9:30 de la mañana. Lunes. En cualquier aeropuerto del mundo. Ruidos de avión, llegadas. Gente.

Un chico sentado sobre una silla fría. Cualquier parecido con la comodidad es pura coincidencia. A su lado un hombre mayor que lo mira como si fuesen de mundos distintos. Tal vez lo son. El chico hace años que se peinó por última vez, posiblemente tantos como agujeros tiene su mochila. No va mal vestido; vaqueros y una camiseta básica de cualquier tienda. El hombre lleva traje y un maletín de portátil. El chico soy yo. El hombre es cualquier hombre.

Levanto la mirada de mi Moleskine y busco entre los abrazos. Encuentro gente que sabe sonreír con los ojos a gente que ha perdido la mirada en la pantalla de su smartphone. Me da rabia y no empatizo, para no juzgarme demasiado y poder seguir juzgando. El hombre de mi lado me mira y noto sus ojos en mi nuca, pero solo me dura un momento. No sabe qué escribo. En su cabeza solo hay gráficas y números y subidas y bajadas de más números que nunca serán poesía. Dudo que conozca muchas cosas y categorizo su ignorancia como mucho más grave que la mía. Vuelvo a mirar a mi alrededor, la gente está más agitada por momentos, las miradas perdidas se vuelven ansiosas y las risas y los murmullos son ahora tan fuertes que han cubierto el ruido de motores. Miro a través del cristal para confirmar lo que ya sabía. Llega otro avión. No se ni me importa de dónde viene. En unos minutos comienza el espectáculo de nuevo.

Se abren las puertas y la gente va apareciendo, de uno en uno. Da igual lo mala que estuviese la comida en el vuelo, o lo apretado e incómodo que haya sido el viaje. Al bajar, de repente todo el mundo es una estrella de Hollywood, un deportista de élite, una medalla olímpica, alguien maravilloso. Me imagino un photo call, flashes y tweets; y una alfombra roja a sus pies. Sería genial. Los aeropuertos deberían de pensar en empezar a instalarlas.

El primero en salir es un señor mayor cargado con una bolsa de deporte pequeña. Me gusta pensar que no es que haya viajado poco tiempo, sino que viene para quedarse, para empezar de cero. Lo mejor de estar aquí de público es que nunca se al cien por cien la verdad de cada historia. Eso sí, después de tanto aterrizaje he aprendido a distinguir entre dos tipos de viajeros: los viajeros con historia y los viajeros robot. Los primeros hablan callados y los segundos no dejan de hablar, pero no dicen nada. No se muy bien el qué, pero algo en sus ojos es totalmente opuesto. A todos les doy la misma oportunidad, pero a pesar de mi esfuerzo, para algunos me es imposible inventar una historia, así que desisto y sólo los dibujo en mi libreta. Sin mucho detalle.

Así que eso hago: venir aquí casi todos los días a buscar en los ojos de desconocidos historias inspiradoras de aventuras y viajes con finales felices y besos y abrazos. Venir también a dibujar a los que me parecen fríos e intentar darles una oportunidad de ser una pieza importante en el paisaje de mi escenario romántico y, bueno…venir a esperarte.

El señor mayor busca entre la gente hasta que encuentra a una niña de unos cinco años que corre hacia el. Este hombre sabe sonreir tan bien con los ojos que le brillan y todo, que le sobra tanta sonrisa que sonrie con la boca, con los brazos, con los pies y hasta con el poco pelo que le queda. Ni el señor ni la niña se hablan ni les hace falta porque el abrazo es tan fuerte que estruja las palabras y no pueden salir. Decido, sin tener que usar mucha imaginación, que la niña es su nieta. Se abren de nuevo las puertas y pienso que adoro al arquitecto que ha decidido que sean opacas y a sus ganas de producir vuelcos en los corazones todo el rato. Sale un hombre más joven con un carro de bebé. Lo reciben cinco personas, le estiran las mejillas, lo besan, lo arrastran hacia cinco sitios distintos a la vez. Se abren las puertas y…nada, dos robots. Uno habla sólo y el siguiente habla con otro que a su vez, habla sólo. Se separan a los pocos segundos y si se han despedido no me he dado cuenta. Se abren las puertas de nuevo: una familia entera, dos cuadrillas de amigos, tres parejas, lloros, muchos lloros, muchísimos.

Las lágrimas que yo vengo a ver son las de alegría. Dos puertas más allá, donde la gente despega, todo es muy distinto.

Y cuando ya ha bajado todo el mundo, nada. Un golpe de aire vacío, las puertas opacas cerrándose sin nadie más y ya no existe nada hasta que llegue el próximo avión. Yo te espero aquí. Ya ha pasado tiempo, no se ni cuánto exactamente, desde que nos despedimos. Ni recuerdo qué nos dijimos, pero estoy seguro que me dijiste que volverías. Sí, supongo que no he olvidado ese día. Me lo dijiste, estoy seguro, ¿no?.

Cuando vuelvas, te abrazaré y te besaré como he aprendido que se hace en los aeropuertos, y no te dejaré volverte a ir nunca más sin mi y luego te volveré a besar, y a abrazar, y… Y ya hace muchos años que espero. Demasiados años para lo jóven que soy. ¿Cuántas cosas me estoy perdiendo? ¿A cuánta gente? ¿Y si no vuelves? El tiempo no perdona, pasa y no me espera. ¿Me esperarás tú? Es obvio que yo a ti si… aunque basta ya. Creo que esperaré sólo hasta el próximo avión. ¡Seguro que es el tuyo! Y si no… bueno, podría perdonarte si llegas antes del tercer avión que aterrice. O si vienes en cualquier vuelo de los que lleguen hoy. Sí, eso haré. Después de hoy ya no seguiré esperándote, ni te perdonaré. Seguiré con mi vida… aunque imagínate que justo hoy se te ha hecho tarde y tienes que volar mañana. Sería tan injusto y egoísta por mi parte… Tal vez si vuelves mañana todavía te espere. O bueno, ya puestos, esta semana. Esperaré hasta domingo y luego te volveré a olvidar.

De repente, los ojos que antes notaba en mi nuca se clavan más fuertes que nunca, ahora ya me incomodan. Levanto la cabeza del papel como tantas veces he hecho ya y me encuentro al hombre cualquiera de mi lado mirándome con otros ojos. Unos ojos que no le pegan nada. Y como si me entendiese y me conociese de toda la vida, saca de algún lado algo parecido a una sonrisa.

Pero no es una sonrisa cualquiera.

– Yo también espero – me dice.

Cierro los ojos y, avergonzado, imagino su historia.

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