Mi marido y yo somos autónomos. Tenemos una cerrajería, un negocio familiar que heredé de mi padre y por el que me siento muy orgullosa. Mi pareja se encarga de la atención al público, de hacer copias de llaves, réplica de mandos, la contabilidad… En cambio, yo suelo hacer los pedidos y además soy la que se desplaza para cubrir las necesidades de los clientes. Me encargo, sobre todo, de montar sistemas de seguridad anti-okupas y de hacer cambios de cerradura cuando un propietario se ha dejado las llaves en el interior de la vivienda. Y justo este último servicio fue el que requirió mi presencia ante una urgencia de mi suegra.

El cambio de cerradura de una desahuciada

La relación con mis suegros es puramente cordial. Son un par de egoístas que, una vez que se separaron, invirtieron todas sus fuerzas en odiarse. Se olvidaron de sus hijos; es más, intentaron usarlos para su propio beneficio. En cualquier caso, mi marido, el hermano mayor de cinco, se siente un poco “responsable” de sus padres y se preocupa con insistencia de ellos. Mi suegro es más independiente, pero mi suegra es bastante pesada. Pesada “nivel adolescente”. “Hijo, actualízame la cartilla del banco; hijo, acércate a la farmacia; hijo, llévame al médico; hijo, necesito leche”. Lo usa como chico de los recados, aunque luego se olvide de felicitarle el cumpleaños.

Por fortuna, yo no tengo demasiado trato con ella, por eso me sorprendió el día que me llamó al móvil personal. Al descolgar, me costó identificar a la mujer histérica que farfullaba al otro lado del teléfono. Cuando supe que era mi suegra, me interesé en ayudarla, ya que parecía realmente afectada. Me contó que había salido a realizar un recado y que le habían robado el bolso con las llaves dentro. Estaba lloviendo y se encontraba en la calle, me pidió acudir de urgencia a permitirle el acceso a su vivienda y a cambiarle la cerradura. Yo me encontraba terminando un servicio y, sin avisar a mi marido, cogí la furgoneta del trabajo y me dirigí a casa de mi suegra.

Estaba empapada, muerta de frío. La invité a entrar a mi vehículo y le traje una bebida caliente de un bar próximo. A continuación, me dispuse a desmontar la cerradura de su casa y a sustituirla por otra para que el ladrón no relacionara la dirección de su DNI con las llaves de la casa. Me llevó un buen rato, pero conseguí asegurarle la vivienda a mi suegra. Después de abrazarme, se apresuró a acceder a la vivienda para entrar en calor.

Seguí con la faena y hasta la noche no le conté a mi marido lo que había sucedido. Él tampoco conocía la verdad, pero se enteró a los días.

La desahuciada con llave propia

Durante una llamada con su padre, mi marido se enteró de que ambos estaban en plena disputa por la propiedad de la vivienda. Al parecer, en el reparto de bienes, la casa en la que vivía mi suegra acabó en poder de mi suegro al tratarse de un bien heredado. Ella, se negó a marcharse y también rechazó pagar un alquiler. Mi suegro la denunció y ella se quedó como “okupa”. Cuando por fin consiguió echarla, llegué yo y le monté una cerradura nueva y un sistema de seguridad anti-okupas, siendo ella la okupa.

Ese mismo día bloqueé su teléfono. Me engañó, me utilizó y mi suegro tardó dos años más en echarla de su propiedad por mi culpa. Y lo peor… ¡No me pagó el servicio de cerrajería!

 

Relato escrito por una colaboradora basado en una historia real.