La semana pasada le compré a mi hijo una estantería para su habitación y, madre mía, no veáis qué ilusión le hizo. Nunca pensé que un mueble en kit barato pudiera ocasionar tal excitación a un pequeñajo de seis años. Si lo llego a saber, se la traen los Reyes y me ahorro el dinosaurio con el que me tropiezo en la oscuridad de la noche tres veces por semana.

Se pasó todo el día ordenando en ella sus libros y disponiendo sus playmobil en los estantes. Qué pasada.

El niño físicamente no se me parece en nada, pero ha sacado mogollón de mis ramalazos más frikis pues yo también disfrutaba muchísimo decorando y ordenando mi cuarto. O simplemente poniendo en fila mis posesiones favoritas y observándolas después.

Miedo me da si cuando llegue a la temida adolescencia también le da por convertir su dormitorio en algo similar al mío.

Hmm… ¿Qué pensaría mi hijo si pudiera viajar al que fue mi cuarto durante mi efervescencia hormonal? Probablemente se sentiría como Carter en la tumba de Tutankamon, fascinado por todos los extraños objetos cuyos usos nunca podría ni imaginar.

Y es que quizá no las tuviésemos todas, pero veamos una compilación de cosas locas que te encontrarías en la habitación de un adolescente de los 90:

 

  • Fotografías y fotos de fotomatón con tus amigos. La fotografía digital es genial, pero se ha llevado nuestros recuerdos a la nube. O peor, a la memoria de un móvil que se murió, a una tarjeta SD que se perdió… En los 90 nos hacíamos muchas menos fotos, sin embargo, en nuestras casas había muchas más que ahora. Las fotos con los colegas, las de las excursiones, las de una tarde en un banco en el parque, daban vidilla a nuestro cuarto desde el corcho o la esquina del espejo. En aquella época si querías una foto, y la querías ver ya, o polaroid o fotomatón, no había más.

  • Delfines/Ranas/Búhos. Había al menos una representación de uno de estos animalillos en cada dormitorio juvenil, si no de los tres. No sé muy bien si es que daban suerte o si su éxito radicaba simplemente en que eran muy cuquis, pero allí estaban.
Foto de www.milanuncios.com
  • Posters de la Super Pop. Posters, posters por todas partes. Bueno, en tantos sitios como te dejaran tus padres. Algunas empapelábamos cada rincón, otras solo podían cubrir las puertas del armario. Nunca dormías sola, te metías en la cama rodeada de las Spice, los Backtreet Boys, Take That, Bon Jovi, Brad Pitt, los chicos de Sensación de Vivir… La revista Super Pop nos proveía del material más codiciado del momento.
Foto de todocoleccion.net
  • Lámpara de lava, de plasma o de fibra óptica. Esa lámpara que no daba luz era la absoluta protagonista de la habitación. Llegabas, la encendías — en el caso de la de lava, esperabas cuarenta y cinco minutos — y se creaba una atmósfera tan súper mega chachi que no había marrón en el mundo que pudiera echarla abajo.

  • Trols. Una colección o varios en diferentes tamaños o solo uno. Todos tuvimos uno de esos horribles muñecos de colorido pelo pincho.
Foto de www.eldeforma.com
  • Cintas y CD’s. Adolescencia y música van de la mano y en los noventa la música ocupaba mucho. Todo era más grande, los aparatos en los que podías escucharla y los dispositivos en los que se almacenaba. Así que en todo dormitorio adolescente había un radiocasette — los más afortunados poseerían uno de doble pletina —, y montañas de cintas originales y vírgenes. Hacia mediados de la década estos fueron paulatinamente sustituidos por los reproductores de CD y las cajas de discos compactos por todas partes.
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  • Teléfono divertido. Podía tener forma de hamburguesa, podía ser un corazón o uno con forma de zapato, como los de las pelis. Cierto que esto de tener un teléfono con un diseño diferente, moderno y original era nivel pro. Los más mundanos ya lo flipábamos si teníamos uno en nuestro dormitorio. Aunque fuese de disco y te llevase diez minutos marcar el número de aquel amigo tuyo que tenía tantos nueves.
Foto de okchicas.com
  • Yoyo. Quizá no lo llevaras por ahí ni lo sacaras en el patio del insti, más que nada porque nadie se llevase a error y pensase que aún te gustaba jugar a cosas de niños, ejem. Pero en uno de tus estantes había un yoyo. Y de vez en cuando jugabas con él.
Foto de todocolección.net
  • Merchandising de Dragon Ball. Cromos, figuritas de goma, tazos de los paquetes de snacks de Matutano, etc. Las opciones eran infinitas.
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  • Sillón inflable. Vivías con miedo a pincharlo y, además de que era bastante incómodo, era imposible sentarse en él con discreción porque el plástico hacía muchísimo ruido. No importaba, era demasiado guay como para prescindir de él.
Foto de www.okchicas.com

¿Cuántas de estas cosas tenías tú?

 

Imagen de portada de Rodin Eckenroth/Getty Images www.hgtv.ca