Lo que más me gusta de quedar con mis amigas es cuando me cuentan sus anécdotas. Siempre tienen alguna historia loca con la que nos echamos unas risas, pero la de esta semana era una auténtica locura.

Mi mejor amiga es una chica fresca, alegre y dicharachera. Tiene un don especial para contar las cosas, mucho arte como diría ella. Esta semana tal que se sentó a la mesa donde estábamos tomando un café, nos miró entre seria y divertida y nos soltó de sopetón. “Chicas, mi ligue nuevo me está dejando sin bragas”

Dicho así podíamos imaginar cientos de razones, después de las andanzas de nuestra amiga, podíamos esperar desde que el chico se las pusiera, hasta que se las llevase de recuerdo.  Sin embargo, esta vez nos equivocábamos, aunque fuese en las formas y no en el fondo de la cuestión.

Resulta que el muchacho era muy pasional. Le encantaban los encuentros intensos y súper calientes.  La primera vez que tuvieron sexo, mi amiga nos contó emocionada que el chico era una fiera, un auténtico cañonazo en la cama. Que empezó a besarla, que la cogió en volandas y que al llegar a la cama le hizo trizas el tanga. Eso a ella le puso mucho no, muchísimo y nos lo contó como parte de la gran proeza de su nuevo amante.

Hasta ahí todo bien. Siguieron quedando y siguieron con ese tipo de encuentros sexuales al puro estilo de las pelis, en las que el hombre desborda una pasión desenfrenada y van por el piso chocándose con los muebles hasta llegar a la cama, a la que le hacían más kilómetros que a un coche en el Dakar.  Sin embargo, había una cosa en esos arrebatos que a mi amiga había empezado a mosquearle; siempre que se iban a la cama, le rompía las bragas. 

Y no era algo que le molestase, por lo menos al principio. Le gustaba el morbo del momento. Pero ella se compraba ropa interior bastante sexy y bastante cara.  Después del quinto o sexto tanga que aquel hombre desgarró, empezó a plantearse que ya era hora de cambiar de estrategia.

La siguiente vez que quedó con él, tuvo la precaución de quitarse la ropa interior antes de entrar en faena, pero la cosa no salió como ella esperaba. En el momento de llegar a la cama, él frenó un poco y tras mirarla fijamente, algo confuso, le pidió que se pusiera uno de sus conjuntos sexis.

A mi amiga ya no le estaba haciendo ni puta gracia el jueguecito, pero metida ya en faena y con cierta resignación, se puso las braguitas de encaje que había guardado en el bolso y aguantó estoicamente que él se las arrancase, haciéndola girones, totalmente extasiado.

Al parecer después de aquel día decidió tener una conversación con su amante que, si bien le hacía pasar muy buenos ratos, últimamente le estaba saliendo un poco caro.

El chico le explicó que era algo que le gustaba, que le ponía muy cachondo arrancarle la ropa y que llevaba días intentando pedirle que ella también se la arrancase a él.  Por lo visto era una parafilia, una manía sexual, dicho de otra manera y para meterse bien en faena, necesitaba la excitación que le proporcionaba arrancarle la ropa. 

Al principio no sabía lo que hacer. Le gustaba estar con él pero que siempre le rompiese la ropa interior había empezado a molestarle. No le parecía bien gastarse tanto dinero en algo que iba a ser destruido sin el menor miramiento. Y es cierto que hay cosas que no tienen precio y ese tipo de sexo está muy cerca de ser de ese tipo de cosas, pero la sensación de estar pensando en el dinero que le iba a costar el polvo era algo que le estaba empezando a quitar gracia al asunto.

Visto desde esa perspectiva y teniendo en cuenta que mi amiga en peores plazas había toreado, nos contó que habían llegado a un acuerdo; podía romperle todas las bragas que quisiera, pero tendría que reponérselas con unas nuevas.

En ese momento entre nosotras se abrió el debate; ¿Estaba bien “cobrarle” las bragas a tu pareja? Era cierto que él las rompía, pero nos parecía algo un poco frío.

Mi amiga nos dijo que primero pensó en comprarse ropa interior de menor calidad, total al fin y al cabo iba a terminar en la basura, pero después decidió que no tenía por qué cambiar de hábitos sólo porque su imperioso empotrador tuviese ese tipo de gustos.

Aquella decisión podría parecer algo extraña, pero es cierto que cada persona tiene derecho a decidir hasta dónde quiere llegar o las condiciones de ese tipo de situaciones. De esa forma podían seguir con sus encuentros sin que ninguno de los dos se sintiese incómodo.  Está bien tener manías sexuales y ponerlas en práctica, siempre que sea de manera consentida. Él podría seguir haciendo realidad sus fantasías, ella no se quedaría sin bragas y nosotras seguiríamos disfrutando de sus historias que, desde el entendimiento y el respeto, siempre super divertidas.

 

Lulú Gala.