Escribo esto justo el día en que cumple un año desde que mi familia piensa que estoy loca.

Yo vivía en Barcelona, en el barrio de Gràcia, concretamente. Las que hayáis vivido allí ya sabéis lo que es.

Mi día a día era de locos, un estrés desde las 7 de la mañana hasta las 21:30 que llegaba a mi casa. Tenía que cruzar toda la ciudad e invertir casi 3 horas en total de desplazamiento para ir y volver de trabajar. Todo para un suelo bastante mediocre que me daba para el alquiler y algunos caprichos de vez en cuando, como ir a cenar con los amigos o a algún concierto.

La ciudad es muy agobiante, muy ruidosa y muy frenética. Siempre hay muchísima gente con muchísima prisa y te acaban contagiando ese ritmo. Lo peor es que, cuando estaba allí, me encantaba esa vida.

Me encantaba ir a las 4 de la mañana a comprar en la tienda de debajo de mi bloque, mi piso minúsculo y caro, mis planes variados y pasarme horas leyendo en el metro.

Ahora lo pienso y es una locura, pero de verdad que mientras lo vivía, me sentía la persona más afortunada del mundo por vivir allí.

Mi vida estaba más o menos apañada. Trabajaba en un banco en el que me acababan de hacer fija, tenía mi pisito alquilado y decorado a mi gusto, y solo me faltaba una pareja para tener el pack completo, por lo demás, era feliz. Por eso me sorprendió tanto tener un ataque de ansiedad que me acabó llevando al hospital.

Era un día normal, hice mi rutina como siempre, me fui a coger el metro y había más gente de la habitual. Entré entre empujones y fui apretada todo el camino hasta el cambio de línea, donde también había mucha gente andando y entorpeciendo el camino. Empecé a acelerar el paso para dejarles atrás, pero era imposible. Cuando llegué a la vía, perdí el metro por unos segundos y vi como la puerta se cerraba y se iba en mi cara. En ese momento algo pasó dentro de mí y me empezó a faltar el aire.

Al principio fue solo una sensación de ahogo, pero luego siguieron taquicardias y pinchazos en el pecho. Ahí me asusté y de repente todo se puso borroso, en ese momento estaba convencida de que me iba a morir.

Seguridad del metro me sacó fuera y me llevaron a una ambulancia que estaba esperando en la calle, ahí aun no podía respirar, ellos me estabilizaron y me dejaron en el hospital.

Allí me hicieron algunas pruebas para descartar patologías graves y mientras esperaba los resultados, ya me encontraba perfectamente. Cuando me dijeron que todo estaba bien, me empecé a levantar para irme y la doctora me hizo sentarme de nuevo.

Me preguntó por mi vida, por mi día a día, por cómo me encontraba, cómo comía, cómo dormía…  Y después de explicarle un poco mis rutinas, se llevó las manos a la cabeza y me explicó que, lo que había tenido, era un ataque de ansiedad.

Me puso en seguimiento con mi ambulatorio y me dio varias recomendaciones, entre las cuales estaba intentar tener tiempo libre. Pero un tiempo libre sin planes, sin amigos, sin conciertos. Tiempo libre en el que me pudiera tirar en el sofá y ver una serie o simplemente no hacer nada.

Me volví a mi casa, pensando en que hacía literalmente años que no tenía un momento así. Como me dieron la baja, tuve tiempo para pensar y me replanteé mi vida, me di cuenta que el centro de ella era el trabajo y que ni si quiera me hacía feliz ni me daba un sueldo que me diera una vidorra.

Pasé varias semanas en las que incluso fui a terapia porque no le encontraba el sentido a mi vida. Todo estaba patas arriba y cada vez tenía más claro que necesitaba un cambio radical, así que, un poco a lo loco, decidí que me iba a mudar a un pueblillo de la costa de Andalucía.

Antes de irme, hice varias visitas a la zona, donde tenía algunos amigos en una ciudad cercana. Me enseñaron el pueblo y su gente, y me enamoré. El pueblo era muy rural, casi todo eran parcelas y huertos. En el centro había dos o tres tiendas y un bar, se veía muy tranquilo y solo estaba a unos veinte minutos en coche de la ciudad y de la playa. Tanteé la zona a nivel laboral y me pareció que sería fácil encontrar trabajo. Así que, en una de las visitas, aproveché para mirar pisos y casas en alquiler.

Por mucho menos de lo que me costaba mi pisucho en Barcelona, podía alquilar una casa en ese pueblo. Es verdad que no tenía lujos y el decorado era de Cuéntame, pero era muy espaciosa y en una zona muy tranquila. Me aventuré a tirar curriculums y me llamaron de una gestoría que estaba a veinticinco minutos en coche del pueblo y de un hotelito al lado del mar. Fue la señal que necesitaba, así que hablé con el banco, me arreglaron los papeles y, con el paro y unos ahorrillos, empecé a planear la mudanza.

Cuando le di la noticia a mi familia, casi me ingresan en un centro psiquiátrico. Yo ya les vine con todo hecho, fotos de la casa, del pueblo, posibles ofertas de trabajo, habiendo dejado el banco… Todo estaba cerrado y solo les estaba informando. Fui a verlos muy emocionada y volví estando en la mierda.

A ninguno de ellos les pareció bien, a ni uno solo. Todos me decían que desde el ataque de ansiedad se me había ido la olla, que tenía que volver a terapia y que todo era una locura. Que cómo me iba a ir de Barcelona para irme a un pueblo de hortelanos a una casa que parecía que se iba a caer y demás perlas que ni recuerdo.

Como yo estaba firme, al final no les quedó otra que aceptarlo, pero seguían sin verle sentido. Me preguntaron si había algún chico, si tenía problemas con alguien o si había algún grupo religioso allí que me gustara, los pobres se pensaban que me iba a una secta. No conseguí hacerles entender que lo hacía porque necesitaba cambiar mi ritmo de vida.

El primer mes en el pueblo fue un poco caótico, me dediqué a establecerme, sentir la casa como mía y deshacer cajas. No busqué trabajo hasta llevar allí tres meses y, tal y como sospechaba, me llamaron enseguida de la ciudad.

La vida aquí es completamente diferente, mucho más tranquila, despreocupada y acogedora. Mis amigos me introdujeron en su grupo y cuando subo a la ciudad aprovecho para verlos. Estoy leyendo más que nunca y duermo como no sabía que se podía.

Mis padres y mis hermanos vinieron un fin de semana a verme y les enseñé la casa, el pueblo, la ciudad, la costa y mi trabajo. En la casa había espacio de sobras para todos y nos lo pasamos muy bien, pero, aun así, siguen pensando que tengo algún problema o que hay algo que no les estoy contando.

Ojalá entendieran que mi antigua vida ya solo me causa rechazo, que aquí puedo dormir sin escuchar coches, alarmas, sirenas de ambulancia o gente riéndose en la calle, que pasear por el campo y por la playa me da una paz que no he tenido nunca y que esta, es la mejor decisión que podía haber tomado.