Mi hermano empezó a fumar porros de marihuana con sus amigos cuando tenía 17 o 18 años. Yo, cuando lo supe, no le di importancia. Tengo solo un año más que él y, en mi grupo de amigos, había cinco o seis que fumaban desde bastante antes de esa edad. Muchos han seguido haciéndolo.

Conozco a personas de todas las edades, profesiones y posiciones que se fuman sus buenos canutos. Algunos a diario, otros solo de cuando en cuando. Y, en el primer grupo, está mi hermano. A veces me parece increíble lo normalizado que tenemos fumarse un porrito o dos, beberse un par de cervezas antes de las 12 de la mañana y otras llamadas drogas blandas.

A mis padres no les hizo gracia cuando se enteraron. Luego le restaron importancia porque él parecía progresar adecuadamente en la vida. Esperaban que dejara la “afición” cuando se asentara, con casa, esposa e hijo/s. Pero no pasó. No dejó de fumar cuando nació su hijo, que hoy tiene tres años. Ni siquiera cuando su mujer le ha pedido que no lo haga. Ella ya se ha resignado y se conforma con que se “oculte” en el balcón, así se fría a los 40º de verano o se congele como un lago canadiense.

Un agujero en la arena

Creo que los porros son un símbolo del complejo de Peter Pan que tiene mi hermano: unos cuantos porritos con los amigos son el bálsamo que necesita en la vida. Su matrimonio es estresante, la paternidad es dura y su trabajo precario apenas le da para llegar a fin de mes. Liarse un porro es como esconder un ratito la cabeza bajo tierra.

Hace unos meses que mis padres me pidieron que hablara con él. Habitualmente, mi hermano me ha visto como una referente y me ha escuchado, pero, en los últimos años, nuestros pensamientos y valores se han ido alejando mucho. Siento que mi hermano y yo ya no hablamos el mismo idioma.

Hay algo peor, y es la agresividad. No se puede mantener una conversación normal con él. No escucha. Interrumpe continuamente invalidando emociones o puntos de vista, elevando el tono e intentando imponer su opinión. Es exasperante y algo que también achaco a los porros: el abuso continuado de cannabis puede generar irritabilidad y agresividad.

Tememos que se acarree algo peor, porque el cannabis a largo plazo también puede generar problemas de memoria, aprendizaje y trastornos emocionales, como la ansiedad o la depresión. Todo esto mientras se nos venden bondades terapéuticas que yo no niego, siempre que se emplee con control y supervisión médica.

Decírselo o no decírselo

Pocas veces intento hablar con alguien para que reconsidere su actitud, porque creo que un adulto funcional en plenas capacidades toma libremente sus decisiones, sin más. Quien necesite consejos u opiniones, ya vendrá pidiéndolas, y luego hará lo que quiera con ellas. Pero, en este caso, se trata de mi hermano y, como digo, mis padres me han pedido que hable con él.

Yo no tengo ni idea de cómo plantear esto. He pensado enviarle información sobre efectos secundarios del cannabis que he estado leyendo, para que él la lea y la procese como vea oportuno. También he pensado sacar una conversación sobre mi vecino como quien no quiere la cosa. El tipo ronda los 40, se pasa el día fumando, no tiene profesión conocida, trata a su novia con menos delicadeza de la que emplea al recoger las mierdas de su perro y casi no se le entiende cuando habla. Una joyita.

No todo lo de mi vecino es atribuible a la marihuana, claro está, pero me estoy pensando relatar frente a mi hermano todas sus “virtudes” y apostillar: “Tanto porro lo tiene malo de la cabeza” (entiéndase el lenguaje coloquial). Y, para rematar la faena, si se pone a discutir, repetir como una oración todos los efectos secundarios que he visto sobre el cannabis.

Viendo la vida de mi hermano, a lo mejor solo necesita ayuda familiar y terapia. Lo primero ya lo tiene. Mis padres lo ayudan siempre que pueden, y me consta que es muchas veces. Para lo que sea, están: préstamos de dinero que nunca devuelve, comida, cuidados de su hijo… Acudir a terapia es algo que tiene que hacer él.

Si alguien que ha tenido o tiene a alguien cercano en una situación similar puede compartir su experiencia, leo con atención. Cada caso es un mundo, lo sé, pero cualquier anécdota, enfoque o actuación puede aportar ideas valiosas.

Anónimo