Aquella mañana me desperté ilusionada. Lo primero que hice cuando abrí los ojos y recordé la noche anterior fue sonreír de oreja a oreja.

Era increíble pero por fin me había sucedido a mí: había conocido a un chico maravilloso que me encantaba y que también se había fijado en mí.

En seguida, con bastante emoción, cogí el móvil para revisar si tenía algún mensaje suyo. Aún no, normal. Era bastante temprano.

 

 

Quise esperar un poco aunque yo estaba deseando escribirle, pero no quería que se me notase tanto…

Pasé la mañana entre nubes, yo, que no era muy dada a romanticismos ni a contar demasiado mis intimidades. Pero esta vez no pude evitarlo y hablé a mis compañeras de trabajo con pelos y señales de este chico.

No paraba de pensar: “¿nos veremos hoy? ¿quizás mañana?”

 

Porque lo último que recordaba eran las palabras que nos habíamos dicho al despedirnos en la puerta del bar donde nos conocimos, después de más de dos horas hablando y liándonos, mientras nos mirábamos a los ojos.

Que nos dábamos los números de teléfono para tomarnos un café prácticamente inmediatamente (o eso me pareció entender a mí…)

Al final, no pude aguantar y le escribí a mediodía, justo después de comer. Solo habían pasado unas horas pero a mí me parecían una eternidad.

 

Intenté no mostrarme demasiado efusiva aunque fue bastante evidente mi alegría al dirigirme a él…

Después del cariñoso saludo inicial, me atreví a adjuntar un par de selfies que nos habíamos hecho la noche anterior en todo lo alto de la fiesta, y enseguida salieron los TIC en azul pero aún tardó bastante en responder.

 

mentiras

 

Cuando lo hizo, me vine abajo al leer sus palabras: me confesó que, después de ver las fotos con detenimiento, se había sorprendido bastante. Que recordaba habérselo pasado genial conmigo y que yo era una tía estupenda pero que si se había liado conmigo era porque iba tan sumamente borracho que no se había dado cuenta de lo tremendamente gorda que estoy.

Mi cara debía ser un poema. No me lo podía creer, porque la noche anterior mi peso no solo no parecía haberle molestado sino que daba la impresión de que, de hecho, le excitaba bastante por cómo recorría mi cuerpo con sus manos.

 

 

Así se lo dije y él, entonces, aprovechó para cortar la conversación sin dar más explicaciones. Supongo que básicamente no las tenía y no había manera de justificar su incoherencia. Simplemente me dijo que lo sentía, pero que no se veía con alguien como yo…

Mis ilusiones se fueron al traste y es verdad que lloré bastante, rota tras ese golpe a mi autoestima tras tanto tiempo sin una buena experiencia con los hombres.

 

Pero después de un tiempo, me di cuenta de que existía gente así de mezquina y de que su negativa fue lo mejor que me pudo pasar.

También descubrí que hay hombres que no solo me valoraban por cómo era interiormente, sino que además les encantaban mis proporciones e incluso presumían de mí.

Desde desde entonces, evité perder tiempo con gente superficial a la que yo solo le interesara de puertas para adentro.  Claramente, ellos tampoco me interesaban a mí.

 

Anónimo