Que la vida es sueño es una frase que ya se ha dicho, así que aquí llegamos ya tarde otra vez y toca evitar tocar las citas de los clásicos y pisar por donde aún está fresca su huella. Porque, qué pesados los clásicos, ¿eh? Siempre están ahí, con su sombra alargada, que parece que ya todo lo han dicho y nos dejan poco margen de movimiento a los demás mortales.

Yo conocí a un tipo que se atribuía una famosa frase sobre las diferencias esenciales entre los niños y las niñas que un tierno infante pronuncia en la película Poli de guardería. El tío la decía con una soltura y una desvergüenza flagrante, pero nadie le contradecía; todos asentíamos como si nos creyéramos que esa frase se le había ocurrido a él.

¿Es Schwarzenegger un clásico? Tengo mis motivos para pensar que sí, la verdad, pero el caso es que pisarle el terreno a un «clásico» es un ejercicio muy complicado y que tiene sus riesgos, y si no se hace bien, puedes quedar en vergüenza incluso si nadie te dice nada. Si ya da cosa ir soltando frases por ahí que, si bien son la cima del ingenio y te da rabia por qué no se te ocurrieron a ti antes, son tan conocidas que sabes que vas a quedar como un farsante, ¿tú te atreverías a escribir una obra al estilo de Macbeth, por ejemplo?

Hace poco me tope con un libro titulado Galernas, obra de una escritora bilbaína llamada Marta de la Fuente Soler. Los bilbaínos hacen un poco lo que quieren, ya se sabe, pero esta chica se había atrevido a escribir en un género para el que hace falta sostener la pluma en ángulo de 45 grados, ¿eh? Nada menos que el estilo que encumbró a García Márquez como la figura que es. Realismo mágico. Casi nada.

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Debe de imponer bastante sentarte a escribir en un género tan difícil, con tan pocos referentes, con tan pocos títulos anuales en catálogo, y en el que sabes que te van a comparar automáticamente con un clásico por excelencia que es muy difícil de batir. Pero, oye, esta chica debe de ser del mismo Bilbao.

Quizá pensó lo mismo que Travis Birds cuando la invitaron a un tributo a Sabina y lo que hizo fue grabar esa genial canción en la que pone voz a María para responder al 19 días y 500 noches, y que es, en resumen, lo de que «tu historia está mal contá, y nadie te la cree…».

A los clásicos hay que faltarles al respeto de vez en cuando, lo tengo claro. Nunca por la espalda, siempre de frente, que te vean venir, pero que sepan que no les tenemos miedo.

El protagonista de Galernas tiene también mucho del Principito, una personalidad mágica, un niño que hace cosas que los adultos no pueden entender. Por cierto que el principito o Peter Pan fueron pioneros en esto de faltar al respeto a los clásicos, porque, ¿qué hay más clásico que conceder al mundo de los adultos la sapiencia suprema? Los adultos no tienen ni idea de nada, a pesar de haberlo moldeado todo.

El mundo, la realidad de las cosas, obedecen a las normas de los adultos, pero ¿por qué un niño como el de Galernas no puede dar la vuelta al mundo en su velero? Los adultos ya no saben nada porque hace tiempo que sus pies no tocan ya la tierra, viven en peanas hechas de autocomplacencia y superioridad; se parecen mucho a los clásicos, por eso piden a gritos un baño de humildad de vez en cuando.

La reverencia excesiva, a los clásicos del mundo de la cultura, pero en general en la vida, me recuerda a los personajes de los libros de Harry Potter que no pueden pronunciar el nombre de Voldemort, y le llaman «El que no puede ser nombrado».

A mí me gusta más, y todos deberíamos adoptar, la pose de estar hasta el mismísimo moño que pone Maggie Smith, en su papel de Minerva McGonagall, en la última peli de la saga, cuando le dice al profesor Filius Flitwick que se deje de tonterías y que diga el dichoso nombre, que lo intentará matar igualmente.

Me parece un genial resumen de algunos protocolos innecesarios con los que nos conducimos en la vida.

Eva Fraile, psicóloga, agente literario, asesora editorial, creadora de proyectos creativos para escritores y editora de La Reina Lectora.