Si hay algo en lo que coincidimos todos los gemelos y gemelas es en que no nos parecemos  a nuestro doble. Es raro preguntar a una gemela y que te diga: «nosotras somos idénticas»; lo  normal es que tú te veas completamente diferente. Habrá ocasiones en que mires a tu clon y  pienses: «bueno, un aire sí que nos damos», pero serán pocas. 

Da igual lo que te niegues el parecido, el resto del mundo no te va a diferenciar. Salvo tu  madre, obviamente… E incluso ella puede confundirse alguna vez y eso, en ocasiones, puede  ser bueno.  

Cuando éramos pequeñas a mi hermana y a mí nos encantaba como sabía el jarabe Dalsy  (seguro que lo habéis probado, ese tan rico de naranja para la fiebre), y si se despistaba y no  estaba atenta, intentábamos tomarnos dosis doble. Porque si un gemelo se pone malo el otro  también: los gemelos compartimos todo.  

También utilizábamos esta habilidad para jugar al escondite, ya que teníamos la norma de  que, si alguno de nuestros amigos se confundía, tenía que volver a contar. ¿Hacíamos  trampas? Evidentemente.  

A mediada que vas creciendo te vas pareciendo menos a tu hermana, o eso crees tú, y llega  el momento de hacer amigas por separado que no conocen a la otra. 

A nosotras nos pasó en la universidad, porque hasta Bachillerato fuimos a la misma clase. Tras la selectividad, elegimos diferentes universidades y estudiamos en turnos opuestos: una  de mañana y otra de tarde. 

Según fueron pasando las semanas, nos fuimos dando cuenta de que era un problema el que  los compañeros de la otra no supieran de primeras que teníamos una gemela. Qué más dará  pensarás, te pongo un ejemplo.  

Imagina que coincides en el tren con tu compañera de clase, con la que estás haciendo un  trabajo en grupo y hablas todos los días desde que empezasteis las clases hace tres semanas,  y ella no solo no te saluda, sino que hace como que no te conoce. ¿Te sentaría fatal, verdad?  Pues no fueron ni una ni dos las veces que nos decían «te vi en el centro y cuando te saludé  de lejos pasaste de mí», y teníamos que explicar que había sido la otra.  

Así que para acabar con este problema decidimos seguir dos pasos.  

El primero, comentarle a todos los compañeros que teníamos una gemela y que si alguna vez  nos saludaban y no respondíamos, no es que fuéramos unas bordes sin sentimientos, es que  no éramos nosotras.  

Y, el segundo, acordamos que si íbamos en el tren y alguna persona nos saludaba  efusivamente como si nos conociera, responderíamos con la misma intensidad, aunque no la  hubiésemos visto en nuestra vida. ¿Qué puede salir mal?  

¿Conoces a alguna pareja de gemelos o gemelas? ¿Los diferencias?

 

Esmeralda Romero