Lo que os voy a contar no tiene sentido ni razón ninguna, pero es algo que pasó hace ya más de veinticinco años y me parecía un buen momento para soltarlo de una vez, aunque sea de manera anónima. 

Hace la friolera de un cuarto de siglo que toda mi familia se había reunido, imagino que para un cumpleaños, eso no lo recuerdo seguro, pero sé que estábamos todos en la finca de mis abuelos. Una vieja casa muy muy antigua en una parcela un poco desangelada, si os soy sincera, pero que para los niños de la familia era como un castillo de cuento de hadas. 

Aquel día estábamos todos los niños de la familia y nos fuimos todos como siempre a jugar al salón de la chimenea. Allí ya pasó algo raro y es que a uno de mis primos le empezó a sangrar una mano sin más. Estaba apoyado en la chimenea, levantó la mano y vio que le estaba sangrando a chorro, sin dolor, sin mayor explicación. Él tendría unos ocho años. Yo por aquel entonces tendría unos cinco y había también niños desde los tres años hasta los catorce. 

Después de estar un rato jugando en aquel salón y sin darle mucha más importancia a la herida de mi primo, salimos a jugar al patio porque nos dio a todos bastante frío allí dentro. Era julio y estábamos en Sevilla, pero vale, te lo compro. Mogollón de niños se quedaron helados en julio en Sevilla y decidieron salir a la calle a jugar después de que uno de ellos empezara a sangrar sin ninguna explicación, ajá. 

Salimos al patio y lo que recuerdo exactamente y de toda la vida porque este recuerdo no se ha modificado nunca es: estábamos en el salón, salimos todos al patio, comenzamos a jugar/corretear, la nada, un vacío total en mi memoria y de pronto todos los niños corriendo hacia la casa grande donde estaban los mayores, todos desesperados, despavoridos al grito de “un tigreeeeeeeeeeeeeee”. 

Todos los primos recordamos lo mismo. Hace años que dejamos de sacar esta anécdota a colación, pero cuando lo hacíamos, todos repetíamos la misma historia. Según los padres, todos entramos corriendo, gritando y llorando desesperados, se alzó portavoz una prima de once años que más o menos podía hablar entre sollozos y explicó que habíamos visto un tigre en el patio. Sin ninguna duda, había un tigre en la casa. 

Los padres se descojonaron. Lo hicieron entonces y lo han hecho a lo largo de los años. Ninguno tuvo la más mínima duda de que allí no había ningún tigre, si acaso algún gato grande. Aun así, hicieron caso a nuestros lloros y fueron a revisar que todo estuviera bien. Efectivamente no encontraron ningún tigre, tampoco ningún gato, ni un perro, nada. Así acabó esa anécdota. 

Han pasado muchos años y yo me pregunto aun a día de hoy, ¿qué pasó realmente? ¿Por qué todos tenemos esa parte en blanco en el recuerdo? ¿Cómo nos pusimos de acuerdo todos los niños para entrar en pánico de aquella manera? ¿Y por qué mi primo empezó a sangrar sin más?

 

Anónimo