A todos los problemas que podamos compartir (sobrepeso, desamor, precariedad laboral, etc.) en mi caso le sumaremos el TEA (Trastorno del Espectro Autista) del que muy poco se habla. Por eso hoy, queridos lectores, vengo a daros cuatro pinceladas de lo que es vivir con este cerebro atípico.

Me molesta la ropa, los zapatos, los coleteros, las pulseras, los pendientes, los sujetadores, y sí, también las bragas.

Bendigo el día en que encuentro unas bragas que paso a calificar como «aptas», esas que deseo que duren muchos años y que no se desintegren de tanto lavarlas. Una vez encontré unos calcetines «aptos» en calzedonia. Maldita sea. Cambiaron el porcentaje de algodón al cabo de dos años. Me fastidiaron bien la vida. Aún no lo he superado.

No tolero ciertos aromas.

La gente se perfuma. Se ducha y ¡zas! Se rocían con ese líquido tan maravilloso para todos pero nauseabundo para mí. No pudo huir de él. Está en todas partes. ¿A caso puedo meterme en una burbuja para dejar de oler a quienes me rodean? Y es que veréis… Tengo el olfato muy desarrollado, al igual que todos mis sentidos.

Percibo el tacto con mucha intensidad.

Probablemente por eso no soporto que me toquen. ¡No me toquéis! ¿Por qué tenéis que dar dos besos? ¿Por qué os acercáis tanto para hablar? No habíais oído hablar del espacio vital antes del COVID?

Demasiado ruido.

La gente habla… y suelen hablar unos sobre otros. No respetan el turno de palabra. Muy bonito, pero yo no entiendo nada. Me hiperestimula.

La luz… Para mí la iluminación es muy importante. No puede ser muy alta, ni demasiado baja. Tengo que regularla en todo momento, sino puede llegar a producirme dolor. Al igual que el volumen de la tele. En el momento que salta la publicidad enloquezco si no consigo bajar el volumen a tiempo.

¿Por qué la gente utiliza tanta ironía? Me complicáis la vida. Me esfuerzo en pillarlo pero a veces no lo consigo y acabo tildada de ingenua.

Podría escribir muchas páginas narrando como es la vida con Asperger, pero lo resumiré en:

– SOLEDAD

– DOLOR

– SUFRIMIENTO

– TRISTEZA

– SENTIRSE DE OTRO PLANETA

 

Mi casa es mi templo, mi refugio. Me pongo mi pijama apto, controlo la iluminación, el sonido y cualquier estímulo doloroso. Aquí me siento a salvo. Pero no puedo vivir del aire. Tengo que salir ahí afuera a trabajar, a «socializar», a camuflarme para aparentar ser uno de vosotros. Y, ¿sabéis qué? Eso agota.

Me pregunto hasta cuándo podré seguir sosteniendo esta vida.

Este testimonio es para dar visibilidad a una condición olvidada en el adulto. No tenemos heridas abiertas, pero el dolor y el sufrimiento es igualmente real.

Anónimo