No sé cómo ni por qué, mi amiga se acabó casando con un chico algo retrógrado, machista y condescendiente. Un chico encerrado en sí mismo, al que sólo le gusta estar en casa, un chico que odia hacer cosas nuevas, siendo ella todo lo contrario.
Un chico que le habla como si fuera su padre, que le dice cómo tiene que hacer las cosas, que se enfada con ella si llega chispada a casa (cosa que, como mucho, pasa una vez cada 4 meses) y se pica si se entera de que su mujer ha estado de fiesta con sus amigas y han acabado en una discoteca con un grupo de chicos majos, sin más (cosa que, como mucho, pasa una vez al año).
Cuando me habla de algunos de los problemas que tienen, mi amiga siempre empieza la exposición diciendo “a ver, que no tengo ninguna queja, pero…”, lo cual ya me pone en alerta. Excusatio non petita, acussatio manifesta.
Es verdad que el chico es una buena persona, es majo, es sencillo. Pero ha sido mi amiga la que ha renunciado a la vida que siempre había planeado llevar, la que se ha amoldado a las expectativas de su marido.
Para poder tener hijos, ella ha tenido que dejar su trabajo, un negocio que había montado ella sola desde cero y que en los últimos tiempos no le iba muy bien, para buscar algo estable, algo “para toda la vida”.
Me consta que no lo hizo muy convencida, y que él no entendía sus titubeos. Que le decía que se buscara un trabajo “de verdad”, que “espabilara”, que “no era tan difícil”. Cuando una persona no ha tenido nunca una vocación ni ha sentido pasión por nada, es muy sencillo pedirle a los demás que renuncien a lo que aman. Mientras tanto, él cobra un sueldazo y vive como un rey. Ojo, no digo que no se lo haya ganado, pero no ha tenido que esforzarse en nada ni ceder en nada.
Mi amiga (una chica ecologista que odia las exhibiciones pero que acabó haciendo un bodorrio por todo lo alto porque tanto sus padres como sus suegros son de la alta sociedad) ha tomado todas estas decisiones porque ha querido, sí. Pero no está convencida para nada. La conozco, se lo noto.
Aquella boda no la sintió como suya al 100%. “Yo casándome, madre mía”, y soltaba una risita nerviosa. Ahora hace lo mismo al hablar de tener hijos. “Yo teniendo hijos, si no sé lo que quiero, jijiji”. Habla del tema y no lo hace con la ilusión de otras amigas que también están buscando quedarse embarazadas.
Está enamoradísima de su marido, lo sé. Pero me preocupa mucho que vaya a formar una familia sin tenerlo claro. Porque, al final, será su trayectoria profesional y sus ambiciones las que se verán mermadas, mientras él sigue escalando en lo suyo. No sé cómo decirle todo esto y no creo que se lo diga nunca. Sólo espero estar equivocada.