Lo sabía, lo sabía desde antes de empezar, incluso desde antes de conocerle, lo sabía mucho antes de tener si quiera la idea de que podría volverme a pasar. Lo de enamorarme en verano, digo. Menuda putada más gorda y es que por muchas ganas que pongas en intentar que no pase, por muchos remedios que creas que estás aplicando, por mucho que te niegues… Si al final tiene que pasar, pasará.
Y me ha vuelto a pasar, por segunda vez en mi vida. He conocido a una persona en un momento jodidamente ideal, en un momento en el que no tengo nada que hacer con mi vida, en un momento en el que lo que más preocupa es qué voy a hacer de comer mañana, en un momento en el que el rato que no estoy leyendo estoy en la playa leyendo y cuando no estoy leyendo en mi sofá y joder, cómo echaba de menos leer las horas que me diera la gana.
Apareció en la playa, dos sombrillas a la derecha, también leyendo cada mañana y mirando de reojo la tapa de mis libros. Jamás pude mirar la tapa de los suyos porque lleva libro electrónico, eso me creó desconfianza desde el principio no os lo negaré. Luego me comí mis prejuicios de dos en dos, porque yo también le caí mal por osar mezclar páginas de papel con agua, sal y arena. Dice que jamás podré ser buena madre si soy incapaz de cuidar a los libros como se merecen. Igual con estoy entendéis por qué me he enamorado.
Veraneamos en la Costa Brava, pero no somos de aquí. Yo vivo en Madrid y me he venido tres semanas a no existir a estas playas, soy del sur, soy de playa, pero no quería ir a un lugar con familia y amigos, este verano necesitaba estar sola, sola para mí. Ella vive en Nueva York, desde hace seis años y no tiene ninguna intención de volver a España más allá que para pasar cortas temporadas de tiempo y echarse fuet en la maleta de contrabando. Es catalana, pero no de la costa. Dice que en realidad la playa solo le gusta teóricamente, pero que luego a efectos prácticos odia todo lo que tiene que ver con ella.
Empezamos a hablar por culpa de un niño pequeño que casi se mata en la orilla de la playa, iba con una tabla para flotar, se subió encima, se cayó de espaldas y dejó de respirar, yo me acerqué para intentar ayudar, pero no tengo ni idea de qué hay que hacer en estos casos -me he prometido a mí misma hacer un curso de primeros auxilios-, así que me dediqué a chillar pidiendo ayuda, a lo que ella vino y lo solucionó todo en cuestión de segundos. Es médico.
Reanimó al niño, apareció la madre y nos fuimos todos a tomar cerveza, porque así somos en España. El padre dice que no sabía cómo agradecérnoslo, le dijimos que no había nada que agradecer y dijo que por lo menos nos invitaban a comer. Así que nada, paella de marisco para cuatro y un niño en el chiringuito de la playa.
Al principio fue incómodo, era raro, nadie sabía de qué hablar, pero el pequeño nos puso las cosas fáciles. Empezó a contarnos cosas de su cole al cual no quería volver jamás porque a él le gustaba más la playa y ya de ahí todo fue rodado. Hablamos de la maternidad, de lo difícil que se nos planteaba la situación de ser madres a pesar de tener 30 años y trabajos estables y de lo puto mal que estaba organizada España, vamos, típico de españoles, arreglando el mundo a base de palabrerías cerveza en mano.
La familia se fue y nosotras nos quedamos a tomarnos un Gin-Tonic y dos y tres. Acabamos borrachas y comiéndonos el coño en mi apartamento como si nos conociéramos de toda la santa vida. Después del sexo hablamos de libros, de que nos habíamos estado mirando porque nos llamábamos la atención. Fue cuando le dije lo de su libro electrónico y cuando ella me dijo lo de dar lugar a libros ajados por permitir bañarlos con humedad y demasiado sol.
Desde ese día llevamos dos semanas prácticamente viviendo juntas. Ha dejado de pagar su hotel y estamos pagando mi Airbnb entre las dos. Aún no sé muy bien cómo ha surgido todo esto, asumo que fue poco a poco y a base de no pensar. Era como… comemos juntas, dormimos juntas y desayunamos juntas, ¿qué hacemos pagando dos sitios en los que dormir? Era todo más práctico que otra cosa, aunque otra cosa también.
Soy feliz con ella, pero feliz a niveles extremos. Es todo tan fácil, tan sencillo, tan bonito… Aunque ya me conozco yo el caramelo envenenado este: todo es fácil porque no hay preocupaciones, porque no hay obligaciones y porque no hay terceras personas. Tenemos cabeza y una edad, no tenemos planteado hacer locuras por amor ni nada parecido, ella vuelve a Estados Unidos y yo a mi querido Madrid. Si coincidimos alguna vez en la vida, pues será maravilloso, me encantaría que viniera a la capital unos días y a mí me fliparía tener pasta para poder visitarla alguna vez. Qué putada que lo idílico sea tan inalcanzable.
Nos quedan seis días juntas y pienso vivirlos con toda la intensidad del mundo, pero no dejo de preguntarme cómo sería nuestra vida si fuera siempre así de fácil, así de sencilla, así de simple. Tampoco de preguntarme si funcionaríamos la una en el mundo de la otra, por lo que poco que sabemos tenemos muy pocas cosas en común, pero aquí nos estamos entendiendo tan bien…
Me enamoré por primera vez un verano cuando tenía 16 años de un vasco más bruto que nadie, 16 años después me enamoro de una catalana con una delicadeza que podría volver loca a cualquiera. Si algo sé de la vida es que me van los independentistas en verano y qué putada más gorda.

Alejandra