Hace unos días me crucé con mi ex. Pensaba que tenía superado todo el daño que me había hecho, las humillaciones. Pero desde que lo vi, tengo náuseas continuas. Espero que este artículo me ayude un poco a liberarme.

Cuando salía con él, creía estar enamoradísima. Él es uno de estos chicos que emana seguridad en sí mismo y que, por alguna razón, hace que no puedas dejar de mirarlo ni escucharlo.

Con el tiempo te das cuenta de que es un mindundi, pero hay que estar muy atenta, porque su capacidad de manipulación es muy poderosa.

Dejando aparte insultos y vejaciones, había algo que nos separaba: él era una auténtica máquina sexual. Podría estar follando todo el día, con cojines si hiciera falta, y le encantaba ver porno y aplicar después en la práctica las posturas o juegos que había visto en la pantalla.

Debo admitir que yo era, soy, todo lo contrario. Aunque ahora entiendo que no era simplemente que fuera menos activa, sino que mi cuerpo rechazaba la intimidad con alguien que me trataba con tanto desprecio.

amenazas ex

El caso es que, además de intentar hacerlo en lugares públicos (a lo que yo siempre me negaba, con su consiguiente enfado y bronca), tenía otra actividad favorita: grabarnos.

Lo preparaba todo genial: el encuadre, el lugar donde poner el móvil, la luz… incluso, a veces, me regalaba conjuntos que quería que llevara.

Durante los encuentros que grababa, él trataba de hacer todo aquello que consideraba que se le daba genial, para lucirse lo máximo posible. Y yo me dejaba hacer.

Cuando vivíamos lejos, me pedía que me hiciera fotos “guarras”, decía. Que me grabara masturbándome, lamiendo un pepino o cosas del estilo. Ojo, no estoy diciendo que esto esté mal o sea reprobable, ¡para nada! Si se hace con una pareja sana y respetuosa, puede ser divertidísimo. El problema es que él no era nada de esto.

Al fin, conseguí dejarle. Y me quedé con varias tarjetas en las que había material de este estilo. Pero me falta una, una que nunca encontré… porque él me había cogido (la tarjeta era de mi cámara).

En la gran discusión final que propició la ruptura, yo le eché en cara los malos tratos por los que me había hecho pasar. Los gritos sin motivo, los insultos (“retrasada”, “estúpida”, “imbécil”, “frígida”…), las manipulaciones, los tonteos descarados con otras chicas.

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Le dije que era un lobo con piel de cordero, y que muchas personas alucinarían si yo les contara cómo me había tratado. Su familia no, porque, como suele pasar, él descargaba su ira contra sus personas más allegadas, es decir, contra mí y contra sus padres y hermanos.

Él me advirtió de que, si alguna vez se me ocurría contarle algo a alguien, me arrepentiría, porque tenía algo “que podía echar mi vida por tierra”.

Alguna vez me planteé denunciar, pero no volví a verlo nunca más (hasta el otro día) y conseguí seguir mi vida sin miedo. Y ahora pienso, ¿y qué si alguien viera esos vídeos? El único que haría el ridículo, buscando la mejor perspectiva para que su polla salga en primer plano, sería él.