Si has leído “mi primera vez, mi primer follodrama”, habrás comprobado que mi primer polvo fue nefasto. Aparecieron algunos hombres en mi vida, pero el sexo… pues mira, que no volvió a ser igual. Me temblaban más las piernas por miedo que a consecuencia de buenos orgasmos.
Un día cualquiera, en un sitio cualquiera (bueno, cualquier sitio no, en su curro) le conocí. O mejor dicho, conocí esa parte de él que no hubiera esperado que existiese ni por asomo. Te hablo de ese chico al que hago referencia en “Juguetes eróticos accesibles… ¡YA!”. Un chico ciego que resulta ser miembro de la comunidad BDSM, más exactamente como dominante.
Como lo cortés no quita lo valiente y la discapacidad/diversidad funcional no quita la curiosidad sexual, enseguida quise saber más. Ahí iniciamos un periodo de preguntas y explicaciones. Él se encontraba a gusto contando y yo estaba encantada aprendiendo.
Pero con estas cosas siempre pasa lo mismo. Con la teoría no basta y quieres pasar a la práctica. Así que decidimos hacer un experimento, con el fin de comprobar si aquello estaba hecho para una servidora. El experimento fue muy breve (como en toda relación, puedes encajar con la otra persona o no), pero puedo extraer varias cosas.
En primer lugar, yo, diagnosticada de ansiedad e hipocondría, incapaz de mantener relaciones sexuales, encontré una seguridad absoluta. Tenía la certeza de que mis límites iban a ser respetados y que aquello iba a parar en cuanto yo lo pidiese. Puede resultar extraño si no conoces el BDSM que se encuentre paz y tranquilidad en un juego de rol con esposas y látigos de por medio. Pero así fue en mi caso.
Al durar poco tiempo, el experimento fue a distancia. Podríamos decir que fue sexting BDSM. Así que, cada noche, él me ordenaba masturbarme de un modo u otro y yo obedecía. Debo decir que las sensaciones corporales y mentales fueron mucho más potentes que en la masturbación habitual.
Algo muy curioso fue la sumisión mental. No tienes a tu dominante al lado. No puede saber si cumples o no. No puede haber una respuesta de su parte por desobedecer. Pero tú le obedeces a pesar de todo. Haces lo que te dice, cuando te lo dice y siguiendo sus instrucciones. Es más, yo no podía pensar en otra cosa. No es que le obedeciese, es que deseaba obedecerle. Si salía de casa, buscaba un baño público o algún rincón donde cumplir con sus órdenes. Buscaba “portarme mal” para que mi dominante respondiese. Quería sexo a todas horas.
Conforme lo escribo voy tomando conciencia de que puede sonar extraño, incluso preocupante. Las sensaciones lo invaden todo de tal manera que resulta muy sencillo perder el control. Pero si sabes controlarte, si sabes dónde decir basta, es una experiencia muy recomendable.
Debo decir también que la comunidad BDSM no solamente lleva los roles al terreno sexual, sino que se trata de un modo de vivir sus relaciones. Personalmente, no lo aplicaría a nada fuera de la cama, pero es una decisión libre de cada cual.
Si alguna vez has fantaseado con el BDSM, te aconsejo probar. Ponte en manos de alguien que sepa y prueba. Ahora bien, mi consejo es que lo hagas con la mente clara y fuerte. Ni la persona dominante puede tratarte como un trapo ni la persona sumisa debe perder por completo su voz y su voluntad. Tras los roles, hay seres humanos. Y el BDSM se basa en consensos y pactos sagrados. Nadie puede traspasar las líneas rojas que se hayan marcado.