Equivocarnos siempre nos deja un mal sabor de boca, hemos fallado y eso no nos gusta. Pero a mí hay ocasiones en las que me encanta equivocarme: cuando me equivoco con la gente… para bien.
¡Bendito Error! Cuando he prejuzgado a alguien, le he colgado la etiqueta de gilipollas y, para mi grata sorpresa, me equivoco.
Porque por muy abiertas y muy objetivas que queramos ser, tenemos nuestros prejuicios. Es algo innato e inevitable. Están ahí y hacen su función, que no es más que la de rellenar la información que nos falta con lo que nos parece más lógico. Y muchas veces erramos, para bien y para mal.
A todas nos han decepcionado, traicionado o, simplemente, desilusionado. Nos hemos equivocado para mal. Pero qué subidón cuando es al revés. Cuando prejuzgas que es gilipollas y termina siendo tu mejor amigo/a (o algo más nunca se sabe).
Porque esta gente que te pilla a destiempo, cuando menos te lo esperas, a mí todavía me marca más. Tienen un plus extra por haberles encasillado donde no era su lugar y ellos sin saberlo… ¿Alguna vez le has confesado a esa persona lo mal que te caía antes de conocerla realmente? ¡¡Yo siempre!! Es de el único error que cometemos que su consecuencia conlleva unas risas y unas cervezas como compensación del fallo.
Y sino… preguntarle a mi amigo Fran, que cada dos por tres me recuerda que yo creía que era un chulo y un gilipollas para que así le invite a una ronda… ¡¡¡cómo si no lo fuera a hacer igualmente!!! Y después de leer esto… se que se hinchará como un pavo real y a ver qué hago con él… Espero estar volviendo a equivocarme otra vez y que simplemente me diga lo mucho que le ha gustado este texto y sea él el que me invite a mí a la ronda de cañas (no caerá esa breva).
@sandecesbybertabo