Se nos educa en la competición y en la idea de que debemos aspirar a ser los primeros en todo.

Para algunas cosas eso está bien, supongo… Pero hay otras que no.

¿Un ejemplo? Ser la primera de la pandilla en tener un bebé.

A ver, alguien tiene que ser el primero, eso es así.

Y tampoco es que sea tan horrible — no nos pongamos melodramáticos — pero es verdad que hay ciertas cosas que te pasan cuando eres la única de tus amigos que tiene hijos:

 

  • Te sientes incomprendida. No es fácil entender por qué tardas días en responder los whatsapps. O por qué te has vuelto de pronto tan impuntual. O por qué ya solo quieres quedar a media tarde y te vuelves loca si te quedas dos minutos más allá de cuando debes plegar velas para llegar a la hora del baño. Son situaciones que solo entiendes cuando pasas por ellas, no se lo tomes a mal. Para tus amigos sin hijos la mayor parte de lo que estás viviendo es chino mandarín.

  • No puedes olvidar nada en casa. Intenta no salir sin pañales, toallitas, un sonajero, un chupete extra… etcétera. Cuando eres la única que tiene hijos no puedes contar con que uno de tus amigos te preste eso que necesitas. Aspira como mucho a un pañuelo de papel o unas llaves con las que entretener a tu pequeño. No importa cuánto quieran ayudarte, no podrán aportar mucho más que su buena disposición.

  • Devoción máxima por San Google. Cuando otras chicas de la pandilla se vayan convirtiendo en madres ahí estarás tú para responder sus preguntas o dar consuelo. Tú, cari, llamarás a la consulta de pediatría más veces de las que quisieras admitir, machacarás a preguntas a las mujeres madres de tu entorno familiar, laboral o del tipo que sea necesario y, finalmente, te harás devota de San Google, esa arma de doble filo que te quitará un mes de vida por cada día que te la alargue. También tratarás de hallar alivio en tu cuchipandi, pero, aunque tus amigas le pongan la mejor intención, va a estar difícil.

  • Eres una paria. Tus amigos te siguen queriendo, de verdad. Es solo que ahora parece que vivís en mundos paralelos y que vuestras líneas vitales no se van a volver a cruzar. Al principio eres tú quien no puede/quiere acudir a esa quedada, ni a esta otra, ni a aquel cumpleaños… pero un día caes en la cuenta de que ya no te avisan. Es decir, seguís en contacto y quedando cuando te viene bien, y donde te viene bien, de tanto en tanto. Pero sabes fehacientemente que en muchas ocasiones ni siquiera te avisan. Sospechas incluso que tienen un grupo de whatsapp sin ti. Es una fase. Y no dura eternamente.

  • Te sientes juzgada. Te da la sensación de que juzgan tu aptitud como madre. Quizá sea más que una sensación, en realidad. Crees que piensan que no alimentas bien a tu bebé. Que lo malcrías o consientes. Que eres demasiado estricta con sus horarios. Tal vez que deberías relajarte un poquito. De hecho, puede que piensen todo eso y otras cosas que ni imaginas. Los más osados te lo harán saber. La ignorancia es muy atrevida, así que, perdónales, amiga, porque no saben lo que hacen.

  • Te frustras. Estás feliz con tu maternidad, no volverías atrás. Pero ves a tus amigos ‘no padres’ tan descansaditos y despreocupados que no puedes evitar el pinchacito de envidia. Adoras a ese bebé, pero quisieras poder quedarte un rato más. O poder intercambiar más de dos frases seguidas sin tener que parar a cambiar un pañal o a dar un bibe o lo que sea que te saca constantemente de la dinámica del grupo en la que tanto te cuesta entrar. Son tonterías sin importancia, pero en el momento te lo hacen pasar mal.

  • Amplías miras. Sales de tu zona de confort. Buscas nuevas relaciones sociales en círculos más afines a tu nuevo yo. De repente conectas mejor con los otros padres del parque. Te apetece quedar con las madres del grupo de lactancia. Quieres a tus amigas, pero también quieres sentirte comprendida y rodeada de personas que viven en tu misma longitud de onda.

Lo bueno es que, si tus amigos son amigos de los de verdad, todo lo anterior pasará con el tiempo. Bien porque algunos se vayan animando a tener hijos y de este modo se aporte un poco de equilibrio a la pandilla. Bien porque, tanto tú como tus amistades, os vayáis adaptando y tú puedas adquirir la habilidad de compatibilizar la crianza con tus relaciones y costumbres de antes de convertirte en madre.