En el momento de la historia que os voy a contar, la báscula no marcaba mi mayor registro en cuanto a peso, sino que más bien había perdido bastantes kilos. Quizás fuera ese el motivo  que me animara a hacer el plan… Tremendo error, ¿o no tanto?

Os cuento, en mi grupo de amigas hay tendencia a montar despedidas de soltera a lo grande. Siempre intentamos pillar un fin de semana entero y realizar el máximo de actividades posibles. En un principio eran actividades normales: Yinkanas por la ciudad o por la playa, boys, discotecas… Vamos, despedidas de soltera de toda la vida. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, las actividades de aventura han pasado a tener un papel protagonista. Paseos en quad, karts, paintball, parques de aventura, etc.

Puede que a gran parte de la población le parezcan divertidas esas actividades, incluso reconozco que para mí también lo son. Lo que no lo es tanto es la ansiedad previa. ¿Tendrán talla para mí en los trajes del paintball? ¿Me servirá el chaleco del parque de aventuras? ¿Cabré en el kart?

Esas y más dudas me asaltaron el día en que me comunicaron que en la despedida de mi amiga Tere íbamos a realizar actividades acuáticas, concretamente kayak, paseo en banana (de esas que van tiradas por una lancha y al final acaba todo el mundo en el agua) y como una especie de pasarela inflable flotante que debíamos atravesar corriendo. ¡¡Cha-cha-cha-chaaaan!! Semanas enteras de nervios, hasta que decidí acudir pero no realizar ningún tipo de actividad. ¡Ilusa de mí! Mis amigas se propusieron hacerme participar y ¡vaya si lo hicieron!

La primera actividad, el kayak, no fue tan difícil como parecía. Aparte de un poco de inestabilidad a la hora de subirme, no hubo mayor dificultad, nada que no tuviera fácil solución sujetándome de una mano amiga. 

Lo divertido vino cuando nos tocó subirnos en la banana tirada por la lancha. El modus operandi para subirse a la banana era el siguiente: desde la lancha pasábamos a la parte anterior de la banana y una a una íbamos avanzando/arrastrándonos hacia atrás hasta tener cada una su posición. Mis amigas, majas ellas, me dejaron la última, de modo que no tuviera que desplazarme mucho por la banana y así hubiera menos riesgo de perder a un tripulante antes de empezar. 

Una vez ya estábamos todas subidas, empieza la marcha… El señor aprieta el acelerador y nos empezamos a mover. Pero de repente ¡PUUUUMMM!, el conductor de la lancha, creyéndose muy gracioso (a mí no me hizo ni puta gracia) pega un acelerón cuando no llevábamos ni 5 segundos subidas y ¡TODAS AL AGUA! Cuando digo todas, es literalmente todas, ni una quedó encima de la banana. Y aquí es cuando empieza mi gran odisea. 

Mis amigas van subiendo de una en una. Bien, ya están todas arriba. ¿Y yo? Pues yo sigo en el agua. Imposible subir. Sin tocar con los pies en el suelo y solamente con la fuerza de mis brazos era imposible. Aquí es cuando le pido al señor que me deje subir a la lancha (por las escaleras) mientras hacemos la actividad para que mis amigas continúen sin mí. Negativo, no me deja, debo subirme a la banana. 

Yo no sabía si reírme o llorar, pero por suerte mis amigas estaban ahí para parar el golpe emocional. Entre todas se propusieron subirme y aquí es donde viene la parte divertida. No sé cuántas amigas tiraban de mí a la vez, ni de qué partes del cuerpo. Sólo sé que de ver su esfuerzo, el mío y la situación, nos dio a todas un ataque de risa de los legendarios, de esos que nunca se olvidan. Bueno a todas no, a todas menos a mi amiga Mari. La pobre seguía intentando con todas sus fuerzas subirme a la banana, con el pequeño error de que lo hacía únicamente tirando de mi tobillo derecho. Imaginaos la escena: 9 chicas encima de una banana, 8 de ellas descojonadas. Una chica en el agua mientras la única que no se ríe de la banana le tira del tobillo con todas sus fuerzas, haciendo que se le hunda la cabeza. Literalmente me  había dado la vuelta y prácticamente me estaba ahogando.

No os penséis que esta situación a Mari en algún momento le pareció graciosa (y si fue así no lo demostró). Es más, no paraba de gritarme: 

— ¡María si no paras de reírte no vas a poder hacer fuerza y esto es imposible!

Algo que obviamente, generaba en mí y en el resto de mis amigas el efecto contrario al que ella pretendía. Por suerte llorar de la risa en el agua queda más disimulado. 

Después de no sé cuánto rato, consiguieron subirme a la banana. Qué bonita imagen se tuvo que llevar el señor al verme por fin subida encima, con ambas tetas y medio chichi por fuera del bañador, pero ¡chicas, misión cumplida! Una vez todas encima de la banana, el señor volvió a iniciar la marcha y esta vez no nos pilló desprevenidas, todas apretamos tanto por no caernos que creo que aún tenemos marcas en las manos y aunque finalmente volvimos a acabar todas en el agua, esta vez el señor me dejó subirme a la lancha (supongo que o bien mis tetas, o mi espectáculo, no debieron ser de su agrado). 

Años después, todas (incluso Mari) recordamos con mucho cariño aquel día. Y agradezco mucho a mis amigas haberme convencido para participar. Puede que estuviera limitada y que mi corporalidad y mi peso entorpecieran un poco la actividad, sin embargo lo que está claro es que ellas estaban dispuestas a ayudarme con la mejor de las sonrisas y a demostrarme que yo también tenía derecho a disfrutar como las demás y ¡vaya si lo hice!

Desde ese día me lo pienso dos veces antes de decir que no y opto más por un ¡a la mierda, yo voy a probar y a ver qué pasa! Aunque no os voy a engañar, la ansiedad previa sigue estando en mi cabeza. ¿Marchará algún día? Espero lograrlo. 

 

@maripluff