El día menos pensado tu hijo aparece en casa con una sonrisa de oreja a oreja y te enseña emocionado perdido una invitación: “¡¡¡Luis me ha invitado a su cumpleaños, mamá. Y es en un parque de bolas!!!”.

Te enternece nivel máximo ver a tu vástago tan ilusionado ante su primera cita social, pero en tu cabeza resuena con fuerza la siguiente ecuación:

Viernes por la tarde + parque de bolas + un centenar de niños con subidón de azúcar + madres que no conoces = Tierra trágame, preferiríatirarmeporunpuente

Pero todo sea por que el pequeño socialice, ahí que vas con más miedo que vergüenza a tu primer cumpleaños en un parque de bolas.

source (1)

Al entrar por la puerta, un fuerte hedor nauseabundo te golpea con fuerza. En seguida lo reconoces: mezcla de sudor, más olor de pies, más chucherías y gusanitos multiplicado por mil. El niño tarda un nano-segundo en quitarse los zapatos y lanzarse de cabeza a las bolas. Lo pierdes de vista y ahí te quedas tú totalmente colgada en terreno desconocido sin saber dónde meterte. Si al menos pudieras zambullirte tú también en el parque de bolas, la cosa tendría su gracia…

Por un momento dudas sobre si escapar será la mejor opción, pero te saluda enérgicamente el padre de Luis al tiempo que te agradece que hayas traído al niño al cumpleaños. Ya no hay vuelta atrás.

source

Intentas recomponerte un poco, que no se note demasiado que estás tan desubicada,  y haces análisis rápido de la situación: varios grupitos de madres que parece que ya se conocen y charlan animadamente. Te sientas disimuladamente en un rincón y sacas el móvil ¿cuánto va a durar esto? Escribes al padre de la criatura y le dices que al siguiente cumpleaños en el parque de bolas, ya se las puede apañar como quiera, pero que vaya él, que esto es un coñazo. Te sientes como pez fuera del agua o como madre primeriza en un parque de bolas.

Por la puerta aparece una madre que conoces del parque y te alegras infinito de ver una cara conocida. Tiene la misma cara de compungida que tú. Se sienta a tu lado y te alegras infinito de tener una compañera de parque de bolas. A partir de aquí todo mejora: os tomáis una cerveza y coméis gusanitos a dos manos.

giphy (1)

Te vas animando al descubrir que los cumpleaños infantiles están perfectamente articulados cual boda gitana. Después de la yincana de bolas, le sigue el pintacaras, la merienda, la tarta, los juegos o el baile de disfraces. Observarlo desde la barrera con cerveza en mano lo hace todo más llevadero. No en vano, los niños siguen en su particular odisea infantil y su estado anímico va in crescendo al mismo tiempo que su nivel de azúcar en sangre.

Cuando ya estás relajada, vas por la segunda cerveza, pensando que las bolas no están tan mal, que casi lo prefieres al parque, que al menos no pasas frío, no hay arena que se te meta en los zapatos y encima hay cerveza… aparece tu cachorro sangrando por la boca y llorando a moco tendido. ¡Mierda! Tanto niño venido arriba no puede acabar bien. Son daños colaterales inevitables. Después de muchos clínex, un poco de hielo y muchos besos y abrazos, el niño recobra fuerzas cual Ave Fénix y vuelve al ruedo como si tal cosa.

giphy (3)

La tarde continúa con el momento regalo del cumpleañero, con canciones, vítores y más chocolate. Con montones de niños haciendo el ganso y con mucho móvil en mano de las madres inmortalizando a los enanos sudando la gota gorda, corriendo de aquí para allá.

Después de la piñata el cumpleaños en el parque de bolas se da por finalizado. Recoges al primogénito, le colocas los zapatos y os volvéis a casa. El niño está extasiado, con el pelo empapado de sudor, oliendo a choto, con el labio hinchado por el golpe cual Carmen de Mairena y te dice que ha sido la mejor tarde de su vida. Angelito.

giphy (5)

Llegas a casa y no te da tiempo ni a quitarte el abrigo y ya se ha dormido en el sofá. Al final el parque de bolas no ha sido tan malo. Te has ahorrado tener que preparar la cena y como bonus track tienes ya al niño dormido por puro agotamiento. ¡Dame parque de bolas y llámame tonta!