¿Quién no se ha hecho alguna vez está pregunta? ¿Cómo narices saber si realmente le importas?

¿Quién, aún sin querer, no ha sentido en algún momento esa curiosidad de saber si a la otra persona le importa de verdad?

Si no puede disimular la sonrisa cuando te ve, sí exprime el tiempo para correr a verte aunque sólo sean 5 minutos, sí deja el miedo a un lado y expresa sus sentimientos, le importas.

Si te envía de noche algún texto en el que te ha reconocido entre líneas, sí te llama sin esperar a que llames tú, sí te va a buscar al trabajo de sorpresa y con tu café favorito del Starbucks en la mano, le importas.

Si te escucha, te apoya, te hace reír y está ahí en silencio cuando hace falta, le importas.

Si quiere pasar todas las tardes de domingo contigo, créeme, le importas.

Si a veces deja de hablar de tú & él para hablar de nosotros, sí te espera para ver el siguiente capítulo de vuestra serie favorita y si lo deja en pausa cuando tú te has dormido en el sofá para no ver ni un minuto más que tú, le importas.

 

Si te incluye en los planes con amigos pero a la vez, de vez en cuando, seguís haciendo planes por separado, le importas. Y respeta tu espacio.

Si en el sexo no va sólo a lo suyo, si tú placer también le importa, le importas.

Si te anima a salir a comerte la noche con tus amigas, si para el mundo (o lo intenta) cuando estáis juntos, si comparte contigo el último trozo de su chocolate favorito, le importas.

No te bajará la luna pero si en algunas ocasiones crees que estás en ella, eso es que le importas. En serio.

Si te escucha y te apoya sin juzgarte, ni a ti ni a tus decisiones, le importas.

Porque la importancia está en las pequeñas cosas, en los pequeños gestos, en esas baldosas rotas pero que juntas forman una avenida perfecta, en esos besos robados que llegan sin esperarse, en ese brindis en mitad del bar de moda mientras suena la peor canción de la historia y os olvidáis que esos que están gritando de fondo, son vuestros amigos.

 

Que, como decía Iván Ferreiro, hay promesas que no valen nada. Que se puede prometer el mundo entero para regalar los oídos a la otra persona pero, en serio, quédate con quién no prometa nada pero sin darte cuenta te lo haya empezado a dar todo.

Si no le importa que te comas cuarto y mitad de su postre cuando minutos antes habías decidido que no querías postre, le importas.

Si te deja «robar» la última patata frita del plato día tras día, le importas.

Ojalá existiera esa fórmula matemática para teclearla en la calculadora y conseguir importar a ese alguien pero lograrlo perdería mucho encanto, demasiado, así que vamos a seguir descubriendo cuánto y cómo le importamos a alguien perdiéndonos por el camino.