Al próximo que me hable le lanzaré una taza inspiradora a la cabeza

Si os soy sincera, estoy enfadada. Escribo esto enfadada y siento todo lo que voy a decir desde esta emoción. ¿Cómo no estarlo? Estoy a un mensaje más del “rollito” Mr. Wonderful de estampar una taza de colores pastel a alguien en la cabeza.

Os preguntaréis qué me pasa, y la respuesta es que he descubierto que entre las expectativas y la realidad hay un abismo.

Ya sé que suena obvio pero, quizás, por mi edad, mi forma de ser o yo qué sé, me tragué uno a uno todos los mensajes sobre la meritocracia y las aspiraciones aptas para las “niñas buenas”. Me creí a todos aquellos que me decían que con mi esfuerzo llegaría lejos, y ahora estoy aquí, escribiendo esto mientras la vida de los demás parece perfecta en una foto. Ya sé que todo es mentira, pero yo también quiero unas vacaciones en Tulum. 

¿De qué ha servido que, durante tantos años, me privase de sentir lo que de verdad quería? Cada día me despierto con un sueño nuevo y me creo capaz de conseguirlo todo hasta que miro el móvil. Ya hay alguien que me lleva ventaja. Ya hay alguien que lo hace mejor que yo. Ya hay alguien que es quien quiero ser.

A veces me pregunto cuáles serían mis sueños si solo tuviera delante un espejo. Si no pudiese marcar mis metas basándome en los logros que consiguen los demás, porque lo único que quiero es tener lo que ellos tienen.

La verdad es que me molesta que todo lo que consiguen los demás sea achacado al esfuerzo. Esos discursos de que “si quieres, puedes” solo sirven para aumentar la frustración. No te esfuerzas lo suficiente, ¿no? Da igual si quieres o no lo que tienen los demás, tienes que sentir la necesidad de superarlos porque si no es así, no eres una persona productiva. Vaya término, como si yo fuese una fábrica. 

Hay todo un mundo entre el coaching motivacional y la realidad en la que parece que los que están enfermos de ella deben sumergirse para ser aceptados. No, no pienso que tengas la culpa de tu situación. Bueno, a veces sí. Pero, la inmensa mayoría de veces, las variables que alteran los planes son exógenas y hay un margen ínfimo de maniobra sobre la que se tiene potestad. Si todo fuese como se supone que debería ser, lo más probable es que ahora mismo ni siquiera estuvieses leyendo esto. ¿Para qué hacerlo cuando estás en tu mejor momento?

Yo sigo buscando el mío. Tengo 22 años y una crisis existencial tremenda porque a los 18 creía que me iba a comer el mundo, y ahora solo creo que aquella versión de mí era la de una niña ingenua.

En esta lucha entre mis expectativas y mi realidad me siento totalmente al margen mientras en mi cabeza sigo haciendo planes como si estuviera construyendo un castillo de arena a un milímetro de la ola. Sigo sin saber lo que quiero cuando todos me exigen saber cuál es mi camino. Siento que el mundo me come mientras sigo teniendo hambre de él. No me voy a saciar nunca pero, ¿y si me canso? ¿Y si no quiero aceptar que me traten de inepta por no tener experiencia? ¿Y si no quiero rogar oportunidades por las que ya lo había dado todo de mí? ¿Y si no quiero el salario mínimo y unas condiciones deplorables al terminar la carrera? ¿Y si no me acojo a la inestabilidad propia de esta etapa?

Me pregunto qué te queda cuando ya eres consciente de que lo que te han vendido durante toda tu vida no era cierto, y ahora toca idear un plan B para sobrevivir a unas expectativas basadas en un cuento popular. 

Os lo diré. Solo te queda arrojar una taza de Mr. Wonderful a la cabeza de la siguiente persona que cuestione tus dudas y seguir adelante con una vida que no has elegido pero que, quizás, puedes redireccionar a tu antojo en algún momento del camino.

Luna Boira