Está claro que desde que comenzó la revolución de internet y toda la locura de las redes sociales hay quien ha sabido sobrellevarlo, y quien no. Cada día que pasa es más evidente. Y es que mucha gente se sube al carro de los retos absurdos o de los vídeos virales sin pensar en nada, ‘como todo el mundo lo hace pues yo también, ¡ancha es Castilla!

Os preguntaréis a qué vengo yo ahora con esta máxima indignación. Pues porque, amigas lectoras, he dado con el ya famoso #CheesedChallenge y tengo unas ganas de soltar sapos y culebras que no puedo con mi rabia.

Para las que no lo habéis visto todavía, este nuevo reto viral consiste ni más ni menos que en lanzar una loncha de queso a la cara o la cabeza de tu hijo, grabarlo y subirlo a tus redes sociales. Sí, de tu retoño, de ese menor de edad al que has decidido humillar públicamente para reírte un ratillo con tus seguidores.

Como podéis ver, él también lo está pasando genial con este reto.

Ahora es cuando algunas me decís que soy una exagerada del copón y que no pasa nada porque a un crío se le lance un tranchete a la cara. Y yo lo siento pero no. El daño físico lógicamente no existe, pero como adultos deberíamos tener claro un detalle: somos nosotros los que hemos decidido hacer el gamba en internet, ¿qué necesidad de meter a nuestros hijos de por medio para mofarnos de su inocencia?

Veámoslo de otro modo. Yo como persona mayor de edad y con unas ideas más o menos definidas de lo que es mi integridad, puedo poner el grito en el cielo si a un youtuber se le ocurre la brillante idea de lanzarme comida a la cara sin mi consentimiento, ¿verdad?. No hay más preguntas, Señoría.

Nos indignamos prácticamente todos los días con las tonterías que algunos llevan a cabo en sus canales y perfiles públicos, y después nos sumamos poniendo en la palestra a nuestros hijos porque es chachi-divertido. Lo dije en su día y lo repito ahora, los bebés de hoy soy los adultos de mañana, esos que podrán pedir explicaciones formales a sus padres por haberlos expuesto a según qué mamarrachadas sin su permiso. Ojo con esto, amigos.

Como mala-madre me he partido de risa con mi hija un millón de veces. Desde el día que le di a probar un limón (y me ganó ella a mí porque le encantó) hasta la tarde en la que le puse mil sombreros horribles en un chino. Pero jamás se me ocurriría hacer de ello algo viral.

Hemos perdido el norte en eso que hacíamos llamar intimidad, y ya lo que hagamos como adultos es nuestro problema, pero con nuestros retoños de por medio deberíamos tener la cabeza un poco más amueblada. Los límites y la ética nos los hemos comido, a la vista está.

Llegamos al extremo del ‘todo vale’. Parece que muchas de las historias que suceden en internet están descontroladas, y que con la coletilla de ‘es un vídeo de humor’ se salva cualquier crítica. De pena. Después nos sorprendemos con el ‘caranchoa‘ y la mala educación de los jóvenes. ¡Ay queridos, ser maleducado no tiene edad!

Estoy casi segura de que en no mucho tiempo la situación actual cambiará, más que nada porque hasta ahora nos hemos encontrado un poco en ese libre albedrío que en nuestra vida cotidiana no tenemos. No creo que sea necesario minar la libertad de expresión de nadie, pero sí controlar todo lo que rodea a la presencia de menores de edad en la red.

Si es que algunos no se han dado cuenta de que para demostrar su inteligencia al mundo no es necesario que malgasten tranchetes, que tirar comida está muy mal visto. Podéis seguir con vuestras vidas y vuestros retos absurdos, pero por favor, dejad en paz a los niños.

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