decidí contactar con Ana María, pero claro, estaba apagado o fuera de cobertura. De primero de estafadora.

La conferencia aquella era, claramente, una estafa piramidal en la que tú invertías un dinero y en vez de vender batidos de Herbalife vendías productos o servicios como la luz, el gas, telefonía, etc. Y, como pasa en estas cosas, para recuperarlo hace falta que otro tonto muerda el anzuelo e invierta, a su vez, su dinero. Vamos, que Ana María me había hecho la cama para que invirtiese ahí y ella poder salvarse su pellejo.

Cuando horas más tarde me llamó, lo hizo como si nada, invitándome a un café EN SU CASA. LA CASA DE UNA SEÑORA QUE NO CONOCÍA DE NADA. Aquello era surrealista, en serio. Pero como vi la situación, decidí, amablemente, rechazar su “oferta” de ganar 3000€ limpios todos los meses sin hacer nada. Ya no era necesario siquiera prestar ninguna de las actividades que me había explicado días antes. La tía no se escondía ya, vaya.

Pero la señora no iba a darse por vencida. Me mandaba whatsapp sin parar. Al principio conciliadores y con promesas de éxito, luego amenazantes.

Cuando la bloqueé de whatsapp y de las llamadas, fue cuando empecé a recibir llamadas desde otros teléfonos que yo no conocía. No solo eso, sino que la bandeja de entrada de mi mail se llenó de mensajes al más puro estilo Martha, la loquita de la serie (e historia real) de Netflix “mi reno de peluche”.

Era, literalmente, un no parar. Empezó a contarme su vida en un intento de dar pena. Me contó que tenía un hijo con malformaciones severas que requería tratamientos médicos muy caros y que solo podría costeárselos si yo invertía TAN SOLO la friolera de 3000€ en la susodicha empresa y que pronto iba a recuperar más del doble de lo invertido.  Yo no respondía nunca, simplemente esperaba a que se cansase.

Sentía mucha lástima porque claramente Ana María debía estar hasta el cuello de mierda para actuar de semejante forma. Pero, tras varias semanas con la misma dinámica, aquello era insostenible y acabé interponiendo denuncia a la Policía, porque recordemos que, aunque nunca llegó a pasar, esa persona tenía mi dirección completa.

El asunto terminó, por fin, hace muy poquito, con una sentencia firme que la condenaba a la prohibición de comunicarse conmigo por cualquier medio ni a acercarse, pero han sido unos años horribles de este proceso.

Así que mucho cuidado dónde enviáis los CV porque a veces tenemos tantas ganas de trabajar que acabamos siendo un pobre reno de peluche.

 

 

Nita T.