Así acabó mi madre siendo vagabunda

 

Soy hija de madre soltera. No conozco a mi padre, no tengo ni una pista de la que tirar. Mi madre siempre ha sido una mujer discreta con su vida. Sé que procede de Venezuela, pero que se marchó nada más cumplir la mayoría de la edad. Y sé que 7 meses después, nací yo. Hasta ahí. No sé si tengo abuelos. Por no saber, no sé ni qué edad tiene ella realmente.

Siempre ha sido muy reservada. Además, no conserva recuerdos de nada. Su “despegamiento” es tal, que no conserva fotos. En las paredes de su casa no hay portarretratos ni en sus cajones, álbumes. Tampoco encontraréis ningún tipo de documentación escrita. Todo, inclusos su papeleo médico, lo destruye al poco. No le gusta hablar, ni del pasado ni del presente y el futuro, para ella, no existe. Mi madre es un gran interrogante misterioso con el que es complicado establecer una relación de complicidad y confianza.

A pesar de todo, ha sido una buena madre y jamás me ha faltado un plato de comida ni ropa o calzado. Muy trabajadora, luchadora. Como jamás ha contado con ayuda, me he visto en la obligación de ser una niña responsable desde bien joven. He sido de esas niñas que han ido y venido solas de la escuela, que aprendió rápido a desenvolverse en la cocina y de las que no tuvo ayuda con los deberes. Sin embargo, no le recrimino nada. Sé que ella hacía lo que podía con el tiempo y los recursos de los que disponíamos.

Los años pasaron y la vida me llevó a cambiar de ciudad. Aunque le di la oportunidad, no se quiso venir conmigo y, de esta manera, nuestro vínculo se debilitó. A ella no le gusta viajar y a mí el dinero no me alcanzaba para hacerle visitas frecuentes. Como no le gusta hablar, las llamadas telefónicas quedaban descartadas y tampoco tiene WhatsApp.

Tengo dos hijos mellizos que, el día que me localizó la policía, acababan de cumplir cinco años. Me dijeron que habían encontrado a mi madre “bañándose en una fuente” y que no era la primera vez que la detenían por hacer sus necesidades en el área de un parque infantil. No podía creerme la historia que me contaban. Al principio, lo negué todo. No veía a mi madre desde hacía 3 años, porque la vida con ‘Los mellis’ era un auténtico caos, pero de igual modo no podía creerme que ese agente estuviese refiriéndose a ella. Pero lo era.

Viajé de urgencia a su ciudad de residencia y me encontré con la sombra de lo que algún día fue mi madre. Vivía en la calle, pese a tener un piso en propiedad. Obsesionada con que alguien quería hacerle daño, prefería dormir a la intemperie que en su propia casa. Sucia, huraña, demente. De nada servía intentar hablar con ella, ya que ni te miraba a la cara.

Pedí ayuda pública, pero me hablaban de meses. Años. Me pasé unos días con ella, en los que parecía que poco a poco volvía en sí. Antes de regresar con mi familia, la dejé instalada de nuevo en su piso. Los médicos parloteaban de “brote psicótico” que, al parecer, había superado.

No obstante, recayó.

Me costó convencer a mi pareja de trasladarla a vivir con nosotros y casi me cuesta una separación. Mi madre no estaba en condiciones de convivir con nadie. Era un peligro: lo mismo metía la ropa en el horno que la loza usada en la lavadora. Además, se escapaba cada dos por tres y tenía atemorizado a mi bloque de vecinos. Vivimos en un primero de un edificio de 5 plantas sin ascensor y ella cortaba el paso a cualquier que intentara acceder a su vivienda por la escalera. Varias personas se quejaban de que les había amenazada y temían acceder a su propia casa si la veían merodeando.

Estábamos en urgencias psiquiátricas cada dos por tres, pero nos echaban a las horas. Nosotros somos una familia muy humilde y, sin ayuda pública, no tenemos cómo costearle un centro especializado. De esta manera, hubo un día que se escapó y dejamos de buscarla. Se instaló en la calle, aunque no vive en un punto determinado al que poder acudir para llevarle cosas. En cualquier caso, nunca salgo de casa sin algo de comer o una cobija, por si la encuentro. A veces, los servicios sociales la ayudan unos días; sin embargo, o la sueltan o se escapa y se repite el ciclo. No quiere ayuda o no está en condiciones de aceptarla.

Por ahí sigue, vagabundeando por aquí y por allá, siendo conocida como “la loca” de la plaza.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real.