‘Hola amigas! Venía a pediros un favorcito. En la clase de mi hijo han organizado un concurso de dibujo y necesito que le deis me gusta al tercer dibujo de la galería, que es el de mi peque. A ver si conseguimos que gane. Gracias amores!’

Escribes esto en un grupo de Facebook y te quedas tan ancha. Porque no pasa nada, solo estás pidiendo ayuda para que la creación de tu retoño tenga más interacciones y así pueda ganar. Da igual el premio, que lo mismo es una goma de borrar Milán Nata como el aplauso general de toda su clase. Lo importante es que gane, que él vea que está por encima de los demás, con ayuda de sus padres o sin ella. Ganar por encima de todo.

Llamadme exagerada, pero desde que soy madre y me muevo en círculos de crianza, maternidad etc… Me he topado en demasiadas ocasiones con este tipo de mensajes. Para mi total decepción, encima, la respuesta casi generalizada suele ser la de acudir en masa votando un dibujo, una foto, lo que sea, sin fijarnos en absoluto en el resto de participantes. Porque una persona random del grupo nos lo ha pedido, ¿y qué más darán los demás niños que han puesto igualmente su empeño en su trabajo? Que gane el de esta madre que para eso ha tenido los santos ovarios de ir por las redes sociales mendigando un poco de apoyo.

Pocas cosas me dan tanta rabia como esa necesidad imperiosa de algunas personas por ensalzar siempre a sus hijos por encima de todo. Hijos a los que les estamos enseñando desde pequeños que ganar es lo que cuenta, que da igual los medios mientras que el fin esté totalmente justificado (gracias, Maquiavelo). Y mientras ellos como seres en plena etapa de aprendizaje se empapaban bien con este concepto nosotros, como madres y padres, podemos jactarnos delante de los demás del talento innato de nuestro retoño ya que gana premios sin cesar.

Hay personas que no lo entienden, o si lo hacen prefieren restarle importancia al asunto añadiendo que nada pasa por ayudar en un concursillo de las clases de inglés. Claro que también tendremos que ser consecuentes cuando nuestro hijo, ese que no dejaba de ganar premios y vítores durante la primaria, se topa de bruces con la realidad de la secundaria, la universidad, la vida al fin y al cabo. Cuando sus papás y mamás ya no cuenten para que les sigan aplaudiendo y se den cuenta de que para triunfar lo esencial es el trabajo de uno mismo.

¿Qué digo? ¿Cómo puedo estar tan equivocada? Si en muchos de estos casos se mantiene esa dinámica de padres sobreprotectores que le consiguen todo a sus hijos hasta bien entrada la edad adulta… No me lo discutáis, todos conocemos a alguien así. Y sino que se lo pregunten a muchos profesores hartos de lidiar con progenitores que tratan a sus hijos como si fueran vasijas de cristal ultra frágiles.

Mirad hasta donde hemos llegado, partiendo de un simple mensaje de ayuda hemos desembocado en una crianza, para mis ojos, nada sana. La educación de ser siempre el mejor en todo sin importar lo que te lleves por delante. La cultura de no valorar el trabajo de los demás e ir solo a por nuestro objetivo, pasear sobre los demás incluso saltándonos las reglas.

Como soy un ser retorcido de nacimiento, ojalá no deis nunca conmigo para pedir este tipo de apoyo, por mi parte suelo tender a dar ‘like’ a todos los participantes y a ser extremadamente estricta con el material del niño en cuestión. Ellos tienen poca culpa, pero igualmente a ellos como niños también se les olvidará antes que no han ganado, los que de verdad sentirán rabia serán esos padres sedientos de medallitas para sus hijos. He dicho.

Mi Instagram: @albadelimon

Fotografía de portada