Cómo sobreviví al ‘love bombing’ de un narcisista

¿Habías oído hablar alguna vez del ‘love bombing’? Puede que no, pero seguro que si te cuento en qué consiste te suene. 

Hay personas que, para captar la atención de otras, seducirlas, engatusarlas (llámalo como quieras), adoptan una aptitud afectuosa rozando el empalague máximo. Te hacen creer que sois almas gemelas, que te ama con la fuerza de los mares, que sin ti no son nada, y demás discursos propios del pop español. Una vez que te atrapan en su red, aprovechan ese engatusamiento para hacer contigo un poco lo que ellos quieren: manipulación, chantaje emocional, aislamiento… Convirtiendo a su víctima en una adicta de esas muestras de amor constante que acabará comiendo de su mano, aunque se trate de puro veneno.

Esto, queridas mías, es love bombing, una de las muchas caras que tiene el maltrato en pareja y que, a menudo, pasa desapercibido dado que es fácil confundirlo con el clásico perfil de quienes viven las relaciones con intensidad y se desviven por el otro desde el minuto uno porque, simplemente, es lo que les sale. Por lo que no, ser apasionado no es sinónimo de manipulador, pero que encaje dentro de un perfil narcisista y ególatra le dará todas las papeletas para que lo sea. ¿Que cómo sé tanto del tema? Porque lo he vivido en mi propia piel.

Al principio, la relación parece idílica. Tu pareja se ha encargado de hacerte sentir la persona más especial y maravillosa del mundo y se ha cuidado mucho por mostrar su lado más encantador. Nada nuevo bajo el sol. Dicen que la seducción es una forma de manipulación y en cierto modo lo creo así. A esta fase se la suele conocer, precisamente, como la de idealización o luna de miel, ya os podéis imaginar por qué. En mi caso, el chico en cuestión parecía diseñado para mí. Su tipo de humor, la forma en la que me trataba, cómo hablaba de mí a los demás… me hacía sentir única y nunca se me habría pasado por la cabeza que todas esas muestras de afecto no fueran sinceras. 

Después de un tiempo se podría decir que te acostumbras a esa dinámica y das por hecho que tu pareja va a seguir siendo así para siempre o, bueno, el tiempo que duréis. No solo te acostumbras, también empiezas a necesitarlo, es decir, te crea una cierta adicción a todo ese despliegue amoroso. Esa persona te hace creer que es la única que puede ofrecerte ese trato y que los demás nunca van a estar a la altura para tratarte como mereces ni te van a comprender tan bien como ella. Eso te genera un sentimiento de desconfianza hacia el resto de tu círculo o, quizá no desconfianza, pero sí te da por priorizar a tu pareja que ‘te lo da todo’ ante cualquier otro ser querido. ¿Y qué consiguen con esto? Aislarte. Y aquí es donde la cosa se pone realmente peligrosa. 

El narcisista comienza a desenmascararse poco a poco y va pidiéndote, exigiéndote más bien, que te adaptes a lo que él o ella quiera, hasta el punto de llevarte a un estado de sumisión. Cada pareja es un mundo y el grado de sumisión queda sujeto a muchas variables. A mí no me llegó a doblegar, pero sí consiguió aislarme. Realmente no sentía que la compañía de otras personas me llenase tanto como la suya y por ahí me atrapó. A partir de ese momento, empezó a mostrarse irascible e incluso agresivo. Me hizo creer que exageraba por todo y a devaluarme en todos los sentidos posibles. Tratar de hacer añicos la autoestima de una persona es como dispararle en el corazón. Es ir a matar. Retomar la comunicación con mi círculo de confianza fue clave en este punto para ser capaz de romper de forma irrevocable con esta persona. Si no hubiera sido así, no quiero pensar lo que habría sucedido, porque como decía antes, se empezó a volver bastante violento.

A raíz de perder todo contacto con él y retomar la relación con mis seres queridos me fui dando cuenta de que no lo necesitaba, es más, esa persona sobraba en mi vida. Nada que te haga daño puede sumarte. Lo de recuperar la autoestima fue quizá la parte más difícil, pero rodeada de gente que me quería fue un proceso llevadero. Aun así, no podía depender de ellos todo el tiempo y a medida que me iba encontrando más fuerte era capaz de superarme, aunque fuera en detalles pequeños, nutriendo poquito a poco mi amor propio. No es cuestión de cebarlo, es cuestión de quererse bien. 

No sé si llegas a recuperarte del todo algún día de una experiencia como esta, es imposible medir el impacto que puede tener en la víctima, pero desarrollar herramientas para una mejor relación contigo misma, creo que es de las mejores cosas que se pueden hacer. A mí, por lo menos, me ha funcionado. 

 

Ele Mandarina