Cuando Ángel y Luisa se casaron, contaron a toda la familia sus intenciones de ampliar la familia pronto. Querían tener por lo menos tres o cuatro hijos y aseguraron que se pondrían a ello cuanto antes.

No fue sorpresa por lo tanto cuando, tras seis meses de la boda, contaron que ella estaba embarazada. La alegría en la familia se multiplicó cuando, en la primera ecografía, le dijeron que vendrían gemelos. Hubo una fiesta en la casa de la madre de Ángel, donde celebraron aquella maravillosa noticia. Durante la tarde, entre tartas, dulces y felicitaciones, bromearon entre Ángel y su cuñado sobre la aproximación que había hecho la doctora, pues le dijo que estaba de 12 semanas y 4 días, y en ese tiempo Ángel había estado de viaje.  El embarazo en realidad debía ser de 14 semanas o de menos de 11, pues Ángel se había tenido que ir fuera por temas de trabajo.

A ella no le hizo gracia cuando su propio hermano le decía que qué había hecho durante el viaje de Ángel, que si “el otro” tenía mucha más puntería, pues donde Ángel no daba una, él había dado en la diana doble. Ángel frenó la broma, pues vio a su mujer ofendida y lo entendió. Él sabe que las aproximaciones pueden fallar y ella estaba muy sensible.

Las hormonas parecía que le estaban jugando una mala pasada, pues desde la ecografía la había encontrado llorando cada día.

Cuando fueron a hacerse una ecografía 3d para saber el sexo de los bebés, salieron de allí con un vídeo de sus bebés moviéndose en su tripita, se podía ver su cuerpito perfectamente y Ángel lloraba emocionado sabiendo que podrían usar los dos nombres para niño que más les gustaban a ambos. Ella lloraba, pero no parecía tan feliz.

Al llegar a casa y antes de que Ángel pudiese compartir las fotos con su familia, le dijo la verdad. Mientras él había estado fuera, ella se había encontrado con un viejo amigo de la infancia del que había estado enamorada durante toda su adolescencia. Hacía años que no lo veía y, sintiéndose presionada por la búsqueda del embarazo se sintió muy agobiada por la sensación de que jamás tendría otra vida que no fuese la de la esposa de Ángel, madre de sus hijos… y liarse con este chico le había ayudado a despejar las dudas. Ahora sabía que eran dudas absurdas, pero las fechas eran claras, la fecha que las 3 doctoras que la habían visto hasta ahora daban era la del día que había pasado con su viejo amigo.

Ángel se sintió morir. La ilusión y el amor que sentía por la llegada de aquellos bebés le atravesaba el pecho y saber que eran el fruto de una traición le rompía el corazón. Estuvieron todo el fin de semana encerrados en casa llorando. Ella de arrepentimiento, él de pena y dolor…

Pero Ángel entendió la duda, justificó como pudo lo ocurrido y le pidió a su mujer que no le contase a nadie lo sucedido. Aquellos bebés llevarían el nombre de sus abuelos y su apellido y nadie sabría de aquel desliz “sin importancia”. La genética es lo de menos y un error lo tiene cualquiera.

Ángel acudió a terapia para que una especialista le ayudase a gestionar aquellas sensaciones que tenía. En ningún momento pensó en renegar de sus hijos, pero tenía miedo de que, llegado el momento, sintiese rechazo.

Cuando faltaba menos de un mes para el nacimiento, Ángel pintó la habitación, montó las cunas, pintó un enorme mural con sus nombres… Pero Luisa una tarde se retrasó al volver del médico. Él se temió lo peor, pues ya habían tenido un susto por contracciones el mes anterior. Lo que no sospechaba era que Luisa volvería acompañada del verdadero padre de sus bebés para recoger sus cosas e irse.

Durante el último mes, ella había vuelto a hablar con él. Finalmente le contó de su embarazo y la “casualidad” de las fechas. Él le ofreció una vida de emociones, viajes y de amor furtivo. Ella corrió a sus brazos y le pidió que le acompañase ese día al médico. Y allí le pidió matrimonio. Ella, que no hacía mucho que lucía aquel brillante en el cuello, regalo de su primer aniversario de boda, aceptó emocionada y salió de allí convencida de que se iría con él ese mismo día.

Ángel creyó enloquecer. ¿Qué le diría ahora a su familia? ¿Cómo le diría a su madre que sus nietos no eran suyos? ¿cómo romperle el corazón a ella también?

Ella se fue sin mirar atrás. Ángel pidió a través de su abogado que, al nacimiento de los niños, se les hiciese una prueba de paternidad. Ella accedió y todo el tiempo que tardó en ocurrir aquello, él dejó su habitación preparada, por si resultaban ser suyos y podía tenerlos, aunque fuese estando separados.

Pero los médicos no habían errado. Aquellos bebés no eran suyos. La familia destrozada de dolor le ayudó a desmontar la habitación que, con tanto amor había construido. Ella se fue a otra ciudad. La familia de ella no quiso saber más de ella al principio. Más aún cuando supieron que no les cambiaría los nombres, aquello era un recochineo terrible y sin remordimientos.

La familia de ella ayudó mucho a Ángel un tiempo, pero después, por el bien de todos, se distanciaron. Supo por su excuñado que los bebés estaban bien, pero no quiso ver su foto. También le dijo que aquel chico la abandonó al poco de nacer los niños y ahora no tenía trabajo ni casa donde vivir. Por un momento pasó por su cabeza acogerla de nuevo en su casa y acompañar a esos bebés como el padre que podía haber sido, abrazar al niño que llevaba el nombre de su difunto padre. Pero solamente fueron unos segundos. Aquella traición no tenía perdón posible. La falta total de escrúpulos que mostró cuando fue a por sus cosas le quitaron la idea de la cabeza.

Los niños acabaron viviendo con su abuela, pues ella no tenía nada que ofrecerles. Pero a ella no la quiso en su casa, así que tuvo que irse sola lejos de sus niños.

Ángel hoy pasea feliz con sus hijas, fruto de un matrimonio posterior, pero en el fondo añora saber de aquellos niños que quiso como suyos y que nunca tendrán el amor que él podría haberles dado.

 

 

Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.

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