Cómo descubrí que fui víctima de Pocketing

Esta historia comienza como muchas tantas otras historias de amor. Dos personas un día se encuentran. Dos personas se atraen físicamente. Dos personas se conocen hasta que un día esas mismas dos personas se enamoran. Y ¡Tachán!, amiga, estás en una relación.

Él era el chico más empático de la cuadrilla. Siempre colaborando en toda clase de actos sociales. Implicado hasta la médula. Dispuesto a echar una mano a quien lo necesitara. Así era Víctor. Y a mi me volvió loca nada más conocerlo. Nunca pensé que se fijara en mí, pues en aquel entonces mi timidez hacía que me escondiera y evitara cualquier mani en la que Víctor se sentía como pez en el agua.

Pero contra todo pronóstico, Víctor y yo empezamos a salir. Aunque los dos éramos muy distintos, nos compenetramos bien. Víctor seguía asistiendo a cualquier acto reivindicativo, mientras que yo me mantuve en un segundo plano. La ansiedad que sentía en cualquier evento público era tal que él me propuso mantener nuestra relación a escondidas. Acepté el acuerdo. Estaba con el chico más comprensivo que había conocido.

Nuestros encuentros tenían lugar en su casa o en la mía, veíamos alguna película, escuchábamos música, cocinábamos algo rico y hablábamos de las cosas que en aquella época nos parecían una pasada. También nos enrollábamos, y mucho. Pasaron unos meses y esos planazos caseros comenzaron a aburrirme. Le propuse a Víctor salir a cenar alguna noche a un restaurante de mi pueblo donde solíamos ir con los amigos antes de que comenzara nuestra relación. Él siempre estaba cansado. También estaba cansado cuando le proponía ir al cine, tomar unas cañas o simplemente unirnos a cualquier plan que en esos días organizara la misma cuadrilla en la que nos conocimos. Cuando el verano hizo aparición le sugerí que podíamos regalarnos unos días en la montaña. Después de los exámenes de la universidad no se me ocurría nada mejor que unos días al aire libre los dos solos. A Víctor no le pareció muy buena idea, prefería quedarse en casa. Y así lo hicimos.

Una noche de ese mismo verano, Víctor me propuso salir a bailar. Era agosto y eran las fiestas del pueblo de al lado. Yo me vestí para la ocasión. Llegamos al pueblo, una orquesta cantaba en la plaza central. El ambiente de buen rollo se respiraba en cada rincón. Muchas de las personas que asistían al evento conocían a Víctor, lo saludaban, y se acercaban a conversar. Yo al lado asistía como espectadora a esos abrazos efusivos que regalaba a aquellos conocidos esperando el momento en el que finalmente me presentara como su novia. Ese momento nunca llegó. La noche acabó y volvimos a nuestro plan de siempre.

Víctor nunca me presentó como su novia a ningún amigo, igual pasó con su familia. Nunca conocí a su hermano, ni a sus padres, ni a aquel abuelo del que hablaba tanto. Durante el año y medio que duró nuestra relación, siempre me mantuvo oculta. Siempre fuera de su círculo más íntimo.

El otro día mientras tomaba un café escuchaba como en la mesa de al lado dos chicas hablaban de un término llamado pocketing, una le explicaba a la otra en qué consistía, se da cuando en una pareja uno de los miembros evita presentar en sociedad a la otra parte. De golpe en mi cabeza reviví toda la historia que tuve con Víctor. Así fue como descubrí muchos años después que había sido una víctima más de ese fenómeno llamado pocketing.  

 Rebeca Baena