Buscando en el baúl de los recuerdos, cualquier tiempo pasado nos parece mejor.
Si lo has cantado mientras leías entenderás cómo me sentí cuando el otro día, trasteando por los armarios, me encontré una caja con fotos de mi adolescencia.
Madre del amor hermoso… ¡Qué pelos! ¡Qué ropa!
Ahora comprendo los caretos que me ponía mi madre cuando me veía salir de mi cuarto dispuesta a comerme el mundo. Lo que le debió costar contenerse a la mujer, pues nunca me dijo nada al respecto de mis estrambóticas pintas.
Quizá mis gustos fuesen un poco radicales por aquel entonces, no digo yo que no. Pero no todo era culpa mía, que me he puesto a revisar álbumes y me he pasado por aquí para dejar constancia del mogollón de cosas que no echo de menos de la moda de los 90:
- Pinzitas del pelo. Esas mini pincitas de colorines estrafalarios que apenas sujetaban cuatro pelillos y por eso tenías que cubrirte media cabeza con dos docenas de ellas. Sí, yo también me las ponía.

- Bomber de plumas. Esas cazadoras o plumíferos que llevaban las malotas y los malotes. Bien apretaditos al cuerpo, bien a ras de cintura y bien cerraditos hasta arriba. Nunca me compré una, eran caras y costaba encontrar un modelo en el que pudiera meter a mis Bimba&Lola y conseguir cerrar la cremallera sin riesgo de asfixia. No llegué a tenerla, pero admito que la busqué con ahínco.

- Pantalones acampanados. De tiro megabajo, superceñidos y con una campana tan grande como para cubrir completamente las bambas surferas de suela extra gruesa. En mi instituto había chicas que ponían una chincheta para fijar el pantalón a la goma de las zapatillas. Yo nunca llegué a ese extremo, pero tuve unos Lois morados con diseño Tie Dye y pata de elefante que se veían desde el espacio exterior. Me quedaban largos y llevaba los bajos siempre sucios porque me cubrían todo el pie. Además, te pasabas el día tirando de ellos para no ir enseñando la hucha, pero… Molaban. Entonces, porque ahora ni de coña.

- Zuecos. ¿Quién se resistió a los zuecos? ¿Quién? Yo no. Recuerdo que lo intenté porque al principio me parecían horribles. Terminé cayendo como la borrega que soy y recuerdo también que tardé muchísimo en acostumbrarme a ellos. Esa suela rígida de madera no estaba hecha para mí, me cambiaron la manera de andar. Los tuve en varios colores y formas y al final del verano podía incluso correr con ellos. Para cuando empecé a amarlos, dejaron de llevarse. La Rosalía amenaza con ponerlos de moda otra vez. Tiemblo.

- Chandal con corchetes. O incluso velcros. Nunca entendí muy bien para qué podías necesitar abrir las perneras del pantalón de un modo que requiriese tal inmediatez. Tampoco tenía claro cómo debía llevarlos — por supuesto que tuve unos cuantos, a ver si os creéis que tenía personalidad o algo — si totalmente cerrados o bien con un par de corchetes abiertos (por la parte de abajo, obviamente). A Mel C. le quedaban de pinga, ¿verdad? En mí lucían bastante menos.

Foto de hola.com
- Gafas de colores. Pequeñas, al aire o con la montura muy fina y con cristales de colores. Azules, rojas, rosas, verdes, amarillas… no había límites. Mis favoritas eran unas que tenía con el cristal azul que, con mi pelo y mi tez, me daban un aire a Gary Oldman en Drácula, de Bram Stoker. Debo admitirlo, a mi cara no le van bien ese tipo de monturas. Así que porfa, Dua Lipa, no me hagas eso.

- Multibolsillos. Que levante la mano la que llevaba pantalones de corte militar, anchísimos y a full de bolsillos everywhere. ¡Yo! ¿¡Cómo no!? ¿Estamos locas? Eran lo mejor. No marcaban, no había que clavarles chinchetas y casi que podías prescindir de la mochila. Un bolsillo para los pañuelos de papel, otro para los bolis, otro para el One Touch Easy, uno para una compresa de emergencia… lo que quisieras. Lo malo era que con tantas opciones nunca encontraba nada, y la mitad se iba a la lavadora porque ¿quién tiene paciencia para revisarlos todos antes de meterlo dentro? Y quedaban fatal. Y resultan ridículos si no forman parte de un uniforme de trabajo. Nunca máis.

Foto de Instagram @bellahadid
- Tops y camisetas ombligueras. Tops, camisetas… cortas… barriga al aire. Venga, hasta luego.

- Plataformas. Qué obsesión de pronto por subirnos a todas a aquellos andamios que llevábamos por calzado. Para las Spice Girls, sin problema. Para el día a día de una chavala normal y corriente, pues no, leñe. Es que todo tenía plataforma: sandalias, botas, zapatillas deportivas, chanclas… ¿Qué necesidad? Fatal.

- Coleteros. Cuando tienes un pelito miserable como el mío aquellos coleteros XL confeccionados con un metro de telas chillonas y colores neón… como que no. Los había muy molones, eh, pero no eran para mí. Y ahora lo son aún menos.

- Falda sobre el pantalón. Sí, yo también me ponía falditas cortas sobre los pantalones vaqueros ligeramente acampanados. Y alguna larga también. Y vestidos. Por qué limitarnos a ponernos nuestras prendas favoritas de una en una si podemos llevar dos camisetas superpuestas, unos pantalones y una falda en el mismo día. Contenta estaba mi madre con tanta colada.

En fin, que volver la vista atrás es bueno a veces, pero mirar hacia delante es vivir sin temor.
Ojalá sin temor a que estas cosas vuelvan y me de por seguir la moda de turno.
La vida me ha demostrado en multitud de ocasiones que no importa lo poco que me gusten ciertas tendencias, antes o después voy a caer.