Dice el refranero popular, al que poco caso le hacemos por la razón que tiene siempre, que ni todos los días son días de fiesta, ni todas las lunas, pueden ser lunas de miel.

Puestos a ser redundantes antes de entrar en materia, también se dice que no todos los días pueden ser buenos… pero que siempre hay algo bueno todos los días. Aquí está el KIT de la cuestión (por favor, inserte gif de El Coche Fantástico, grasias)

Manejar las frustraciones no es tarea fácil. Quien diga que sí, o bien miente, o vive en una burbuja tan grande y bien construida que jamás ha tenido tropezón alguno. A veces tú sientes que lo das todo, que lo haces todo bien, que pones de tu parte incluso más de lo que puedes… y las cosas, no cuajan. No salen bien. No fluyen.

Porque no, sin más motivos ni razones.

Después de toda una semana de dieta estricta igual el finde no llegas a los parámetros que te habías establecido; pese a currártelo, el ascenso, la promoción o la palmadita en la espalda en tu curro van para otra persona, la amistad en la que has estado invirtiendo no termina bien, el ligue de Tinder con el que todo parecía avanzar, sale rana, las sábanas que has comprado en SheIn son para medida Queen y tu cama es King, te da por cambiar de sabor de helado y el que te pides no te gusta, la talla de vaqueros no te queda bien, no quedan zapatos de tu número en rebajas, no hay plazas en los estudios que quieres hacer o el libro que te terminas, tiene un final que… mñe.

Nuestro primer pensamiento cuando estos u otros supuestos tienen lugar, suele ser culparnos. Sentimos que hemos fracasado, que en el sótano del bajo rendimiento siempre somos capaces, como expertos arqueólogos de hallar mierda, de encontrar un piso más. Nos frustramos. Nos enfadamos. Entonamos el a tomar por culo más sonado de la historia y nos hacemos bola. Como si fuera culpa nuestra. Como si toda la responsabilidad cayera sobre nuestras espaldas.

Pues aquí vengo yo, avalada por lo que viene siendo una semana muy jodida y toda la autoridad que me da haber tropezado muchas veces contra historias de este calibre, para deciros a las claras que no, mis cielas.

Tropezar es inevitable. Caerse, parte de esta aventura que supone ser humanos. Igualito que fallar.

Es como hacerte el delineado rojo pasión en los labios mal varias veces, un hecho cierto, tácito y seguro. Uno puede esforzarse y dar lo mejor que tiene y, aun así, no obtener el resultado esperado. Es normal. No pasa nada. Somos gente y algunas veces, aquello que creemos querer o merecer, por lo que porfiamos como locos y que al final no se nos da, resulta no ser realmente lo que necesitamos.

Porque hasta lo no conseguido es por algo. La vida, que a veces, es rancia de cojones, pero también muy sabia.

Igual te tiras ahorrando un mes para pillarte un artículo de gama alta, pasa algo en casa y tienes que usar la pasta para temas de primera necesidad, y esto te puede rehacer las prioridades, joderte el mes, ponerte de humor de perros o… hacerte ver que, ante una adversidad, has respondido. No ha salido como esperabas, pero has solventado el problema, que ya es mucho.

Quizá no llegues a tu marca personal en el ejercicio, comas más hidratos de los que debes, conozcas de media a menos tíos que merezcan la pena de lo que esperas, folles menos de lo que quieres, procrastines más de lo que piensas que debes o te masturbes con menos asiduidad, por culpa del tiempo, de lo que tu cuerpo se merece (¡imperdonable, chatas!), pero con todo y esas piedras en el camino, un mes, una semana, un día, o una hora, no pueden medirse únicamente en momentos negativos o de bajón.

Que algo no salga para adelante no resta ni un ápice de todo lo que sí hemos conseguido, de lo que hemos trabajado, de eso por lo que hemos peleado como jabatas. Vale, se ha chafado un tema, ¿y qué? Al final de la jornada todo lo demás seguirá siendo tuyo, todo lo que has hecho, dicho, bebido, reído, gozado, disfrutado, comprado, viajado, contado, leído y atesorado, repetimos: sigue siendo tuyo.

Elegir cómo tomarte la frustración momentánea tiene más valor que no haber experimentado frustración en absoluto, porque en vez de hacerte bola, llorar sobre la leche derramada o creer que has vuelto a cagarla, tienes que levantar la barbilla, mirarte al espejo y decirte a las claras que muy bien. Que vale. Que ya está. Lo seguirás intentando. Vas a insistir.

¿Jode? Un huevo. ¿Es justo? En la mayoría de los casos, no.

Entonces, ¿qué hacemos? Pues enfocarnos en que siempre, por mal dadas que nos vengan, hay motivos por los que coger aire, contar hasta diez, y seguir para adelante. Siempre, sin que importe lo profundo de la caída, lo hondo de la decepción o lo que escuecen las heridas, habrá algo a lo que aferrarse, algo bueno alrededor, personas, recuerdos, éxitos, romances, familia, amistades, vestidos de ASOS… nada es negro para siempre, nada se mantiene nublado siempre, y los apagones, tarde o temprano, terminan cediendo a la luz.

Así que amiga, no te rindas, no te culpes, no te frustres y no desistas, porque no importa lo mal que te sientas ahora, ese sentimiento es solo un minúsculo pelo de gato en la enorme alfombra persa de tu vida. Rebusca entre lo bueno que sabes que tienes.

Aunque lo dudes, aunque no lo creas, aunque te llegue a asombrar, porque algo tiene que haber. Garantizado.

Romina Naranjo