Vega, nuestra última amiga en casarse, estaba a pie del altar. Vega tenía 36 años y le había costado mucho encontrar pareja. Ella es muy especial, tiene la paciencia justa para pasar el rato y siempre ha sido muy rebelde. No es chica fácil y no fue fácil conseguir pareja. Pero después de varios intentos fallidos al final llegó el amor de su vida, Alberto, un tinerfeño muy atractivo, simpático, sonrisa perfecta, divorciado de una mujer que tenía problemas mentales, con celos enfermizos según su versión.

El muchacho caía bien a todo el mundo, un comercial con mucha labia y mas que labia, mucho morro le ponía a todo. El típico caballero que te hace una radiografía de arriba a abajo cada vez que te ve. Que sólo da un beso al saludar pero cerquita de la boca. Nunca le faltaba un piropo y una palabra cariñosa. Embelesaba a todas las mujeres, con su tono de piel, su planta y ese acento canario, tan característico.

El noviazgo fue corto, porque según la madre de Vega no estaban en edad de estar ocho años tonteando, también es verdad que su madre vio la oportunidad de que Vega empezara una nueva vida fuera de su casa. 

Ella era la típica niña que desde los cuatro años tenía planeada toda su boda, con todo detalle y a los 36 años había tenido muchos años para planear la boda perfecta.

Nosotras sus amigas, después de once bodas de amigas, incluida la mía, con varios niños ya en la pandilla, pues ni tiempo teníamos ni ya la ilusión del resto de las bodas. Pero bueno, trajes de dama de honor, todos nuestros niños vestidos iguales, cuatro despedidas sorpresa, dos meses de ensayo para el baile de los amigos, cena degustación de menús, cena degustación de tartas, contrato de la orquesta sorpresa, que la trajimos canaria en honor al novio. Grupo de canto rociero para amenizar la ceremonia. Vamos un dineral de boda, como las de las películas.

Llega el día, llantos, nervios, preparativos de última hora, resaca del día de antes con la tuna en la serenata, pero la cara de Vega irradiaba felicidad en estado puro. No había mujer en la tierra mas feliz que ella, el sueño de su vida cumplido. Ceremonia tradicional, con misa, comunión y hasta el coro que la verdad lo hizo si cabe más emocionante, sin escatimar detalles vaya.

Llegamos a la finca del banquete, sillas personalizas, lazos, flores, botellas de tequila al centro y juegos para conseguir ambientar cada momento. Una finca con una casa principal como restaurante y una pequeña caseta al fondo con baños.

Cena por todo lo alto y llega el momento de sacar la tarta. La novia haciéndose fotos con sus compañeras de trabajo y su madre y yo coincidimos en la cola del baño. La mujer agobiada porque no iba a llegar a ver el corte de la tarta, pero con tanto nervios había bebido mucha agua y con la faja para que no le marcara el vestido y tanta agua no se podía sentar y necesitaba entrar al baño. En la misma espera estaba la tía de la novia que al oír las palabras de la madre se le ocurrió decirnos que los baños de la otra caseta estarían libres.

 

Pues allí que nos vamos las tres, efectivamente al llegar no había nadie esperando fuera. Al entrar oímos unos golpes y unos sonidos, que no teníamos claro si podían ser de un bebé o un gato, no estaba claro porque eran entrecortados. Entramos sin hacer ruido, muy atentas de ver de donde venían los sonidos y algo preocupadas. Cuando de momento se abrió una puerta y ante nuestro asombro apareció el novio arreglándose la chaqueta y la prima de la novia, bajándose el vestido. Y allí yo, la madre de la novia, la madre de la amante y el novio,  se podía cortar el aire.

 

Podéis imaginar después, gritos, insultos, un labio partido, un ojo morado, dos desmayos, la boda soñada, truncada. Y la noche de bodas de Vega, llorando abrazada a su madre.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en una historia REAL.

 

Dani D.