Ir en el metro cuando eres una dramática de la vida es una putada. Es una putada porque entre chino y chino a veces ves destellos de lo que podría ser tu futura vida. Tu estás con el móvil jugando al candy crush (porque el tinder te funciona depende de qué paradas) y de repente ¡Zas! se abre la puerta del metro y entra un moreno de metro ochenta, flequillo Emo y mirada melancólica. Y claro, tú miras porque mirar es gratis y encima te alegras la vista y te fijas en que lleva un libro de Charles Bukowski y una guitarra a la espalda y madre mía pero si es mi amor torturado con el alma rota al que yo y sólo yo podré enseñar como amar con toda la fuerza de su corazón.

metro
LA REALIDAD

Y claro, tu intentas llamar su atención, pero sin que el chaval quiera ponerte una orden de alejamiento ni parezcas una morsa pidiendo una sardina, que a veces no es fácil.

Porque ligar en el metro no es tan sencillo como uno parece, si no a ver como le explicas tú a un tío que ni siquiera conoces que te acabas de enamorar de él en los 2 minutos y veinticuatro segundos que lleva en el metro y que sí, puede que no sepas cómo se llama, pero qué bien os quedaría un Golden Retrieve al que llamaréis Toby y que pasearéis los domingos por la tarde después de dejar a los niños en el parque con la baby sitter.

metro dramática
LA PELÍCULA QUE TE MONTAS HAMIJA

Y suena John Mayer de fondo mientras te levantas decidida y con gracia y elegancia vas sorteando los cuerpos insignificantes del resto de ocupantes del vagón mientras él mantiene la vista clavada en su libro de poemas.  Abres la boca, te mojas suavemente los labios y piensas detenidamente en una frase ingeniosa que haga que te vea divertida, guapa y el futuro amor de su vida todo a la vez.

Y cuando ya te has mentalizado sobre como entablar conversación con el que a ciencia cierta va a ser el padre de tus hijos, las puertas de metal se abren, engullendo toda esperanza de encontrar el amor en las próximas tres paradas de metro.

Y tú lloras en silencio porque jurarás a tus amigas que te habías enamorado (por décima cuarta vez en el día) y que cuando lo viste alejarse sin saber siquiera que existías, se te rompió un poquito más la patata.

Al fin y al cabo el metro es como un microcosmos del amor. Una yuxtaposición de espacio y tiempo en la que se condensan amor y pérdida en el breve espacio de un par de minutos.

La paradoja del transporte urbano.

Título: la vecina rubia

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