Hace años que mi hermana y mi cuñado se turnan para cenar en nochebuena en una casa y comer en navidad en la otra. Tantos años como yo llevo deseando que no vengan.
Mi cuñado es un tío bastante insoportable, podríamos decir que cumple el rol de “cuñado”. Sabe más de todo que nadie, da consejos a todo el mundo sobre cosas de las que no tiene ni idea, es el más listo, el más guapo y el que cuenta las historias más interesantes. Nunca lo soporté. Mi madre tampoco, pero ella, por no disgustar a mi hermana, intenta complacerlo siempre y tratarlo con cariño. A mi padre al principio de lo ganó con intereses comunes, pero después de haberlo dejado varias veces tirado organizando cenas con otra gente donde tuvo que pagar él su parte, de haberlo dejado en ridículo delante de sus amigos y de empezar a fijarse en el traro que le daba a su hija (al principio delante nuestra era todo siempre amor y atenciones, pero cuando cogió confianza ya dejó de disimular), ahora ni siquiera se dirigía a él. Y él seguía yendo a saludarlo, dándole una palmada sonora en la espalda y gritando “¡Suegro! Tan gruñón como siempre”.
Cuando les toca ir a cenar a casa de él en nochebuena, vienen el día de navidad a comer con nosotros y todo es más calmado. Él suele traer una resaca monumental, así que está más callado y mi hermana aprovecha para ser ella misma desde que él se pone a roncar en el sofá antes siquiera de que acabemos de comer.
Pero este año tocó al revés. Cuando entraron por la puerta de la casa de mis padres, mi cuñado venía aún más eufórico de lo habitual. Entró el primero, casi de un empujón. Agarró la cara de mi madre con las dos manos para darle dos besos y ella rio incómoda mientras se soltaba discretamente. Mi hermana entró despacio, con tan poca energía que parecía que aquel tipejo se la hubiese absorbido toda. Llegó avergonzada, callada, encogida… Así que mi mal humor habitual cuando él está presente se multiplicó.
Durante la cena todos estuvimos callados, incómodos, cabizbajos, pues él no paraba de hacer comentarios a gritos sobre la comida, sobre el discurso del rey, sobre el embarazo de mi prima, el cáncer que había superado mi tío. Nadie respondía más que un susurro y él seguía siendo el alma de la fiesta. “¡Suegra! ¡Márcate ahí otro gintónico para tu yerno favorito, anda, no seas estirada!”
Lo sentí mucho por mi hermana y por la incomodidad que yo pude generar, pero no creo que fuera mayor a la que estaba generando él. Le dije si podía hacer el favor de empezara a tratar con respeto a mi familia, que siempre lo tratamos como a uno más, pero que no se equivoque, que allí estaba en calidad de invitado y debía de estar agradecido y dejar de poner en ridículo a mi hermana. Ella me miró con los ojos muy abiertos, entre agradecida, aterrorizada, enfadada…
Él me dijo algo como “Tranquila, gatita” y se puso a imitarme como si fuera una niña repipi y gruñendo como un cachorrillo. Mi padre se levantó y, dando un golpe sobre la mesa le dijo que ya estaba bien, que se disculpase conmigo y con mi madre y dejase de hacerse el mamarracho.
Mi cuñado, por una vez en su vida, se quedó cortado. Entonces mi hermana empezó a llorar en voz baja sin decir nada. Él aumentó la velocidad a la que bebía y siempre que quería decir algo pedía permiso de forma irónica antes de hablar, como si tuviera que pedir turno.
Llegados los postres, empezó a dar a mi hermana unos besos totalmente inapropiados y de forma muy violenta. Ella lo rechazaba y lo apartaba discretamente, pero él le decía “¿Qué pasa mi amor? Enséñale a tu familia cuanto me quieres”. Le acariciaba la pierna dándole unos pellizcos que la hacían saltar de la silla. Pero toda su “contención” era como un embalse a punto de reventar. Les empezó a decir a mi padre y mis tíos que estaba muy enamorado de mi hermana, que era la mujer de su vida, aunque ella no se lo mereciera tanto. Que debían perdonar sus salidas de todo de esa noche igual que él la perdonaba a ella por ser una golfa, pues no había podido resistirlo y quizá llevaba demasiadas horas bebiendo.
En ese momento mi padre, que siempre ha estado en contra de la violencia, le dio una bofetada con la mano abierta que resonó en toda la estancia. Fue una ejecución perfecta, diez puntos de diez en la votación de bofetadas perfectas. Dolorosa, humillante, sonora… Él se agarró la cara al momento ofendido, esperando los gritos de mi padre, pero en vez de eso, solamente le dijo “Fuera de aquí”. Mi hermana se puso de pie sin saber muy bien qué hacer.
Él la miró y le dijo “Tú, andando”. Ella me miró, yo le di la mano y mi padre se acercó a él para cerrar la puerta. Mi cuñado miró a mi hermana y profirió alguna amenaza más del estilo “Como te quedes te vas a enterar…”.
Ella se echó a llorar. De dolor, de vergüenza, de miedo, pero sobre todo, de alivio. Mi cuñado para mí siempre había sido un gilipollas, pero ella estaba enamorada y eso podía más o menos entenderlo. Pero hacía un tiempo que había empezado a beber de forma exagerada a diario.
Se inventaba historias que no eran reales y se enfadaba, la insultaba… Luego, con la resaca venía el arrepentimiento y las disculpas. Pasaban un día idílico y, al llegar la noche, cualquier notificación del móvil era un supuesto amante porque era una guarra… Y así llevaba la pobre meses.
“Lo peor de todo es que no me ha pegado nunca, pero llevo semanas esperando que lo haga para ver si así se calma antes.”
La nochebuena fue la más horrible que recuerdo, pero ha sido el punto de inflexión para ayudar a mi hermana, que llevaba unos meses metida en un pozo de maltrato psicológico que estaba acabando con su autoestima, su alegría y su vida. Al punto de haber normalizado el hecho de que llegase a pegarle. Es increíble cómo ocurren las cosas, tan poco a poco que no nos damos cuenta.
La madre de él le ha escrito dándole todo su apoyo y diciendo que aguantó demasiado. Su padre también lo hizo (están separados) para decirle que era una loca del coño como su ex y que no tocase los huevos con denuncias si no quería saber lo que es un hombre de verdad.
Por supuesto que va a denunciar. A él y a su padre, por amenazas. Le espera mucha terapia, pero tiene el apoyo de toda su familia y yo no pienso jamás soltarle la mano.
Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.
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