Parece mentira… Cómo cambian las cosas con el tiempo ¿eh? Aquello que ansiábamos de pequeños, hoy las odiamos como adultos. Y es que… la inocencia de ser pequeños nos hace idealizar la vida de un adulto. Con su vida “encaminada” (cosa que después vemos que es más difícil de lo que parece); con dinero (cuando somos pequeños nos fascina ver cómo un adulto siempre tenía billetitos y moneditas en su monedero); con su casa, su coche… En seguida nos entran las prisas por querer llegar a todo esto, pero… Ya sabes por dónde voy ¿no? Sigue leyendo y pongámosle algo de humor.

Leyendo

De niña a mujer

No sé si muchas coincidiréis conmigo, pero yo veía el tener la regla como el paso de niña a mujer. Y claro, yo ya me veía “mayor” y quería ser considerada como tal, por lo que la llegada de la menstruación… me urgía. ¡Madre mía! ¿Por qué desearía yo eso tanto? Quería sentirme adulta a toda costa. Obviamente no tenía ni idea de lo que eso era. Hoy en día, cada vez que miro el calendario y veo que quedan dos días para su visita… ¡Me estiro de los pelos!

Algunas mujeres no tienen reglas dolorosas, pasan sus tres, cuatro o cinco días pringadas y luego ya son libres. Pero amigas… ¿Qué es de esas reglas en las que no te puedes ni mover? Y ahí es cuando piensas… ¿Por qué tenía yo tanta prisa en esto?

¡Vamos a la cama!

Creo que puedo afirmar, y no me equivoco, que absolutamente todos cuando hemos sido pequeños, hemos suplicado a mamá y papá cinco minutitos más para irnos a dormir. Y es que, los directores de series como Física o Química, Los Hombres de Paco, Los Serrano o El Internado, no nos lo ponían nada fácil. Porque teniendo que ir al colegio o al instituto al día siguiente… Teníamos la sensación de que por acostarnos más tarde (como nuestros padres) éramos más mayores. Nos encantaba.

A dormir

Hoy, me ocurre totalmente lo contrario. Cuento las horas que me quedan para levantarme al día siguiente, y cuando antes me pueda acostar… mejor. ¿A vosotras también os pasa? ¡Qué poco valorábamos de pequeños un buen descanso! Deberían hacer un manual de instrucciones de todo lo que nos encontraremos cuando seamos mayores. Fliparíamos.

Los billetes y monedas no se reproducen en el monedero

Recuerdo que me fascinaba ir paseando con mis padres y ver como siempre, siempre, siempre llevaban dinero en su monedero. Alguna que otra vez llegaba a pensar que por arte de magia se multiplicaban en su cartera. ¡JA-JA! Está claro que cuando tienes cinco años, no te van a contar lo difícil que es ganarse la vida. Supongo que todo es un proceso por el que todos debemos ir pasando. Llega la edad legal para trabajar, y de ahí en adelante, antes o después te tocará enfrentarte al duro mudo laboral. Es ahí cuando te das cuenta de que, los billetitos y las moneditas no se reproducen en el monedero. Sino que para que estén ahí tienes que trabajar, sudar y esforzarte mucho. De ahí llega el siguiente punto, que no sé si os ha pasado, pero a mí sí y seguramente muchas me entendáis.

“Ojalá termine de estudiar y pueda trabajar para ganar dinero”

¿Alguna vez esta afirmación ha salido por vuestra boca? Por la mía cientos de veces. He sido una noria de emociones con este tema. En el instituto me dio por querer dejar de estudiar (gracias a la turra que en su momento me dieron mis padres no lo hice). Pensaba que ponerse a trabajar cuanto antes era mejor para ganar dinero. Pero, no quería sacrificar mis veranos para ello. Cómo diría mi yayo, todo no se puede tener, chata.

Más dinero

Después en la universidad me volvió a suceder. Entonces es cuando muchos pensamos que al acabar nuestros estudios podremos vivir de ello y que por su puesto la vida del trabajador será mejor que la del estudiante… ¡Error, error y mil veces error! Eran muchos los que me decían: “no tengas prisa que cuando estés trabajando querrás volver a ser estudiante sin responsabilidades”. Desgraciadamente, hoy, debo darles la razón. Y es que, nunca podré volver a disfrutar de mis años universitarios, saliendo de fiesta un jueves, sin tener clase un viernes, ni tener que madrugar… (Quiero llorar).

Cuando tenga mi casa…

Sí, eso lo sigo diciendo también hoy. Es algo con lo que muchos soñamos de pequeños. Tener nuestra casa, con el coche aparcado en la puerta, el perrito esperando nuestra llegada moviendo el rabito… Ayyy… ¿Por qué no escuchamos a nuestros adultos cuando somos unos mocosillos? Ahora entiendo lo que son las res-pon-sa-bi-li-da-des. Tener que madrugar para ir a trabajar, porque claro, sin eso ¿cómo se paga la casa/alquiler? ¿cómo se pagan las facturas? ¿la compra? ¿el perrito? Yo es que vivía muy a gusto en mi casita de princesas, no me llegaban facturas a lo alto de la torre y el pony de peluche tampoco me daba mucho trabajo.

Salgo, pero… de tranquis

Creo que esta ha sido (por lo menos hasta antes del estado de alarma) mi frase más repetida. Creo que somos muchas a las que nos pasa, ¿verdad? Es curioso como cuando antes queríamos que llegase ya el fin de semana para quedar con todos nuestros amigos y estar de fiesta hasta las tantas. Se empezaba de tardeo… una cervecita por aquí, unas pipas por allá, vemos una peli… Pero sobre las ocho o las nueve nos íbamos ya a cenar y a prepararnos porque por la noche íbamos a darlo todo hasta la hora de ir a comprar los churros bien temprano.

No sé si me estoy haciendo mayor antes de tiempo, pero qué queréis que os diga… a mí eso ya, no me pasa. Prefiero quedar tranquilamente por la tarde a tomar algo o a cenar. Pero a una hora prudencial el pijama y la cama me gritan que vaya con ellos. Y yo… obedezco.

Pijama y cama

¿Vosotras también habéis pasado por esto en vuestro paso de niñas a adultas? La verdad es que, no estaría mal (a veces) volver a nuestra infancia sabiendo o que ya sabemos hoy.