Vale, acabo de convertirme en mamá, y os confieso que han sido por mucho los tres meses más difíciles de mi vida. Creo que nada de lo que podamos leer, ver, u oír nos prepara para esto. Muchas cosas cambiaron, pero sin duda el cambió  más traumático (además de mi rutina diaria, mis hábitos de comer y de dormir) lo ha sufrido mi cuerpo.  

Es como si me hubiesen vestido con la piel de otra mujer completamente distinta, y aunque es difícil y doloroso, lo acepto. Tengo otras prioridades en este momento, como no volverme loca, conseguir dormir un par de horas al día, y mantener un ser humano diminuto con vida. 

Eso que publican las artistas y famosas de que a los tres meses han recuperado su figura pre embarazo y están aún mejor que en ese entonces, no va conmigo. Una amiga sufrió depresión post parto, y si como espectadora lo que viví fue horrible, no me quiero imaginar estar en sus zapatos, así que trabajé mis pensamientos durante todo el embarazo para prepararme para este momento, para poder distinguir entre lo realmente importante y lo superfluo, para tener la paciencia y entender que todo pasa, y permitirme hacer las cosas a mi ritmo, y en la medida que me sienta cómoda. Al momento todo va bien… de mi parte.

Alguien muy sabio me dijo una vez que los hijos “rompen” matrimonios, y por supuesto no por los hijos como tal, sino simplemente porque ponen a prueba la relación, porque en esos momentos salen los verdaderos colores de ambas partes, y me temo que encuentro los de mi esposo bastante oscuros. 

Es como si él no entendiera lo que mi cuerpo y yo acabamos de hacer, que de hecho creé y parí un ser vivo, y lo increíblemente traumático y doloroso que eso puede llegar a ser. Y pretende que haga muchas cosas que hacía antes, y que de momento no me apetece hacer. Obviamente no planeo estar el día en pijamas y con un moño alto toda la vida, pero es así como necesito estar AHORA. 

Me ha invitado a ir por tragos que disque para que me distraiga. No puedo beber, estoy amamantando un bebé de tres meses, y además no me apetece. Quiere tener “mañaneros” como si los dos dormimos toda la noche y no solo él, me apetece aún menos. Y el que más me frustra, es que después de responderle mal el par de veces que me sugirió que comenzara a ejercitarme, en un intento más pasivo-agresivo de disuadirme, se la vive enviándome rutinas de ejercicio por Instagram y YouTube, con comentarios “motivacionales” de tipo “está es fácil, puedes hacerla” o “esta dura solo quince minutos, no tienes excusa”, por Dios que a veces quiero hacer que se coma el teléfono. 

Quiero volver a ejercitar, quiero verme de una forma en la que me sienta cómoda, quiero recuperar mi apetito sexual y volver a hacer las cosas que hacía antes, pero no AHORA. Mi prioridad ahora es descansar, es adaptarme al remolino de cambios, y por supuesto que más adelante, ya entrada en mi nueva vida, me enfocaré más en esas cosas. Yo hice las paces con eso incluso antes de tener al bebé, pero él no parece entenderlo.

No quiero que esto llegué a más, que fracture nuestra relación, y después de varios intentos de comunicación fallida, decidí  programar una sesión con una terapeuta de parejas para hacerle entender sobre mis prioridades y cambios. Nunca está de más pedir ayuda cuando es necesaria. 

 

Anónimo