¡Hola, mis WeLoversizers guapas! ¿Os acordáis de mí? Soy vuestra amiga la de las ruedas. Sí, la que se metió tal guarrazo que se quedó en silla de ruedas después de aquel accidente hace unos años. Pues bien, hoy vengo con una noticia que tenía que compartir en WLS: ¡me caso! Y no con cualquiera, sino con el amor de mi vida. ¿Queréis saber cómo fue? Pues agarraos que vienen curvas…

Cuando desperté en aquel hospital y el médico me soltó sin anestesia que nunca volvería a andar sin cojear, pensé que mi vida acababa ahí y la amorosa ni te cuento pero resulta que el destino me tenía guardada una sorpresa en la clínica de rehabilitación.

Sí, amigas, en medio de terapias y ejercicios conocí a Luis. Un fisioterapeuta con una sonrisa tan blanca que parece de anuncio de Colgate. Al principio, nuestra relación era puramente profesional: yo la paciente desesperada y él el fisio que intentaba animarme. Pero un día, entre risas y charlas después de las terapias, me di cuenta de que había algo más.

Confieso que al principio me costó aceptarlo. ¿Cómo iba él a querer algo conmigo, la chica de las ruedas? Era tan amable con todas las personas del centro, que me costó muchísimo lanzarme porque durante semanas pensaba que su miradas, sus sonrisas y su tonteo era algo generalizado y no solo conmigo.

Desde el momento en que me invitó a tomar café después de una sesión nuestra relación cambió. No lo noté enseguida, fue un cambio gradual. Empezamos a conocer nuestras vidas fuera de la clínica, nuestros sueños, nuestros miedos. Me sorprendí a mí misma esperando ansiosa las sesiones de rehabilitación solo para poder verle y hablar con él.

En Luis encontré un compañero de risas y confidencias. Por primera vez en mucho tiempo se me olvidaba que iba en silla, él me hacía y me hace olvidar todo lo que eso implicaba. Un hombre que me veía a mí, la chica risueña, fuerte y valiente, y no solo a la mujer en silla de ruedas. Fue él quien me enseñó que mis ruedas no eran un obstáculo, sino simplemente una parte de mi. Fue él quien me hizo ver que aún podía hacer todas las cosas que amaba, aunque fuera de una manera diferente. Yo que pensaba que en mi situación cerraba las puertas a tener hijos… ¡y ahora me lo planteo constantemente!

Y así, en el lugar menos esperado, en medio de la lucha por adaptarme a mi nueva realidad surgió el amor más puro.

Cuando me propuso matrimonio, no fue algo de postureo ni típico de película. Fue en nuestra cafetería favorita con las manos entrelazadas sobre la mesa y tardé 0,1 en decirle que sí.

Así que aquí estamos, planeando nuestra boda y construyendo una vida juntos. Porque al final, la vida es eso, ¿no? Superar los obstáculos, encontrar la felicidad en los lugares más insospechados y amar y ser amado por quien eres, con ruedas o sin ellas. Y yo, chicas, tengo la suerte de tenerlo todo. Así que, si alguna vez pensáis que todo está perdido, recordad mi historia. Porque nunca se sabe dónde o cuándo puede aparecer el amor.

 

La chica sobre ruedas

 

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