“¡Cállate, anda!”. Cuando mis amigos hombres me animan a ser madre

Salí hace poco una noche de jueves con unas amigas. Dos días después se casaba una de ellas, así que era el momento de echar unas risas y descargar posibles nervios. El novio y sus amigos tuvieron la misma idea, y, cosas de los pueblos, muchas de las asistentes son novias y esposas del grupo de amigos del novio. Y tienen hijos/as en común. 

Por supuesto, toda la progenie estaba con nosotras, con las chicas. Debo matizar que el sitio que nosotras elegimos era más amplio y seguro para los pequeños, pero dudo mucho que novio y amigos supieran siquiera dónde íbamos a ir antes de decidir que no se llevarían a los niños. Que eso era cosa de ellas. De ser madre.

Significativo fue el caso de uno de los matrimonios, porque ella ya nos informó horas antes por WhatsApp que intentaría que fuera su marido el que se llevase a su hijo, y no ella. Necesitaba desconectar y dejó al niño en casa con su marido. Pero él apareció poco después, en coche y con el niño, para dejárselo a la madre. Que era, según él, con quien debía estar. 

 

“Estamos todos y no hay ningún niño allí, todos están aquí”, espetó, justo antes de dejarnos al crío y largarse por donde había venido. Por supuesto, sin un ápice de culpa. Apostaría mis escasas posesiones a que en ningún momento dijo “Soy un mal padre”, como millones de veces yo les he escuchado decir a mis amigas medio en broma, medio movidas por la culpa. 

ser madre

En la velada abordamos múltiples conversaciones, claro, pero hubo un tema recurrente que se dilató en el tiempo: lo hartas que algunas estaban de sus parejas y de sus hijos. Lo poco que ellos se implican, y, en algunos casos, la poca importancia que daban a los trabajos de ellas con respecto a los de ellos mismos. Hablo de personas en la treintena, pero entre ellos está muy generalizada la creencia de que sus señoras esposas son las cuidadoras primarias, aunque trabajen también. 

 

  • “Ser madre: Al final, el niño es para ti”

Aunque mi novio y yo llevamos más de una década juntos, y convivimos desde hace seis años, ni nos hemos casado ni tenemos hijos. En lo que a asuntos de maternidad respecta, aporto lo que puedo, pero escucho más que otra cosa. Yo sé que hay muchos tipos de hombre y de mujer, y que probablemente los roles tradicionales pueden estar mucho más marcados en entornos rurales que en grandes ciudades. Pero me apena constatar que, en determinados aspectos, hemos avanzado muy poco

 

En el caso de ellos, se juntan varios factores: una educación tradicionalmente machista, una pareja que lleva la iniciativa en casa y una actitud comodona que hace que se relajen. Se acostumbran fácilmente a lo bueno porque lo traen aprendido de casa. Muchos de ellos saben que deberían implicarse más y que son ellas quienes más soportan la carga mental. Pero están tan acostumbrados a sus privilegios que viven tensando la cuerda con tal de no renunciar a ellos. Y, si sus parejas se la pasan criticándolos con las amigas, no le dan importancia. Ven normal que se quejen, son cosas inherentes a la pareja, igual que ellos se quejan porque ellas “no les permiten” salir tanto como les gustaría. Cuando lo único que buscan es que asuman sus responsabilidades. 

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Tengo amigas que han pasado de sentirse libres en todos los sentidos antes de iniciar su noviazgo a callar más de lo que dicen tras el matrimonio y la maternidad. “Al final, tía, el niño es para ti”, me explican. Será por el embarazo, el parto y la posterior lactancia. Será porque se establece un vínculo entre la madre y el bebé y una relación que, vista desde fuera por los padres, parece estar a otro nivel de lo que ellos vayan a alcanzar nunca. Se acostumbran a que ellas tengan ideas y las pongan en práctica cuando el niño llora y se queja. Se acostumbran a verles piel con piel cuando buscan el alimento y el bienestar, y ellos, simplemente, las observan como convidados de piedra y se limitan a obedecer órdenes, a veces entre protestas. No todos, pero aún muchos.  

 

Tampoco quiero justificar tales actitudes por una mera cuestión biológica, ni mucho menos. Pero está claro que la aprovechan para perpetuar los roles. 

  • “No quiero conocer tu experiencia con la paternidad, gracias”

En aquella cita de jueves, chicos y chicas terminamos en el mismo bar de copas. Llegaron justo cuando yo sujetaba la muñeca de una de las niñas, y enseguida comenzaron los típicos comentarios, los del tipo: “Te pega, hija, a ver tú para cuándo”. Cuando les recuerdo que la de la maternidad es una experiencia que no quiero vivir, ser madre (aún abro la puerta a la no biológica, pero la biológica está completamente descartada), al menos se abstienen de hacer comentarios sobre mi conejo, mi arroz y otras gilipolleces. Todos me dicen, ingenuos y candorosos, que a ellos la experiencia les cambió la vida y creen que yo también la debería vivir. 

 

Como amigo te digo que es lo más bonito que te puede pasar -me dicen algunos.

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Y claro, a una que viene del martilleo de lo dura que es la casa, los niños y estar casada de la cena, le entran ganas de decir: “¡Cállate, anda!”. No lo hace por educación. 

Con los ejemplos que tengo en mi entorno, llego a la conclusión de que la paternidad es maravillosa, pero ser madre… no siempre y no tanto. No creo que sea cuestión de lo acotado de mi círculo, porque ni es acotado ni homogéneo, sino de que hay cosas que aún va a llevar mucho tiempo cambiar. Ánimo a todas las que están en ello en primera línea. 

 

Azahara Abril