Susana se casó muy enamorada. Hacía años que sentía algo por su amigo y, cuando tuvo el valor de declararse, fue más que correspondida. Tuvo una de esas historias de amor que despierta envidias allá por donde pasa. Se casaron después de poco más de un año de relación. Lo hicieron a la vieja usanza, sin convivir antes y… Fue un gran error.

Tras la luna de miel, Susana llegó a su casa y se encontró una taza usada sobre la mesa de la cocina y las cajas que habían dejado sin desembalar escondidas en el cuartito de la ropa. Le extrañó, pero Alberto le dijo que seguramente había sido su madre. Esa noche, su nueva suegra llamó para preguntar qué tal el viaje y contarles que les había limpiado tal cosa, que había ordenado tal otra… A Susana le pareció bien en un principio, ya que vio la intención en ella de que pudieran llegar del viaje y encontrarse la casa lo más cómoda posible. Pero, la mañana siguiente, mientras se despertaban por primera vez en su nueva casa, su primera mañana como casados en su nueva vida real, en su cama… Pasó lo que tenía que pasar. Rebosantes de felicidad y llenos de amor, se quitaron la poca ropa que llevaban puestos y… Su suegra tosió al otro lado de la puerta, advirtiendo que estaba allí. Había entrado mientras dormían para empezar bien temprano con las últimas cajas de la mudanza. Cuando salieron de la habitación les explicó que llevaba ya un rato allí y que le pareció de buena educación hacerse notar cuando vio que en esa habitación podían estar pasando cosas más íntimas, porque sería muy incómodo para ella tener que escuchar ciertas cosas. Alberto sonrió tímido, Susana directamente alucinó.

Fue complicado convencer a su suegra de que dejase de ordenar sus cremas y su maquillaje, pero fue ya un problema cuando empezó a separar su lencería. Susana se puso seria y le dijo que estaba agradecida pero que le tenía que pedir que dejase de desembalar sus cosas, que le incomodaba tenerla en casa todo el día de su primer día viviendo juntos, que esperaba intimidad y que ellos decidiesen cómo colocar las cosas de su nuevo hogar. Ella empezó a llorar y le dijo que solamente quería ayudar y que le dejasen participar de su felicidad. Alberto se enfadó bastante al ver a su madre así y se fue con ella.

Hablaron al día siguiente y acordaron que las llaves las usaría solamente si tenía la certeza de que ellos no estaban en casa y que solamente iría avisando primero. Pero en cuanto volvieron a trabajar, ahí estaba su suegra cada medio día preparando la mesa con la comida hecha. Lo hacía por ayudar, aunque siempre olvidaba las severas alergias de Susana y… Cada guiso llevaba un poco de apio, cada estofado iba aderezado con frutos secos y, por supuesto, en cada postre casero había una cantidad ingente de kiwi. Que no eran alergias tan raras, son cosas fácilmente evitables, pero a esta señora se le olvidaba de un día para el siguiente y, después del segundo viaje a urgencias y la primera inyección de adrenalina, decidió dejar de probar aquellas delicias que su suegra preparaba cada día para su marido. Él decía que su madre era muy despistada y que no lo hacía con maldad.

Dos meses después ya habían conseguido que dejase de ir cada día, gracias a que la falta de intimidad y la vorágine del día a día les estaba afectando al punto de no tener apenas oportunidad de tener relaciones. Entonces si, Alberto rápidamente le explicó que preferían hacerse ellos la comida y la cena y poder tener un ratito para… Sus cosas. Lo entendió rápidamente, pues dejó claro desde el principio que deseaba ser abuela. Por lo que, el último día que dejó preparada la comida, también dejó en la basura la caja de preservativos y los dos o tres juguetes sexuales que guardaban en el cajón. Si querían tener hijos, no necesitaban nada de eso. Susana se enfadó mucho al ver que había invadido aun más su espacio, pero Alberto la justificaba porque decía que ella se preocupaba mucho por él y ahora por su nueva familia.

Cuando Susana y Alberto decidieron comprar un coche nuevo, su suegra apalabró el que ella consideraba ideal para familias como la suya en el concesionario de un vecino. Ya había dado la señal y acordado los plazos de pago. Susana no podía con la rabia cuando, al llegar al concesionario no le enseñaron nada, solamente los papeles a firmar. Ella se negó a hacerlo,  no había elegido aquel coche y no iba a pagar aquellas cuotas desorbitadas. Pero Alberto no quería hacer una escena, así que firmó a su nombre y se llevó aquel coche enorme. Después de eso tuvieron una gran discusión. No podían permitir que su madre decidiese todo sobre sus vidas y mucho menos que invadiese su intimidad a todos los niveles. Él solamente veía bondad y ayuda por parte de su madre. Pero ella ya empezaba a notar en ella desprecios directos y aquellas intrusiones en casa se le empezaban a hacer mucho cuando, en una comida familiar, tras el postre, su suegra, delante otros miembros de la familia, le preguntó si estaba embarazada ya, puesto que hacía ya más de un mes que no veía compresas en la papelera del baño de su habitación y tampoco preservativos usados. Si es que estaba embarazada o es que estaban en crisis. Susana estalló, no pudo más y le dijo que le diera las llaves en ese mismo momento. Todo el mundo allí asintió con la cabeza con aprobación. Varios sobrinos hablaban de que aquello tenía que pasar en algún momento, su marido le reñía enfadado y sus cuñados se tapaban la cara avergonzados. Pero Alberto vio en aquel gesto de Susana un desplante enorme hacia su madre y se enfadó como nunca, le dijo que aquella casa era de ambos y que su madre, en la parte que le pertenecía a él, debía seguir presente. Salieron de allí discutiendo y Susana desahogó todo lo que llevaba meses callando, por lo que Alberto dijo que no podía estar con alguien que creyese esas cosas feas de su madre y, dos días después, le dejó un sobre de un abogado sobre la mesa del salón.

La peor parte era que su ahora exsuegra tenía razón, Susana estaba embarazada, y aunque ahora le sería más difícil manejar su vida, se metía igualmente en todas las decisiones. Ellos se separaron de la forma menos cordial que he visto jamás e incluso el nombre del bebé fue pactado entre abogados.

Pronto dará a luz a un niño que lleva el nombre del abuelo materno de Alberto. Le espera una vida de luchas y negociaciones con quien parecía el hombre de su vida. No la envidio en absoluto, pasa los días llorando por la vida que llevará ese pequeño, dividido desde el nacimiento e influenciado por su abuela el 50% de su vida.

 

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