Tendría que escribir durante tres días seguidos para contaros con toda la miga esta historia, pero voy a intentar resumir, sin dejarme mucho importante, cómo acabé diciéndole lo de “amiga, date cuenta” a la novia de mi ex. 

El susodicho, y padre de mis hijos, empezó a quedar con esta chica tres meses después de separarnos. Yo también tenía mis líos, pero nada importante. Era demasiado pronto para mí. Aunque llevábamos años mal, todavía vivíamos juntos y yo le seguía queriendo muchísimo. Al principio la convivencia era aceptable, principalmente nos esforzábamos por los niños hasta que encontrase un sitio adecuado para poder irse. Pero al final le tuve que presionar para que se fuera de casa, ya que se había vuelto complicado (aparecía y se iba sin avisar para ver a los niños, para ducharse y para comer lo que yo preparaba, cual hotel). Y, ya con la distancia y con un acuerdo en torno al tiempo que pasábamos con los niños, volvimos a llevarnos mejor.

Yo sabía que estaba quedando una chica, pero sin detalles. Imaginaba que era un rollete sin importancia, pues entre nosotros seguía habiendo feeling. Inevitablemente, para sorpresa de NADIE, acabamos acostándonos un día que vino a dejar a los niños en casa. No os creáis que no tuve mis remordimientos, ya que no quería participar en una infidelidad. Pero confiaba en él, y en que no sería capaz de engañar a nadie, por lo que asumí que no tenían una relación y, por lo tanto, no eran cuernos. (Error, nos estaba engañando a las dos). 

De los polvos esporádicos llenos de pasión pasamos a los mensajes, a los besos, a las ganas de quedar a solas, y a las dudas… ¿Nos habíamos precipitado al divorciarnos? Él también decía que me echaba de menos, que me quería, que podíamos volver a probar a estar juntos… Peeeero seguía viéndose con ella. Llegó un momento en el que le dije que no debíamos seguir así, que si íbamos a intentarlo no podía haber nadie más entre nosotros. Me aseguraba que eso era lo que quería, pero que la chica se había pillado de él y que no era capaz de dar el paso y hacerle daño así. Ahora me veo la cara de payasa que debía tener en ese momento para reírse así de mí, pero en su lugar intenté ser empática y hasta le aconsejé cómo podía dejarla con tacto, para intentar ser lo más honesto posible. (¡A buenas horas!).

 

Lo hizo, o eso me dijo. Y yo me ilusioné una barbaridad: ahora ya podíamos volver a reconstruir nuestra familia. Una semana y un polvo lleno de ¿rabia? duraron los buenos propósitos. Se volvió distante y empezó a frenar lo nuestro. “Te quiero, pero necesito estar solo un tiempo”… Y claro, debe tener un diccionario diferente al mío, porque unos días después supe que volvía a quedar con ella. Mi enfado y decepción fueron tremendos, no entendía nada, y pensaba que todo había sido para vengarse de mí por haberle dejado la primera vez.

Pero todavía tenía guardado un segundo asalto, para terminar de volverme loca, para romper toda la confianza que podía haber entre nosotros y para dificultar la inevitable relación que teníamos que mantener como padres de unos hijos en común. Me pidió perdón, me aseguró que me quería a mí por encima de todo, que estaba confundido, que se había equivocado hasta el fondo, pero que pensaba arreglarlo y hasta me preguntó una recomendación para ir al psicólogo y así poder hacer las cosas mejor. Quería reconquistarme, no le importaba el tiempo que eso le llevase. ¡Y tanto que lo intentó! Pero yo, (¡todavía me doy gracias!), tuve uno de los pocos momentos de lucidez en mi vida. A pesar de que no había dejado de quererle, sabía que no debía volver a confiar en él. Insistió mucho… como nunca lo había hecho, ni siquiera cuando empezamos a salir. Yo alucinaba. Pero por mucho que sopló, sopló y sopló… ¡la casa no la derribó! Aguanté, con mis momentos de dudillas por supuesto, pero aguanté.

Hasta que un día me llegó la factura de su móvil a mí correo y, no sé por qué, me dio por mirarla, nunca antes lo había hecho. No estaba buscando nada concreto, pero encontré . ¡Vaya que sí encontré! Es que no tuve que leer mucho, porque muchas llamadas a un mismo número captaron mi atención. Eran llamadas de más de una hora de duración. Solamente tuve que añadir el teléfono a mi agenda para comprobar que era el de ella. 

En ese momento le llamé muy enfada. ¡Otra vez! ¡Otra vez había intentado jugar con mis sentimientos y mi confianza! ¿Dónde estaba el hombre bueno, humilde y sincero que yo había conocido y por el que todo el mundo pondría la mano en el fuego? Sus disculpas de poco me sirvieron. 

Sentí que yo estaba a salvo ya de sus mentiras, pero pensé en ella, en que seguramente también había estado muy engañada durante todos estos meses. No sé si hice bien,  probablemente no, pero en ese momento sentí que debía hacerlo (luego ella me lo agradeció) y le escribí contándole como había jugado con las dos. No quería que lo siguiera haciendo y yo ya no descartaba que, si no se descubría el pastel del todo, mi ex siguiese intentándolo. Al rato la chica me llamó, desconsolada y con un ataque de nervios. Os juro que me dolía más ella que yo. No entendía nada y estaba muy sorprendida, según ella llevaban meses saliendo, él loquísimo por sus huesos. Solamente estuvieron un tiempo separados porque ella lo notó con ansiedad y le pidió tiempo para aclararse, hasta que empezó a ir a terapia para poder sentirse mejor (¿recordáis a quién le pidió recomendación?). Me contó cosas de su historia de amor, para ella lo había sido todo este tiempo, que yo no necesitaba escuchar. Yo sí me callé muchas cosas de las que habían pasado, solo le conté lo justo y necesario para que supiese que no me lo había inventado y que no había sido cosa de un polvo aislado. 

Estuvimos unos días en contacto, en los que me decía que no sabía qué hacer. Seguía preguntándome cosas y descubriendo mentiras. Al menos yo sé a ciencia cierta que eran mentiras, ella creo que no llegó a creerme del todo nunca. Como cualquier mujer dolida, pero enamorada, pasaba por momentos de tener claro que no quería volver con él y por momentos de dudas, en los que no podía aceptar nada de lo que yo le había contado. La escuché, la animé (o lo intenté), le dije todo lo que se le diría a una amiga en plena crisis de desamor… Con el pequeño detalle de que yo no era su amiga y además era parte implicada y engañada. 

Cuando decides divorciarte sabes que vas a vivir momentos y situaciones muy complicadas, pero nunca llegué a imaginarme que, medio destruida, acabaría escuchando los desahogos de la novia de mi ex. Sospecho que la lista de cosas que jamás crees que pasarán, ¡Y PASAN!, se irá alargando.

 

AROH